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Y se enamoraron…

Publicado el 26 marzo 2015 por Claudia_paperblog

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Y se enamoraron, por supuesto que lo hicieron, y fueron todo locura y pasión y lloros y risas y aventura. Y nadie los entendía, porque, según ellos, todos les envidiaban. Nosotros somos luz y ellos están ciegos, cantaban mientras se comían la boca, mientras se consumían el uno al otro, mientras se devoraban con ansia. La música les acompañó a todos lados y esas canciones fueron la banda sonora de su vida, de su juventud y de su vitalidad, de esas noches y esos días, de esos segundos ya inalcanzables, esos segundos que habrían atesorado hasta después de su muerte. La chica de las mariquitas y el chico de cartón. Follaron hasta que se quedaron secos, y aún les habrían faltado milenios para cansarse, para agotar esa sed tan virulenta. Se mordían, se comían con los ojos y con las manos, lenguas que reseguían de memoria cuerpos suaves e inquietantes, cuerpos que temblaban y gemían de placer, empapados en sudor y en lágrimas.

Unos incomprendidos, unos bohemios, con una filosofía de vida diferente, una filosofía que no les duraría para siempre. Todos les ignoraron cuando se metieron mano en aquel concierto o cuando se pasaron todo un fin de semana sin salir de la cama, ni siquiera para comer, o cuando se desnudaron en mitad del mar. También cuando hicieron autostop desde Barcelona hasta Bilbao, cuando pasaron una noche entera durmiendo en un banco y cuando amanecieron con las manos entrelazadas y temblando de miedo, de frío, de absurda soledad.

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Os podría mentir, podría explicaros lo felices que fueron toda la vida, que el amor lo salva todo, que no hace falta nada más para vivir, pero os mentiría. Sería genial que la historia acabase como todos queremos, pero la realidad no es así.

Iban a vivir en un perenne verano, pero septiembre llegó y con él el nuevo curso. Ella se marchó de Erasmus, él se quedó aquí. Se juraron amor eterno, pero eso no bastó. Ella conoció a un alemán que le trastocó el mundo y la encontró vulnerable y sola en un país que no conocía. Él pasó muchas noches con la cara oculta entre los cabellos de otras, intentando sustituir la ausencia de ella con otros olores, cuerpos ajenos, y jadeos y gemidos que le quebraban el alma.

Ella volvió. Habían pasado ocho meses y fingieron que nada había pasado hasta que todo salió a la luz. Se discutieron, gritaron, lloraron, y se besaron y follaron hasta el amanecer. Todos sus pecados fueron perdonados en aquella noche de purificación y penitencia, en aquel piadoso colchón. Una gran noche de redención.

Tú y yo queremos más y ellos quieren menos.

Y en este punto podría volver a mentir y afirmar que todo les fue bien, que todo volvió a ser como antes, que alquilaron un piso y allí vivieron felices y comieron perdices, que no se casaron porque no creían en el matrimonio y que nunca tuvieron hijos porque viajaron por todo el mundo. Pero la cosa no fue así.

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La relación cambió y cada día discutían más y con más intensidad hasta que un día todo se acabó. Él conoció a una chica enseguida y por miedo a la soledad, se quedó con ella, dejó que le curase las heridas y le hiciese compañía en las frías noches de diciembre. Ella volvió a Alemania, conoció a un ingeniero y se casó con él, un hombre que la quería, uno que la cuidaría siempre, con el que tuvo dos preciosos hijos rubios con ojos azules. En esa burbuja de fingida felicidad ella se pasó medio matrimonio con infidelidades y mentiras.

La chica de las mariquitas y el chico de cartón. Habrían hecho cualquier cosa por conservar esa intensidad, por evitar que la llama se apagase, habrían muerto con tal de salvarse y de dejar un recuerdo intacto, impoluto. Pero en el último momento no lo hicieron, el miedo se lo impidió y prefirieron acabar de consumir esa vida. Al fin y al cabo, el ser humano busca estabilidad, aburrida estabilidad.

Aquí estamos, mi amor, y ellos ya están muertos.

 


Y se enamoraron…

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