Revista Salud y Bienestar

¿Y si los datos fueran de pago?

Por David Ormeño @Arcanus_tco

Ryan Avent publica en el MIT Technology Review (ES) una pieza magistral sobre la evolución del capitalismo en la era de la información.

Y la premisa ya de por si apunta maneras:

Durante la mayor parte de la era industrial, el capital era cualquier cosa tangible, como telares, hornos y otras máquinas que se podían ver, oler y con las que uno se podía tropezar si no tenía cuidado. [...]

En la actualidad, la mayor parte del capital, al menos en términos de valor, reside en neuronas y silicio en lugar de en plantas industriales. La informatización de todo, desde cepillos de dientes hasta camionetas, significa que el valor de un bien cada vez depende más del software que lo opera. El conocimiento necesario para diseñar y construir dichos productos (y para gestionar las complejas cadenas de suministro que los producen) es otro componente más del capital intangible. Y el creciente poder y atractivo de la inteligencia artificial (IA) hacen que aún definición de capital sea aún más amplia. Los programas de aprendizaje automático son una forma extraña de cuasi trabajo, entrenados con datos generados por personas para realizar las tareas que antes realizaban las personas. Sin embargo, pertenecen y están controlados por empresas, igual que un camión o un ordenador.

Esto nos lleva a un escenario totalmente desequilibrado, en el que por un lado el capital cada vez necesita menos trabajadores (frente a la revolución industrial, que dependía del mantenimiento y acciones por parte del operario, la inteligencia artificial cada vez es más autónoma), y a la vez, cada vez depende más de ellos, habida cuenta de que el intangible más importante es, como comentábamos, el conocimiento.

Lo que nos lleva a un tema que ya hemos tratado hasta la saciedad: ¿Qué haremos cuando no haya trabajo para todos? Si el mundo digital destruye más rápido puestos de trabajo de los que crea, la economía deberá evolucionar hacia un nuevo paradigma no basado en la mano de obra.

Mi acercamiento hasta el momento había sido claro: Habrá que encontrar la manera de implementar un sistema de renta básica universal (ES) que funcione aún a sabiendas de la existencia de posibles tergiversadores.

Ahí es donde entra el punto que me ha parecido más interesante de toda la pieza, y que es tratado en profundidad en el libro Radical Markets (EN), de Eric Posner y Glen Weyl.

¿Y si los datos que a día de hoy ofrecemos "gratuitamente" a las compañías a cambio del uso de sus servicios... fuesen de pago?

En un mundo así, cuando una persona indicara que le gusta la foto en una red social, la plataforma podría pedirle más información de contexto y pagar un salario a cambio. Posner y Weyl sugieren que recibir dinero a cambio de nuestros datos podría mitigar el daño del desempleo masivo, reconocer la contribución de las personas a la producción (aunque no trabajen en una empresa), y tal vez dar a la economía un impulso a la productividad, ya que las empresas encontrarían que es más fácil obtener datos de alta calidad. Los autores afirman que quizás los generadores de datos del mundo podrían unirse y formar un sindicato de datos, para que pudieran negociar términos más justos con las grandes compañías tecnológicas.

Surgen entonces problemas esperables.

¿Estamos dispuestos a competir en un mundo basado en los micropagos? ¿Qué hay de las posibles tergiversaciones de un escenario semejante (gente produciendo datos falsos y rápidamente para conseguir mayores ingresos)?

Por otro lado, la sociedad podría establecerse en un enfoque diferente y colectivo. Los datos en sí mismos podrían considerarse un recurso público. Las empresas que recopilan datos pueden necesitar acceso abierto a versiones anónimas (tal vez después de la caducidad de una breve "patente de datos", que recompensaría a la empresa que se tomó la molestia de recolectarla con un breve período de uso exclusivo). A cambio del derecho a acceder a los datos, las empresas podrían pagar al gobierno una tasa anual, que se podría distribuir entre la población.

O el gobierno podría comenzar a apropiarse de las propias empresas. Los gigantescos fondos de riqueza soberana podrían comprar acciones en nombre del público que genera datos. Los pagos de dividendos enriquecerían el fondo, lo que a su vez podría generar dividendos para el público: la justa recompensa por su contribución a la producción.

Son otros dos acercamientos que me parecen la mar de interesantes. De hecho, respecto al último, ya podemos ver su aplicación en Noruega, donde opera un fondo de riqueza soberana por valor de casi un billón de euros que posee participaciones sustanciales en muchas empresas del país, y cuyas devoluciones ayudan a financiar un estado de bienestar que podemos considerar como altamente garantista (ergo, caro) de cara al ciudadano.

¿Qué te parece?


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