Miguel se dirigió al centro. Había mucha gente, se encontró con un montón de amigos y se lo pasó muy bien. Esa noche volvió a casa, sólo. Pero… ¿qué habría pasado si en lugar de al centro, hubiera ido a casa de su madre?
Allí estaba Elena, la amiga de su hermana pequeña. Esa que él recordaba con dos coletas, que no dejaba de seguirle a todas partes. Hacía años que no la veía, había estado viviendo en Irlanda.
Pero pareció que el tiempo no pasaba, Elena le miró igual que entonces. Lo que sí que había cambiado era ella, y él y la forma en la que él la miraba. No se lo podía creer, de hecho él no era romántico (o eso creía), se reía de eso que llamaban el “amor a primera vista”… se olvidó que eran las fiestas, se olvidó de a todas las personas con las que había quedado, eso sí, volvió a casa, al día siguiente, tras pasarse toda la noche hablando y sonriendo como un tonto, lo hizo sólo, pero con la promesa del renacer de un nuevo día, con la promesa de un nuevo amor en ciernes.
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