Revista Cultura y Ocio

¡Yo creo en la literatura juvenil!

Por Eltiramilla

Estos días varios amigos, antes fervientes defensores de la literatura juvenil, me han dicho que ya no creen tanto en ella, que han perdido la fe lijera. Leen por leer mientras piensan en la lista de la compra, se pasean por la sección juvenil de las librerías con la cara mustia y ya ni les apetece compartir en sus blogs sus últimas aventuras literarias. Alarmante, desalentador, ¡muy triste! Sobre todo porque se trata de lectores de puturrú de fua, de esos que reflexionan mientras saborean con placer una lectura (buena o mala), se forjan una opinión clara y libre sobre ella, y no temen verterla salvajemente y con alegría en sus bitácoras personales. Pero les entiendo, ¿cómo no voy a hacerlo?

¡Yo creo en la literatura juvenil!
Para empezar, ahora la LIJ está que no está: aún resuenan los booms de Harry Potter y Crepúsculo como si no hubiera pasado el tiempo o no hubiera otras grandes historias… pero es que no las hay, porque ninguna ha alcanzado todavía ese nivel de fenómeno de masas. Por otra parte ahora la LIJ es un mar de clones, en especial crepusculeros, que prácticamente no hacen otra cosa que hablar de amor, como en los anuncios de perfumes de la televisión. Ya no se escribe literatura realista o literatura fantástica, sino realista romántica o fantástica romántica. Pero lo peor es que en estas literaturas doblemente adjetivadas la vena amorosa está muchas veces mal entendida o ideada: no sale de los triángulos amorosos de chica tonta y machos fabulosos, y para colmo los autores tienden a usarla como motor, como eje, como sostén principal de las historias, aparcando todos los demás aspectos interesantes en un segundo o quinto plano. Para echarse a llorar, sobre todo si nos ponemos a diseccionar lo que se publica y empezamos a hablar de calidad narrativa, buen ritmo, universos complejos, coherencia o personajes trabajados de los pies a la cabeza. ¿Será que, al igual que los correctores de este país, los buenos autores se dedican a criar malvas en cementerios al otro lado del espejo?

Otro colmo para tirar a la basura y prenderle fuego es cuando oyes por ahí que la LIJ no es más que un puente hacia la literatura adulta, cuando dicen que la juvenil está tirada de escribir y se dirige sólo a jóvenes con encefalograma medio plano o plano entero. ¡Por favor! O cuando en un sitio tan grande como El País (concretamente en un articulucho del suplemento literario Babelia) “flipas” porque tanto monta que monta tanto a la hora de hablar de literatura infantil que de literatura juvenil, o descubres que lo que se lleva ahora es lo que sea pero “con mucha acción” para “los súper excitados niños del siglo XXI”. En esa mala suerte de artículo también se dice que leer aviva la imaginación (hasta ahí bien), y que por eso los marginados de la clase leen, porque “enamorarse de un elfo puede mitigar la soledad en el patio” (de verdad que no entiendo nada de esa reflexión)… mientras que los niños y jóvenes integrados en el grupo guay no leen porque “juegan y comparten bocadillos en el patio del colegio”. Esto demuestra una falta abominable de conocimiento de la LIJ, de sus lectores y de lo que se cuece en las escuelas (en serio, ¿compartir bocadillos?); también una falta de respeto, claro. Mejor no sigo, porque de tanto poner los ojos en blanco se me van a borrar las pupilas. El caso es que todo esto, hablando en plata, es un suicidio lijero: ofrece literatura basura y te convertirás en autor de literatura basura que sólo merecerá el respeto de los necios, y entonces desmoralizarás a tus lectores, que no son tontos, y esto será el acabose, más aún si algunos medios culturales se dedican a hacer el tonto, y más todavía porque las editoriales no tienen más remedio que tomar lo que ofreces porque lo suyo, a pesar de todo, es un negocio (aunque ojo, no vayamos a santificarlas tampoco).

¡Yo creo en la literatura juvenil!

Por todo esto, es normal que mis amigos estén empezando a dar a la literatura juvenil por perdida y se cansen de buscar joyas entre los catálogos actuales. Pero ahí está la clave: ¡esto es la guerra!, ¡la nuestra! Éste es nuestro momento de mantener calientes y vivos los ánimos, de exigir mejor LIJ y reivindicar su valor, de no conformarnos como lelos con lo que nos den, de seleccionar con tino lo que leemos, de educarnos con buenas lecturas (¡aunque sean clásicos de otro siglo!), de empezar a poner a trabajar nuestra parte más crítica para aprender a diferenciar lo bueno de lo malo de lo regular, de decirles a los autores que no leeremos literabasura porque somos capaces de más, de querer probar nuevos géneros o al menos modas que no se vicien, de pedirles a las editoriales que también ellas se sumen al cambio, de animar a los profesores a fomentar la lectura con buena literatura juvenil, de creer en las campañas de promoción de la lectura, de acudir en masa a nuestras bibliotecas, y de no justificarnos nunca con que la literabasura sirve al menos para atraer y generar nuevos lectores, porque la buena literatura juvenil es perfectamente capaz de cumplir con éxito ese objetivo (ni los menos exigentes o avezados se merecen un mal libro, ¡caramba!).

Convirtámonos en lectores insaciables, libres, generosos, exigentes, concienzudos y respetuosos, y disfrutemos leyendo, que ese sano placer sea el que nos aliente. Y movamos los libros de sitio en las librerías, mareemos a las bibliotecarias, pidamos leer en clase, quejémonos cuando un libro esté mal hecho, y acudamos a firmas, charlas y presentaciones lijeras. Porque para recibir hay que dar, como los picabueyes con los elefantes.

No siempre nos vendremos arriba, soy realista, pero lo bonito es que no estamos solos: encontraremos calor humano en las bibliotecas, en las librerías, en los blogs o en los foros de literatura. Y si un día vemos el mundo tan gris como para pensar que la saga Los inmortales de Alyson Noël es maravillosa y se merece un altar en la plaza de nuestro pueblo, tan fácil como desconectar un rato y plantarnos unas orejas de reno, que es Navidad y nadie nos mirará raro. Yo creo en la literatura juvenil, yo creo, sí creo.


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