Revista Cultura y Ocio

Yo, gran custodio de mis vicios, pienso en Charlie Parker, en Bartleby y en J.J. Abrams (entre otros) cuando va cerrando el (larguísimo) día

Por Calvodemora

Admiramos a los muertos. Es más fácil pregonar una adicción absoluta a Charlie Parker que a cualquier otro músico de jazz vivo que haga giras y grabe discos. Una vez muerto, en el momento en que nuestro admirado Charlie Parker muere, tenemos a nuestra disposición un limpio muestrario de objetos míticos a los que rendir rezo y adoración. No cabe la liviandad (excusable, no crean) de que un buen día el gordo Parker saque un disco mediocre. Cuando muere desaparece la mediocridad: el catálogo de su genio queda bunkerizado en nuestra memoria, noble y puro, a salvo de la moda y del propio deterioro del artista. Muere Parker y nace otra cosa de una relevancia mayor, de una trascendencia de más empaque y rigor. Charlie Parker es la idea sublimada de artista al que la realidad le aparta y lo entroniza. La verdadera realidad está en su simulacro, podemos decir. En leer a Borges y pensar la buena literatura que hizo. Ya no nos va a defraudar Borges. No va a fallarnos en la cosa política, dejándose inclinar por gustos que no compartimos. Tiene que morirse uno para que lo miren con afecto. La muerte lima toda las asperezas. Luego está Juan Rulfo, por ejemplo. Juan Rulfo o el mismo Salinger, en las razones de ambos para no escribir más. En lo que les inspiró y en lo que los vació. Igual fue un vaciado enteramente voluntario y el genio seguía ahí, contagiado de talento, enfebrecido de belleza y de inteligencia. Pero Juan prefería no hacerlo. Salinger no quería tampoco. Como un Bartleby involuntario. Todos los Bartlebys lo son sin un oficio que los guíe. Hay que ser un poco Bartleby durante algunos tramos del día. Que llegue la noche y mire uno adentro y descubra que ha habido cosas que ha preferido no hacer con todo éxito.
Hoy he desatendido yo varios asuntos que me tenían casi media vida quitada. Cosas laborales. Algunas amistosas. Temas inaplazables que he aplazado con toda desfachatez. Los abordo con total satisfacción mañana. Ahí preferiré hacerlo. En la vida, como en la literatura, está uno siempre tomando decisiones. Senderos que se bifurcan. Jardínes de un egoísmo absoluto. Qué feliz estoy esta noche en mi blog escribiendo sobre estas frivolidades del alma concupiscible. Escribí una vez que alivia pensar lo dichoso que es uno en la ejecución mimosa de sus vicios. Los míos son de una liviandad absoluta. Nada que el amable lector no haya sentido alguna vez o en donde alguna que otra no se haya dejado caer. Somos todos muy parecidos, en el fondo. Preferimos no hacerlo, pero nos dejamos llevar. No tengo la personalidad que a veces yo mismo me exijo. O la tengo bien guardada. Por si llegan tiempos peores. Éstos, no obstante, se están poniendo bien malos. De ser esto un capítulo de Fringe (me vale la cuarta temporada, que no he visto todavía) tendría un alter Emilio completamente fiable. Uno inteligente y seguro de sí mismo. Pero esas cosas solo pasan en la cabeza de J.J. Abrams.


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