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"Yo soy el cantante Goyo Ramos" cantando contra corriente

Publicado el 03 septiembre 2012 por Fimin

03 de Septiembre del 2012 | etiquetas: Documental, Música y Danza, Celebrities Twittear yo-soy-el-cantante-goyo-ramos-cantando-contra-corriente

Presentado en el último Festival de Gijón, el documental de Luís Álvarez Mayo, "Yo soy el cantante Goyo Ramos", ahonda en la figura del insólito crooner asturiano, celebridad bizarra y desafinado héroe de la copla marginal a través de un imprescindible documento que todos podéis disfrutar en filmin. El Cultural de La Vanguardia tampoco pasó por alto la oportunidad de dedicarle en excelente artículo escrito desde el puño y letra de Kiko Amat. Allá va.

1.“Freak” es una palabra bastante gruesa. Los “normales” suelen apresurarse a pronunciarla, en un intento lagarto-lagartil similar a santiguarse ante la visión de un jorobado o tocar madera tras un augurio funesto. Señalando al raro reafirmamos nuestra propia capacidad de adaptación social, y de paso nos curamos en salud en caso de que empiece una despiadada campaña de linchamientos. Es lo de siempre: demonización de lo desconocido. Péguenle al bizarro ese, no a mí. En España, la popularización de la fenomenología “friki” ha convertido a ese ente extraño con aficiones peculiares en un popular receptor de burla, generalmente por parte de gente que se disfraza para ir al fútbol, realiza arcanas prestidigitaciones litúrgicas en honor a un Dios invisible y conoce todos los modelos de monovolumen del mercado. Es un lugar común, pero digámoslo igual: ¿Quién narices es el freak, aquí?

2.A Goyo Ramos también le llaman freak. Le llaman así porque, a pesar de no poseer ninguna de las cualidades que uno asocia con el talento músico-vocal, decidió a muy temprana edad que quería ser cantante. Este enigmático showman astur, cuyo número de cumpleaños se supone limítrofe a los sesenta, lleva dos décadas intentando triunfar en el mundo de la música, y protagoniza un documental que se estrenó el año pasado en el Festival de Cine de Gijón, Yo soy el cantante Goyo Ramos (Luís Álvarez Mayo, 2010). Como suele suceder en este tipo de documentales sobre personalidades desplazadas con hobbies extravagantes y dolores insondables (Anvil, Last Days Here, For the Love of Dolly, etc.), el visionado del film empieza con cautelosa jocosidad y termina en lacrimógena oleada de compasión por el hombre.

Goyo Ramos es un tipo testarudo, y eso le honra. Se niega a aceptar que no es bueno haciendo algo que le hace feliz y le “relaja”, y por ello continúa dando la lata para aparecer en televisión, radio o guateques de cualquier tipo. Armado de sus hits (“Dónde estará el dinero de Rafael”, “Carolina”, “No tiene nombre”...), Goyo ha cantado en un sinfín de espacios televisivos (tanto locales como nacionales) y se ha convertido en una celebridad underground. Su persistencia y adaptabilidad al medio se pueden comprobar estudiando piezas que Ramos ha compuesto a medida para algún potencial cliente: a la fauna del Euroyeyé (decano festival mod gijonés), Ramos dedicó “Años Sesenta”, asegurándose así su inclusión en el cartel del siguiente año; cuando se olió que su presencia en Tele Gijón tocaba a su fin, el músico pergeñó en su honor la explícita y tendenciosa “Poner Tele Gijón”. En ambos casos, las canciones de Goyo Ramos se convirtieron en himno alternativo de ambas entidades, cariñosas melodías corporativas que hacían sonreír (o carcajear) a las respectivas audiencias. Aún a día de hoy, los jóvenes paran a Goyo por la calle para escuchar sus melodías atropelladas y sus anécdotas imposibles. Es un héroe folk del arte marginal.

3.Pero, ¿qué hay del Goyo real? ¿Cómo nació ese hombre? No sabemos mucho de él, ni siquiera después de analizar a conciencia el documental. Puesto que su familia rehusó colaborar en el filme, nos es imposible afirmar cuál es la verdadera circunstancia emocional del extraño cantautor. Todo lo averiguable hay que leerlo entre líneas: Goyo nos lleva al pueblo donde nació, La Mata del Páramo (Toledo), y nos muestra la casa familiar, pero nadie sale a recibirle. Nos cuenta que se separó de su mujer, pero señala orgulloso la foto de su boda, que aún conserva junto a su lecho. Nos muestra el dormitorio de su hija y sus peluches, pero ni rastro de la hija en cuestión. Finalmente, con el corazón más bien roto, le acompañamos a su tienda de reparación de televisores, Ramper, situada en algún punto de la ciudad asturiana.

¿Y saben qué sucede? Que Goyo Ramos ya no vive allí: se mudó hace muchos años a un mundo de su creación donde él es la estrella y se parece a “Frank Sinatra, o Ricky Martin”, y la gente le ama y su música llega al alma de cada fan. No importa que sus ex-productores aparezcan en el filme hablando de su “diferente sentido del tempo”, afirmando que no tenía “ni medida, ni ritmo, ni afinaba. Un desastre total” o que alguna de sus composiciones incorporaba “una letra infantil metida a cañonazos”. Goyo seguirá allí, erre que erre, cantando sus canciones, buscando ser feliz de algún modo, en pos de su destino. Y que se ría de él la gente, si eso les place. Qué más dará.


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