Revista Opinión

Zimbabue, un país para un solo hombre

Publicado el 13 septiembre 2016 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Robert Mugabe lleva en el poder en Zimbabue desde el mismo año en el que Kool & the Gang lanzara su canción “Celebration” –ha llovido desde entonces. El longevo presidente ha visto como la “celebration” de su nonagésimo segundo (92) cumpleaños puede no ser tan feliz como la de años anteriores.

Los movimientos de activistas civiles han vuelto a situar a la dictadura africana en el mapa internacional. El movimiento en redes sociales con campañas como #thisflag, han catalizado el sentimiento de hartazgo de los zimbabuenses.

Tras años manteniendo su régimen a fuerza de garrote, el anciano dictador se enfrenta a la ira de su población que no ve avance en la caída libre de la economía del país. Su avanzada edad no juega en su favor pues pone aún más presión en sus aliados, que ven un futuro conflicto en torno a la sucesión del líder.

Mugabe comiendo tarta en la celebración de su 89 cumpleaños en 2013. Imagen de REUTERS por Philimon Bulwayo
Mugabe comiendo tarta en la celebración de su 89 cumpleaños en 2013. Imagen de REUTERS por Philimon Bulwayo

Sin embargo, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Mugabe es un veterano de la política autocrática. En estos 36 años de gobierno ha cogido experiencia para afrontar situaciones como esta. Pero los años pasan para todos. ¿Estará el dictador en condiciones de hacer frente a la nueva ola de protestas en el país?

De Rhodes a Mugabe

El actual Zimbabue era lo que se conocía como Rhodesia del Sur. Cecil Rhodes, uno de los personajes claves en la construcción del imperio colonial británico en el continente africano, daría nombre al territorio de Rhodesia. La zona sur es lo que hoy en día conocemos como Zimbabue. Sería el mismo Cecil quien firmaría en 1888 los pertinentes acuerdos de explotación minera con las tribus locales.

La colonización del territorio no sería nada fácil para el imperio. Las políticas de los colonos y la metrópoli para con los nativos marcarían la relación entre razas. Tribus locales como los Ndebeles o los Shona hicieron frente al invasor en una cruenta guerra conocida como Chimurenga –primera Chimurenga–. Todo el proceso de colonización estuvo muy marcado por la violencia; los guerreros del sur del Zambezi causaron innumerables bajas al poder colonial. Sin embargo, sería el propio Rhodes quien conseguiría firmar un acuerdo con los líderes. Pese a ello, la herencia violenta en las relaciones entre los colonos y los nativos acompañaría al resto de la historia de esta tierra.

La colonización del actual Zimbabue –Rhodesia por aquellos años– no se llevó a cabo del modo tradicional. Encontramos que pese a que hubo un fomento de la explotación de los recursos a gran escala, no fue tan pronunciada como en otros lugares de África. Por el contrario, en el caso de Rhodesia, la parte sur en particular, se fomentaría el asentamiento de los colonos. Estos, una vez usurpadas las tierras, crearon granjas y plantaciones para comerciar con los recursos y asentarse en el territorio. Se desarrolló una pequeña burguesía en la colonia. La forma de penetrar que el poder colonial siguió en este caso influiría en las relaciones futuras entre blancos y negros.

Rhodesia sería el ideal colonial hasta finales de los años 50, cuando los movimientos  nacionalistas africanos comenzaron a poner en jaque a los poderes coloniales. En territorios vecinos –Malawi– se siguió una política de fomento de un gobierno de unidad nacional, preparando la futura independencia: Rhodesia del Sur no seguiría ese camino. La pequeña burguesía blanca prefirió mantener un sistema de gobierno favorable a esta minoría; les terminaría saliendo caro.

En 1965 la minoría blanca, ante la gestión que Londres estaba haciendo de las colonias, llevó a cabo una Declaración Unilateral de Independencia. En este nuevo Estado de Rhodesia del Sur se mantenía la estructura de gobierno y control colonial; todo esto no agradó a la población nativa que veía en este gesto la continuación del sistema.

Ante la resistencia del colonialismo a soltar el poder, surgieron grupos que lideraron la guerra independentista. Comenzaba entonces la lucha por una independencia justa y africana. Por una lado el ZAPU (Unión del Pueblo Africano de Zimbabue) de corte marxista y respaldado por la URSS. En la orilla de enfrente –fruto de una escisión del ZAPU– estaba el ZANU (Unión Nacional Africana de Zimbabue), en el que ya destacaba un joven Robert Mugabe. El conflicto finalizó en 1979, cuando Abel Muzorewa fue nombrado Primer Ministro. Pero los blancos se las apañaron para mantener el poder de ciertos elementos clave del Estado.

No sería hasta finales de ese mismo año cuando, con la firma de los Acuerdos de Lancaster, todo cambiaría: se estableció la República de Zimbabue.  Serían las elecciones de febrero de 1980 las que cambiarían el futuro del nuevo Estado. El partido de Mugabe –ZANU– formó gobierno y este fue elegido como Primer Ministro y Jefe de Gobierno. Comenzaba la nueva historia de Zimbabue.

La fabricación de una historia nacional

Para poder entender la realidad política en la que se encuentra sumido el país africano tenemos que adentrarnos en la compleja idea que durante años se ha ido generando en torno a la historia nacional zimbabuense.

La independencia del país, que mencionábamos antes, fue el origen del tipo de nacionalismo que prima hoy en día. Durante la etapa colonial los movimientos independentistas vieron que, si de verdad querían crear un estado nuevo, era  necesario dotar a este de una historia y de un sentimiento nacional común.

El discurso de Mugabe continúa con la retórica anticolonial, solo que ahora reconducida hacia el nacionalismo interior. (AP PHOTO/Tsvangirayi Mukwazhi)
El discurso de Mugabe continúa con la retórica anticolonial, solo que ahora reconducida hacia el nacionalismo interior. (AP/Tsvangirayi Mukwazhi)

Lo que marcaría enormemente al nacionalismo zimbabuense es el rechazo que desde el principio se fomentó al período colonial. La construcción del nacionalismo estuvo centrada en fomentar los rasgos africanos del territorio y sus gentes. El discurso político de los nuevos líderes apelaba a ideales pre-coloniales, desechando cualquier tipo de influencia recibida durante los años de gobierno británico. Todo esto ha marcado profundamente al sistema político y al discurso de las clases gobernantes de Zimbabue.

Las ideas, como se ha dicho en otras ocasiones, son una forma de control, pueden servir para alterar la percepción de la realidad y los contextos. En este aspecto la construcción del nacionalismo de Zimbabue es prueba clara de cómo funciona. Desde el comienzo de la lucha por la independencia se ha cubierto con un velo la influencia del período colonial. Hasta tal punto llegarían los esfuerzos por acabar con la influencia de los blancos que el propio Mugabe animaría a la gente a dejar de usar la ropa típica de occidente como los zapatos o calcetines. Sin embargo, pese a todo este afán por acabar con ese pasado, es innegable que aquellos revolucionarios se sirvieron bien de las estructuras de control y gobierno colonial para afianzar su posición. Todos eran conscientes de que, pese a sus esfuerzos, no podrían huir tan fácilmente de ese pasado.

A su vez, la etapa colonial sería el caldo de cultivo perfecto para que el característico nacionalismo de Mugabe floreciera. En origen el nuevo gobierno abogaría por una política de reconciliación, centrando sus esfuerzos en mejorar la situación de las clases menos favorecidas mientras se mantenía la cohesión dentro del nuevo Estado. Pero, el corte panafricanista de las políticas y el énfasis de las raíces históricas precoloniales no facilitaron dicha cohesión, incrementando poco a poco la división étnica y racial.

Pese a las políticas de connivencia fue muy difícil que blancos y negros dejaran de lado sus diferencias. De una parte la minoría blanca veía cómo todo el sistema en el que habían vivido se iba yendo al traste por una mala gestión de los recursos del país. Ante esta situación muchos comenzaron a mirar con añoranza el pasado glorioso de Rhodesia del Sur. En la otra cara de la moneda estaban las clases bajas zimbabuenses, negros que habían vivido bajo el poder colonial antes de la independencia, quienes tendieron a culpar a la burguesía blanca de la escasez de recursos. El gobierno en la primera década tras la independencia centró sus esfuerzos en fomentar servicios educativos y económicos con el fin de ayudar a las clases negras. La inversión de recursos en estas políticas se realizó sin ningún tipo de planeamiento de recuperación de los mismos, solo había gasto, nadie desarrolló una estrategia de recuperar lo invertido.

Todo esto ocurría mientras a través de estas políticas se iba fomentando una idea de Estado-nación que serviría a los intereses de la clase gobernante cuando fuere necesario.

El nacionalismo que el ZANU-PF  ha ido construyendo desde la independencia tiene un marcado corte racista y étnico. La connotación étnica, como en muchos lugares del continente, juega un papel importante; las élites independentistas desarrollaron un discurso etnocéntrico  que facilitó la creación de un partido-nación que basa su fuerza en aspectos característicos de una etnia concreta. En los primeros años de la independencia las tensiones étnicas sumirían al país en un conflicto –Gukurahundi– que se saldaría con la muerte de cerca de 30.000 Ndebeles y el afianzamiento de la posición de poder de otras etnias como la Shona.

Mugabe tras la declaración de independencia
Mugabe tras la declaración de independencia

Toda esta base nacionalista y de tensión étnica y racial del nacionalismo zimbabuense es fruto de la pésima gestión y previsión de los acuerdos de independencia. En 1965, con prisas por terminar con el azote de los independentistas, las autoridades coloniales no se preocuparon por dejar bien atado la cuestión racial y étnica. A consecuencia de esto las nuevas fuerzas de gobierno, con un discurso ultranacionalista, heredaron una estructura de gobierno colonial que aderezaron con un aliño discriminatorio. Las ideas racistas que trajeron consigo las corrientes independentistas, muchas fruto de las referencias a la historia pre-colonial, encajaron a la perfección dentro de los mecanismos de control y opresión coloniales.

En los discursos de Mugabe se animaba a rechazar cualquier cosa que pudiera parecer occidental. Además los medios de comunicación hicieron las veces de canales de adoctrinamiento. Como en tantos otros casos, las televisiones y radios fueron amplificadores con los que difundir la propaganda ideológica del nuevo estado.

Pero Mugabe fue más allá. Como futuro buen autócrata se sirvió del contexto económico-social para granjearse el apoyo popular. A través de los programas educativos en el país difundió una literatura histórica amoldada al ideario nacional de su gobierno y de su partido. El peligro que entraña todo programa de aculturamiento nacionalista es lo rápido que puede terminar cerca del autoritarismo y el radicalismo. En el caso de Zimbabue, la “nueva historia” que se enseñaba fue la semilla de una división étnica y racial que germinaría a finales de los 90.

Dentro de todo este sistema nacionalista que sustenta el régimen de Mugabe, encontramos el concepto de Chimurenga. El término significa “lucha revolucionaria”; la historia que el ZANU-PF ha creado gira en torno a dos Chimurengas, que son los polos sobre los que gira el nacionalismo zimbabuense. La primera de ellas da nombre a la resistencia de los nativos a la llegada de los colonos. Y se llama Segunda Chimurenga al período de lucha independentista de los años 70.

Todos estos elementos por separado no tienen por qué parecer tan peligrosos, pero su combinación puede ser caótica. En el Estado dónde el sentimiento nacional es tan fuerte, la posibilidad de apelar a ello para lograr intereses privados es muy tentadora. Este ha sido el caso en multitud de ocasiones. Cuando el partido de Mugabe se encuentra en una situación difícil no tiene más que poner a funcionar la máquina nacionalista. La política zimbabuense se ha vendido como una Chimurenga constante. Unas veces se enfoca desde el punto de vista racial y en otros casos se culpa a partidos o grupos étnicos opositores de estar confabulados con agentes externos para acabar con el proyecto del Gran Zimbabue.

Mugabe: ¿Resistencia o autarquía?

Mugabe, el dictador más longevo de África. De él se ha dicho que la historia de su gobierno bien podría ser parte de un manual sobre como destruir un país. Desde el comienzo de su mandato los escándalos y acusaciones le han perseguido. Las luchas y asesinato de grupos opositores en Matabeleland en los 80, en lo que se conoce como Gukurahundi, dejaron clara la forma de gobernar del nuevo líder. Con el final de la masacre de Ndebeles, el líder opositor Nkomo aceptó un Pacto de Unidad Nacional, creando el partido ZANU-PF, que gobernará desde entonces.

Las críticas al Presidente tomarían mayor peso a finales de los 90. Tras años de gasto y bonanza la economía se resentía. Además surgiría un nuevo partido opositor, el Movimiento de Cambio Democrático (MDC). Viendo que su finca de poder y seguridad estaba amenazada, Mugabe pondría en funcionamiento el sistema para enfrentarse a sus rivales.

A principios del 2000, tras pésimos resultados electorales, inició el programa de reforma agraria. Maquillado con un discurso anti-colonial, les arrebataron las tierras a la pequeña burguesía blanca del país. Se alzaron críticas a nivel internacional, lo que dio más fuerza al discurso anti-colonial africanista. Esta retórica vino muy bien para acabar con grupos opositores acusándolos de cooperar con el enemigo.

Las protestas contra Mugabe están ya relativamente extendidas en el país. Fuente: Furtherafrica
Las protestas contra Mugabe están ya relativamente extendidas en el país. Fuente: Furtherafrica

Todas las actuaciones han ido minando la imagen de Mugabe, del país y han dañado la economía y estabilidad del país. La expropiación de tierra tenía como fin distribuir el terreno entre los más necesitados. Sin embargo quedó en manos de la clase corrupta dominante. Todas estas políticas no gustaron en el exterior y el malestar se materializaría en sanciones económicas y duras críticas, todo sumado a las pérdidas que supuso acabar con la pequeña, pero importante, burguesía blanca. Las tensiones en el país aumentaron y desembocaron en la actual caza de brujas con el encarcelamiento de opositores y reducción de libertades.

De primeras uno asume que Mugabe es un autócrata y un tirano de manual, pero conforme se investiga el tema surgen otras teorías que, de acuerdo o no con ellas, conviene mencionar. Algunos expertos en post-colonialismo han señalado a Zimbabue y a Mugabe como ejemplos de lucha anti-colonial fallidos. En origen le acompañó un discurso africanista, mostrándose al mundo como un dique del avance neocolonial.

Si analizamos la situación tras la independencia, veremos que en Zimbabue la burguesía blanca continuó controlando un 70% de la tierra cultivable del país. Además de que vivía ajena a la realidad socio-económica de la población negra. A sabiendas de esto uno se plantea que tal vez la idea de Mugabe no era mala para Zimbabue, que tal vez se encontrara con obstáculos –como su afán de poder– que no dejaron aplicarla. Por un lado, el poder colonial no educó a los nuevos líderes en una idea de democracia, lo que generó un déficit democrático desde el inicio. Además, los problemas étnicos dificultaron la unidad nacional. El pasado racista y el poder de los veteranos de la guerra de independencia –hombres que combatieron al racismo – ha hecho que el tema racial salte de nuevo a la palestra.

El otro gran obstáculo fue la estructura de gobierno colonial que heredaron. No se creó un sistema de gobernanza democrático, sino que unos hombres sin experiencia de gobierno, con una fuerte influencia étnico-tribal tomaron el poder, por muy buenas que fueran sus ideas… Todo apunta en otra dirección.

Lo que suele afirmar los defensores de estas teorías es que los poderes exteriores eran conscientes de las debilidades del Estado. A sabiendas de esto, no les fue, ni es, difícil ejercer cierta presión sobre el ya inestable Zimbabue para que la goma se rompa. De ese modo, a través de sanciones económicas, críticas y una presión constante, se podría llevar a un país a una situación muy similar a la que hoy vive Zimbabue, poniendo en jaque –casi mate– al viejo autócrata.

Sea como fuere Zimbabue se enfrenta una situación que le es conocida pero que tiene algo de nueva. El papel de las nuevas tecnologías, la atención mediática que se le está prestando y la avanzada edad del líder hacen de esta etapa un nuevo comienzo para el país. Sin embargo con Robert Mugabe jugando en el campo uno nunca puede dar nada por sentado, conoce las reglas del juego, él diseño el juego, pero ¿ganará esta vez la partida?


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