Revista Viajes

Bangkok y de camino a las islas

Por Zhra @AzaZtnB

Estoy en Bangkok por tercera vez, esta vez coincidiendo con el cumpleaños del rey y el día del padre todo en uno. Más de la mitad de las personas que me rodean llevan una camisa, camiseta o van completamente vestidas de amarillo, en algunas se puede leer “Larga vida al rey” en inglés en otras supongo que dice lo mismo pero está en Tailandés. Si los días normales las calles y edificios están llenos de fotos del rey hoy parece que se han vuelto locos.

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El día que voy al cine y justo antes de empezar la película sale un cartel en inglés pidiendo que te levantes para escuchar el himno real, algo que hace todo el mundo casi con alegría. Sólo voy a estar tres noches en Bangkok, una porque no me di cuenta hasta que era muy tarde que no existen autobuses nocturnos en Tailandia y las otras dos porque aprovechando mi cumpleaños he reservado un hotel con bañera y piscina en la terraza donde pienso pasar todo el día hasta que se me arrugue toda la piel y parezca una viejecita.

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El primer alojamiento está en ChinaTown, no me fijo demasiado pero está decorado con muñecos de peluche gigantes. Salgo de ahí por la mañana, doy una vuelta por la zona y me dirijo al hotel. Nada más llegar un botones me quita la mochila y me la cambia por un papel. Cuando acabo de hacer el registro de entrada y llego a mi habitación el botones ha subido la mochila a mi habitación. No es el sitio con más estrellas en el que he estado, ni siquiera un sitio especialmente caro pero el depósito que me piden por dos noches es más de lo que he pagado en una semana en cualquier albergue u hostal, más me vale no romper nada. Abro la terraza, paso de la hamaca, la mesita y voy al balcón para mirar la ciudad desde arriba, parece un poco menos caótica. Hace calor así que vuelvo dentro de la habitación donde una cama doble de sábanas blanquísimas preside el espacio, a su lado una ventana celosía doble de madera, al abrirla me doy cuenta que puedo ver la TV desde la bañera.

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La habitación tiene un juego de platos, vasos, nevera, microondas, más toallas de las que puedo usar en un mes (aún así acabo usando la mitad), albornoz, zapatillas, paraguas, cosas para el baño y hasta jabón para hacer burbujas en la bañera. La taza del baño es estilo japonés con su asiento electrónico y sus chorros de agua y aire calientes. ¿Entonces sólo dos noches, no? Antes de ir a la piscina doy una vuelta por el hotel, en uno de los dos ordenadores del hall compruebo que no voy a ser capaz de llegar a Singapore para fin de año en tren, me bebo un par de tazas de té y un chocolate pensando qué puedo hacer. Leo en los periódicos que la gente ha dormido frente a no sé qué hospital para ver al rey pero que su precario estado de salud no le ha permitido salir a saludar. Subo a la piscina donde paso toda la mañana. Puedo resumir el resto del tiempo en: comer y estar metida en el agua.

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Después de estar en el norte de Tailandia, bucear en la piscina con vistas a la calle, hacerme peinados de burbujas con la espuma de la bañera y dormir en sábanas impecables me toca ir a ver las famosas playas paradisiacas de Tailandia con sus peces de colores, aguas cristalinas y cursos de buceo baratos.

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La primera parada es Surat Thani donde el tren desde Bangkok llega a las 6 de la mañana, de ahí cogeré un autobús a Krabi para pasar la noche. En el tren vuelvo a estar en una litera superior pero esta vez no he cogido un vagón con aire acondicionado así que no me muero de frío, frente a mi hay un señor mayor todavía con una camisa amarilla en honor al cumpleaños del rey que fue ya hace un par de días. En un momento determinado, cuando apenas hacía unos minutos que habíamos salido de Bangkok y nos acostumbrábamos al traqueteo del tren la marcha empieza a reducir mientras se escucha una canción cada vez más fuerte a medida que entramos en la estación. Miro por la ventana y veo a toda la gente de pie, el señor frente a mí con su camisa amarilla no se inmuta, tampoco la mujer al otro lado del pasillo pero el niño que va con ella se levanta y de la misma se pone recto como un palo. Presumo que es el mismo himno real que escuché en el cine justo antes de empezar al película por el que pedían que todos nos levantáramos pero esta vez imito a las personas mayores del vagón y no al niño. Cuando acaba varios vendedores de comida entran en el vagón con sus cajas de porexpan con arroz, huevo y alguna otra cosa para cenar. El revisor pasa haciendo las camas y poniendo las cortinillas así que aunque nunca se apagan las luces se puede dormir. A las 5:58 el sistema ferroviario de Tailandia se asegura que mi reloj esté en hora haciendo que el tren llegue a Surat Thani con una puntualidad increíble para un tren que ha parado cada 5 minutos en todas las estaciones posibles. El revisor ha tenido el detalle de ir despertando a todos los que nos bajamos en esta estación unos minutos antes y a pesar de la oscuridad cuando paramos estamos todos listos.

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Al bajar del tren me dirijo a información y enseño el billete combinado tren-bus que había comprado en Bangkok, después de los cientos avisos de timos en Surat Thani casi me saltaron las lagrimas de felicidad cuando la mujer me ofreció el billete combinado, me envían a la parte de detrás de la estación donde están el resto de guiris y una señora que sabe una única palabra en inglés: “Hurry” (de prisa) Sí, pero hacia donde? Me embute en un bus local junto a dos chicos, uno de ellos debe medir un metro 60 y entra sin problemas, yo entro justa y el tercero que está entre el metro 75 y 80 dobla la cabeza para poder meterse. Voy en la puerta con un pie fuera del bus pensando que no entra nadie más hasta la siguiente parada donde 4 personas más se meten donde antes no entraba ni un alfiler. No han pasado 10 minutos que la gente empieza a removerse como si fueran hierbas altas en medio de la sabana y un depredador se hiciera camino entre ellas, todavía no lo ves pero las hierbas se van moviendo y temes su llegada. En realidad es sólo el revisor que consigue bailar entre la masa de gente “bien apretadito” e ir cobrando, se salta a los guiris con etiqueta pues la señora Hurry ya ha pagado por nosotros. Una chica aprovecha el movimiento para sentarse la tercera en un sitio para dos y hace más espacio para colocarnos, con el movimiento me he puesto bajo la lámpara y ahora también soy yo quien va con la cabeza doblada. Miro al chico alto buscando solidaridad pero su cuello ya no está doblado, después del paso del revisor su cuerpo forma una diagonal perfecta con el suelo, semi apoyado en un asiento y con una persona bajo su tronco. A la media hora la gente empieza a bajar y cuando ya conseguimos sentarnos llegamos a nuestro destino donde una pick up track nos recoge. Entre la gente aparece una guiri que había estado escondida en el interior del bus. La furgoneta abierta nos lleva a un bar lleno de guiris con mochila en mitad del pueblo donde una mujer revisa los billetes y nos va poniendo etiquetas en la camiseta como si fuésemos mercadería; esta con cara de pringada a Krabi, este con cara de fiestero a Ko Phi Phi y estee… pues venga a Pucket. En menos de 5 minutos ya estoy montada en un bus con asiento propio que me llevará a Krabi, miro las caras de la gente y no hay un sólo español, el bus va plagado de ingleses, australianos y a mi lado se sienta una estadounidense que estudia frases en tailandés. Me pregunto por enésima vez como es que en comparación con otras nacionalidades hay tan pocos españoles viajando y ninguna chica española sola.

Algo me picó ayer en el dedo dejándolo el doble de su tamaño, hoy vuelve a parecer un dedo pero un bulto me indica el lugar exacto donde el bicho decidió posarse un rato y meter el veneno bajo mi piel. Tengo otras picadas en la pierna pero empiezo a acostumbrarme, a pesar del antimosquitos es difícil conseguir que no te piquen los bichos. Por la ventana de mi autobús todo lo que veo es verde, pasando por el verde sucio de las palmeras bajitas hasta el verde brillante de unos árboles altos que no sé reconocer, un buda dorado aparece en medio de la nada y nos mira pasar desde su pedestar, el sol ya levanta 2 dedos sobre las casas pero aun no molesta, los niños uniformados esperan con el móvil en la mano que pase el bus para llevarlos al colegio, cuatro días después se pueden ver ropas amarillas en honor al rey, un camión lleno de huevos para frente a una tienda y volvemos a estar rodeados de árboles verdes y alguna casa de madera. Quiero matar al que inventó el aire acondicionado, mi chaqueta está en la mochila grande en la parte baja del bus y rodearme con la manta térmica me parece un poco extremo.
Son las 10am y he llegado a Krabi, se nota que por aquí pasan hordas de turistas de camino a las islas, menús en inglés, tailandeses ofreciendo excursiones en cada esquina. Separan a la gente que sigue hacía las islas y yo me voy a ver el pueblo, un cangrejo gigante adorna el paseo marítimo y al fondo se ven dos montañas escarpadas que cubiertas de árboles verdes dejan pasar parte del río entre ellas. Paso por correos y aprovecho para comprar sellos y enviar alguna postal. Cuando por fin hago el registro de entrada conozco a un malagueño y un fotógrafo valenciano que se acaban de conocer e insisten que no tengo acento catalán. Les explico que llevo bastante tiempo fuera de Catalunya pero no se convencen hasta que les digo que soy de Barcelona capital: “Ah! claro! Ahí no se habla catalán de verdad”. A la mañana siguiente cojo un barco hacía Ko Phi Phi y uno de los chicos me ofrece un mapa de la isla aunque reconoce que es muy pequeña, me río y pienso en Koh Rong con su costa que era a la vez la única calle y hacía las veces de paseo marítimo, puerto, zona de comida, playa y centro de la isla.


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