Revista Viajes

Beijing, magia, rock, budismo y chinos...

Por Viajeporafrica

Antes de terminar el recorrido por una de las capitales que más me ha impactado en los últimos tiempos, quiero dejar fotos de algunos eventos, y algunas otras impresiones que se fueron quedando fuera de los otros relatos por falta de espacio, de tiempo, y de otros etcéteras que se diluyen en el día a día de quien escribe. Para empezar debo decir que cuando uno se mueve por Beijing, se mueve por una ciudad hiper contaminada, inmerso en un océano de aproximadamente veinte millones de chinos.

En la época invernal las temperaturas llegan a ser bastante bajas, los cielos bastante grises, y son muy frecuentes las nevadas. Hay infinitas líneas de subte, infinita cantidad de autobuses, y al menos cuatro grandes estaciones de tren en cada punto cardinal de la ciudad. Lo más importante, lindo y llamativo es que más que cualquier ciudad que haya visitado, pareciera estar pasando absolutamente todo, todo el tiempo. No se trata de cultura, de movimiento, de fiestas, de conciertos, o de estrellas de rock en hoteles lujosos. Se trata de, literalmente, "todo".

Es insólita la cantidad de negocios, la cantidad de museos, la cantidad de plazas, la cantidad de exhibiciones, arte, edificios, adornos, animales comestibles, restaurantes, policía encubierta, carteles, gente, motos, subtes, autos, exposiciones, mercados, comercio, etc. Recuerdo mi cuerpo conviviendo con ese tipo de ansiedad y de excitación que sólo aparece cuando se percibe racionalmente que jamás en la vida uno va a tener el tiempo para investigar, entender, o disfrutar de todo ese infinito cúmulo informativo desparramado en cada cosa, hecho o acción. Una ansiedad que desemboca en la tiránica realidad que dictamina que la vida es demasiado corta y efímera.

A esa inabarcabilidad, hay que sumarle que uno se está moviendo en un país que en muchísimas cosas vive, siente, y se expresa exactamente en la forma opuesta al mundo de donde usted proviene, y que detrás de toda esa novedad y entendimiento que producen esas expresiones, hay formas de vida que merecen ser rediseñadas, hay experiencias que merecen ser re experimentadas, y se descubren novedosas connotaciones en los conceptos de afecto, de lealtad, de paz y de libertad que los obliga a ser repensados. Existe otro sentido común, otra religión, otro sistema económico, otra vida y también existen las moto heladeras. Es increíblemente asombroso.

Los chinos, en esta primera experiencia de viaje netamente asiática, me sorprendieron constantemente para bien. Hemos sido beneficiarios de muchos despliegues de amabilidad que sólo había experimentado en algunos lugares de África. Personas que no saben hablar inglés intentando entenderte a través del traductor del teléfono. Personas dejando lo que tienen que hacer para llevarte hasta la puerta de donde uno quiere llegar. Silencio, amabilidad y buenos modales con el prójimo. Inclusive en Beijing muchas veces uno no llega a notar que está en una gran ciudad contaminada y superpoblada, porque el chino como las motos eléctricas que usa, casi no hace ruido... y aparentemente tampoco jode demasiado al vecino.

El chino fuma cigarrillos, fuma uno atrás del otro, convida uno atrás del otro; al mismo tiempo consume y convida también todo el té verde que puede. El chino se sienta en el umbral de su negocio "milenario" y contempla la calle. Me he quedado largo rato observando a varios de estos personajes en diferentes ciudades y nunca pude sentir que siquiera me acercaba a alguno de sus efímeros pensamientos. El común del chino es hermético y en principio poco demostrativo, pero en líneas generales, limpio y puro de corazón al final (aunque gratis no es nada). Me permito esta generalización aunque haya muchos tipos de chinos, muchas culturas y muchas etnias. Como sé que todo lo que agregue de ahora en más, va a pecar de ignorante y de incierto, quiero decir entonces que por sobre todas las cosas, y mucho más allá de las posibles e infinitas descripciones, que el chino: es un amigo.

Para no dejar ignorancias libradas al azar entonces (ni a una memoria de la que empiezo a desconfiar), me limito a postear entonces las fotos de las recorridas que nos quedaron pendientes en los relatos anteriores. Comenzamos en el "Museo Nacional de Arte de Beijing", edificio que logramos encontrar sólo luego de rebotar por Beijing por alrededor de dos horas, y del cual no nos llevamos nada más que un poco de colecciones muy bonitas de arte. Un museo piola, lleno de gente piola y una excursión que más que piezas artísticas, nos puso en contacto con el mejor costado de la amabilidad china.

También hubo lugar para excursiones individualistas en las que cada uno se entregó a sus propias ansiedades. De esta manera se nos vio caminando por separado entre exhibiciones de té, barrios-exhibiciones de Street Art, Museos de Guerra y Museos de historia. Cada uno con su pedo y con su propia locura cósmica entonces, nos movimos bajo tierra, inmersos en las líneas de subte más largas del continente, conectándonos con esa extraña sensación de ser parte de un termitero infinito que en cada pequeño agujerito que asoma al exterior, propone el encuentro con algún mundo nuevo.

En algún momento, y como todo en esta maravillosa vida que vivimos, que sinceramente muchas veces no sé para qué la vivimos, y por vez número mil quinientos millones: se terminó, se fue, no tá más. Voló al cielo de los recuerditos y de ahí no va a volver. Por suerte tengo muchísimas fotos para cada tanto asentar un poco esta inútil melancolía, y martillarme la cabeza mezclando pastillas y alcohol, mientras trato de olvidarme que esta vida cornuda pasa más rápido que una Ferrari. En fin...

La última imagen de Beijing fue la del encuentro en la estación de subte "Goloudajie", para proveernos de los básicos para el viaje de vuelta a Shanghai. Aquella noche nevaba. La luz del ambiente era lo suficientemente intensa para dejarnos ver los negocios y las calles, y lo suficientemente tenue para crear esa atmósfera confusa y anárquica de noche mística de cuentos navideños. Estábamos cansados, pero de muy buen humor y más que satisfechos con la vida. Hicimos las compras rápida y efectivamente. Volvimos al bar a buscar las mochilas, y a agradecer y a despedirnos de la humanidad de Karylin y Karylon. Les guiñamos el ojo y les dijimos en chino: "Invertite un par de morlacos más y metele un baño". "Hasta la próxima y muchas gracias por tanto y por todo".

Volvimos a la intensidad de la fría intemperie para perdernos entre la clandestina y anárquica muchedumbre de Beijing. Como por un literal tubo salimos a la estación central de trenes... Corrimos hasta el andén, nos subimos y "chukuchukuchuuuu..." hasta el siguiente destino, que en este blog en general significa hasta el próximo capítulo. Beijing fue desapareciendo ante nuestros ojos dejando una suave y perdurable estela de amor y de paz en nuestros corazones. Hasta la próxima... Gracias por tanto... ­¡Salud!


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