Revista Viajes

Beijing, Una visita a la Gran Muralla China en Badaling...

Por Viajeporafrica

Me desperté lidiando con ese agitador interno que a veces te patea los sueños: , pero con el tornillo que hace a la mañana en "Hoy es un día importante querido. Dale, levantate". Claro, uno no va todos los días a la Muralla ChinaBeijing, aunque sea la primera y única vez en la vida, uno lo piensa minuciosamente. No es un tema menor ni fácil como usted lo imagina. Es una "excursión" a unos cuantos kilómetros de distancia de Beijing, que se puede traducir en muchas horas a la intemperie con nieve, viento, frío, y muy posiblemente un poco de hambre y sus incomodidades anexas. Como si esto fuera poco, Vico no soporta el frío, y la Rubia no nos banca más, así que esta decisión aparentemente tan obvia de ir de visita a la muralla en alguna madrugada chinesca, se puede volver un poco más complicada.

De todas formas, luego de un muy breve debate, nos auto cacheteamos y decretamos que si era una sola vez en la vida: "Todo más que bien... Dejemos las excusas de lado y sincronicemos los relojes para despertarnos a las seis. Crucemos al baño público a lavarnos los dientes y de paso fumarnos el meo milenario de infinitos chinos impregnado en la paredes, y quedemos bien despiertos para emprender nuestro audaz camino hacia una de las obras arquitectónicas más llamativas de la historia de la humanidad". Con tanto plan, sólo restaba rastrillar hasta la última ropa que no tuviéramos en las mochilas, vestirlas imaginariamente unas sobre las otras, y no conforme con esto, agarrar las bolsas de dormir para usarlas como frazadas. Termo, tentempiés, frutas, café en sobrecitos y ahora sí: "Muralla: preparate... Te vamos a cagar a cascotazos".

Salimos con las ideas claras y un plan afinadísimo, aunque por desgracia no nos iba a servir de un carajo. Suele suceder en los viajes (y en la vida en general) que si uno planea detalladamente un día para que sea "perfecto", ese día corre serios riesgos de transformarse en una porquería. Claro está que es todo culpa de las expectativas que interfieren. A nosotros lo único que nos funcionó de todo el plan, fue el primer subte hasta llegar a la estación de tren. Desde allí pretendíamos transitar los ochenta kilómetros que nos separaban de " Badaling", una de las zonas más visitadas de la muralla, y la que habíamos elegido en ésta, nuestra única ocasión en la vida. "No, hoy el tren no sale hasta las 11 horas", a lo cual respondimos muy seriamente: "Le pedimos por favor, agregue un tren ya mismo".

El chino no se rió. Primero porque no era un chiste, y segundo porque no entendía español, pero consiguió sacarnos de encima indicándonos dónde quedaba la estación de buses que podía socorrer nuestras pretensiones. Un poco de ofuscamiento y desilusión, una sórdida y molesta caminata entre mares de gente, y por fin llegamos a la bendita parada. Intentando encontrar el colectivo indicado, y como era de esperar, nos topamos con "Don Turismo", ese ente que tiende a tratar a las personas con una energía símil a "rebaño-ganado dador de dinero", y que además de haber perdido la sensibilidad, es lo que directamente podríamos denominar: "un pelotudo a cuerda". Discutimos un poquito por la plata, otro poquito por los tiempos, y otro poquito por vaya uno a saber qué carajos. Ya ni me acuerdo si teníamos razón. Lo importante fue que logramos encontrar el bendito colectivo y que íbamos a llegar bien tempranito a la muralla.

El viaje finalmente duró alrededor de una hora. Para nuestra gran sorpresa éramos los únicos occidentales en algunos kilómetros a la redonda. El colectivo nos dejó en las inmediaciones del complejo. "¿Y ahora?". Hicimos un primer paneo y el lugar la rompía sin siquiera esforzarse. Aunque lleno de nieve y de frío por todos lados, también lleno de magia y de ladrillos apilados uno sobre el otro por algo así como 21000 kilómetros. No sabíamos ni dónde quedaba la entrada. Había carteles que prohibían ir en algunas direcciones, y como siempre, exactamente en esas direcciones íbamos nosotros; primero porque el mundo ya entendió que todo lo prohibido o es mejor, o te llena de libertad, pero más que nada porque muchas veces por esos caminos existe la posibilidad de no pagar. Mientras investigábamos, nos echaban y nos mandaban de vuelta a puro gesto de manito. Al final desistimos, decidimos "civilizarnos" y nos fuimos a buscar la entrada principal.

Sólo cuando uno vive y experimenta en primera persona en este tipo de maravillas mundiales, termina de entender realmente qué es lo que hace al sitio tan especial. A uno le puede pasar de pensar: además de ser larga, la rompe en millones de ínfimos y hermosos cristales que decoran la vida al unísono. Usted puede leer algunos impresionantes datos en este "Bueno, una muralla larga. Debe estar buena, pero tampoco la pavada". Bueno, la Muralla Chinalink, pero lo que me sale decir al ver esta locura en primer plano, es que los chinos se fueron literalmente al carajo. La longitud del segmento de la muralla en Badaling es de algo así como tres kilómetros. Esos tres kilómetros son un parque de diversiones arquitectónico, contextualizado por un paisaje en el que si te das vuelta un segundo, se te pierden los sentidos. Inmensidad, inconmensurabilidad, hermosura y nieve.

Si a todo este cóctel de inabarcabilidad sensorial le agregamos muchos chinos turistas que se intentan sacar fotos permanentemente con occidentales, y un poco de porrito a escondidas de la policía, seguramente estamos hablando de la alquimia perfecta para robarle un evento memorable a la vida. Había chinos en remeras de mangas cortas. Había carteles en chino. Gente hablando chino. Montañas chinas y teleféricos que pasaban por los costados. El día se hizo de goma y se amoldaba a nuestros estados de ánimo. Subimos y bajamos ciento veintiocho mil escalones.

Caminamos todos los pasadizos que encontramos y hasta tuvimos la lucidez de buscar un lindo lugar para observar la puesta del sol. El día se deshizo, se esfumó, se voló y se disolvió. No tengo idea qué fue lo que pasó, hasta que caímos en cuentas que nos estábamos quedando solos y que los chinitos habían comenzado el exilio hacia un mundo con más calor. Lo recuerdo como un intenso viaje al final de la retina... navegando entre risas, frío y sensaciones internas de alto vuelo.

En algún momento tuvimos que espabilar e iniciar una muy rápida retirada. Cuando llegamos a la entrada principal nos dimos cuenta que estábamos literalmente solos y abandonados, como Lito Nebia en su balsa. No había una sola persona en toda la periferia. No había autos, ni colectivos, ni chinos. "¿Y ahora?". Se las hago corta: nos salvó la policía. Aunque usted no lo crea pasó un patrullero por la ruta mientras caminábamos sin rumbo. Frenaron y conseguimos hacerle entender que necesitábamos llegar hasta la estación de tren para volver a Beijing. Muy serviciales y con cara de muy buena gente decidieron hacernos los favores. El penúltimo tren del día estaba por llegar en diez minutos. Compramos los tickets, y muy tranquila y apaciblemente, la magia fue llegando a su fin... sin resaca.

Un día perdido en el tiempo... Aquella vez que fuimos a la gran Muralla China ... Reveo las fotos y todavía me cuesta creerlo. Gracias de nuevo a este par de rubios extremos. Es un buen momento para decirles que se los extraña y que se los quiere mucho. ¡Salud!


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