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Buscando a Elvis Presley, en Memphis

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

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Hay mucha música concentrada en Memphis. Nombres que saltan de todas sus esquinas y que son ellos un ritmo propio, un sonido que se cuela por los sentidos, que es blues, jazz, rock&roll, soul, gospel, country; todo al mismo tiempo.

El nombre de Elvis Presley no pasa desapercibido. La historia de ese muchacho nacido en Tupelo, Mississippi, se respira en toda la ciudad. Se sabe que llegó a Memphis con su ropa raída y la guitarra a cuestas para intentar grabar unas canciones que a nadie le interesaron mucho escuchar. Ese sitio en el que cantó delante de un micrófono por primera vez, fue Sun Studio y creo que la mejor manera para comenzar a entender cómo es que Elvis se convirtió en El Rey, es visitando este espacio para estremecerse de emoción al escuchar las grabaciones originales. Uno no llega a Memphis al azar; uno llega hasta ahí porque la música llama. La curiosidad no es suficiente.

Para alguien, como yo, que ha crecido escuchando a Elvis (algo que siempre busqué por instinto), estar en Memphis era una especie de emoción contenida. Tratando de entender el mapa, vi que en el downtown había una plaza con su nombre. ¡Debe ser monumental! ¡Es el rey! fue lo que pensé, y por eso no oculté mi decepción al ver que era pequeñísima, con una estatua de bronce cercada y que refleja una de las mejores facciones de Elvis. La estatua, por cierto, es réplica de la primera que se le hizo en bronce en 1980 y está allí desde 1997. Ahí me quedé un rato, en su brevedad y quietud, viendo como de tanto en tanto los turistas llegaban, se hacían alguna foto, le daban la vuelta, revisaban qué ruta tomar y seguían su camino.

Estoy en Beale Street, el epicentro musical de Memphis y la camino varias veces hasta que decido perderme en sus transversales. Así fue como llegué a The Arcade y ordené un helado de vainilla como excusa para conocer este café que está allí desde 1919 y al que Elvis solía ir una que otra tarde. La mesa en la que se sentaba (la última, alejada de la puerta) tiene su foto y alguna frase. No importa si hay comensales allí o no; los curiosos se asoman, miran la mesa como si trataran de ver al mismísimo Elvis, hacen fotos y se van. Yo decidí sentarme un rato en la mesa del frente mientras terminaba mi helado y no escapé de ese juego de tratar de imaginarlo, comiendo una hamburguesa un día cualquiera.

En el bar de Sun Studio

En el bar de Sun Studio

La plaza de Elvis

La plaza de Elvis

Y la famosa mesa en The Arcade Restaurant

Y la famosa mesa en The Arcade Restaurant

Sin embargo, el sitio donde todos los fanáticos de Elvis se encuentran es en Graceland, su casa. La mansión que construyó a su antojo y que hoy recibe miles de visitantes al año. Todo cobra sentido en este lugar. No se trata solo de su música, sino de entender cómo la timidez de ese Elvis de 18 años se transformó en excesos que no supo manejar, cómo la depresión lo arropó, cómo los sonidos del piano y su guitarra eran su refugio perfecto, cómo necesitaba de la soledad y la grandeza. Me gustaría pensar que todos los que llegan hasta allí pueden percibir esos detalles, más allá de recorrer por horas las paredes llenas de discos, reconocimientos o de los trajes que utilizaba. Elvis es más que eso.

Los precios para entrar a Graceland varían (ya lo he contado aquí). No se trata nada más de la mansión. Hay una serie de exposiciones que resumen la vida de Elvis en todos sus aspectos: su paso por Hollywood, su carrera militar, sus trajes, discos, carros, aviones, artículos personales, premios, las fotografías más preciadas, videos familiares y un largo etc. Hacer un recorrido por Graceland es desnudar a Elvis, no perdernos de ninguno de sus pasos. Tanto que cuidaba su privacidad y ahora podemos entrar a todos sus espacios y escudriñarlos para entonces sentir una mezcla de emociones: estoy ahí, en el mismo lugar que estuvo quien tanto admiras, pero quieres cuidarlo, abrazarlo, y quizá por eso no me molesta que solamente se pueda recorrer la parte de abajo de la casa; la de arriba está cerrada en respeto a él, no solo por que fue allí donde lo encontraron sin vida, sino también porque prefería que lo dejaran en soledad cuando subía.

Pero ciertamente, cuando caminas por su casa entiendes también un poco su música y su baile. A Elvis no le gustaba estar quieto. Y me gusta pensar que así era y que por eso construyó un espacio tan variopinto para no aburrirse. Una cocina tan distinta a la sala de billar, a la sala de la selva (que también era su estudio), a la sala para ver televisión, un espacio para sus caballos, para jugar raquetball, para colocar sus pianos, para las máquinas de hacer ejercicio que no usó. Elvis reunió en Graceland todos sus gustos, su sencillez y egocentrismo, incluso su tristeza y sus triunfos. Recorrer su casa es un suspiro sostenido.

La sala principal de Graceland

La sala principal de Graceland

El salón de billar, decorado a su gusto

El salón de billar, decorado a su gusto

Uno de sus tantos autos

Uno de sus tantos autos

El Jardín de la Meditación

El Jardín de la Meditación

Un suspiro que se va en cuanto llegas al Jardín de la Meditación, ese espacio verde con el caer lento del agua que utilizaba cuando necesitaba pensar tranquilo y en el que hoy reposa junto a las tumbas de sus padres y su abuela. Un suspiro que se va cuando lees sobre su lápida las palabras de su padre que dicen que era buen hijo, pero que quizá Dios se de cuenta de lo cansado que estaba y por eso se lo llevó.

A Elvis hay que buscarlo en Graceland, en las esquinas de Memphis que aún guardan su música. Ir por ahí entendiendo su leyenda, tarareando sus canciones y viendo mucho más allá de la portada de algún disco. Al menos es así como lo entiendo, no tengo otra manera de concebir su música y su esencia.

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PARÉNTESIS. Escribo esto mientras escucho las 24 pistas grabadas en el disco The Million Dollar Quartet Sessions (o el cuarterto del millón de dólares, en español), y que compré en Sun Studio. Son grabaciones de una sesión musical improvisada entre Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins y Johnny Cash el 4 de diciembre de 1956. En los distintos tracks se les escucha riendo, imitando voces, jugando con los instrumentos. Cuatro grandes haciendo música. Una joya que no quería dejar de traerme como recuerdo absoluto de mi paso por la ciudad.


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