Revista Cultura y Ocio
El electricista texano Ron Woodruf apenas puede creerse que le queda un mes escaso de vida cuando descubren que tiene el SIDA a mediados de la década de 1980. Guiado por una fuerza de voluntad inusual, Woodruf emprenderá una cruzada personal contra las farmacéuticas y las políticas de los hospitales mientras intenta salvar su vida, al mismo tiempo que deja atrás viejos prejuicios.
Estamos ante una de las películas sorpresa del pasado 2013, una que pertenece al grupo de pequeños filmes independientes que con un presupuesto reducido logran contarnos una historia humana y emocionante, normalmente protagonizada por un reparto adecuado. Los responsables de Dallas Buyers Club son los semidesconocidos guionistas Craig Borten y Melissa Wallace, quienes han adaptado los hechos reales de la vida de Ron Woodruf y han construido un relato que mezcla un canto a la lucha por la supervivencia con una acertada denuncia al sistema médico estadounidense y a los tejemanejes de las todopoderosas empresas farmacéuticas. El encargado de plasmar esta historia en fotogramas ha sido el canadiense Jean-Marc Vallée, director solvente de películas como La reina Victoria.
Con un ritmo pausado pero constante, Dallas Buyers Club nos presenta al protagonista, un electricista grosero, mujeriego, homófobo y alcohólico que se niega a rendirse cuando se ve inmerso en la epidemia del SIDA de los años 80. En su incansable búsqueda de medicamentos beneficiosos pero todavía no aprobados, Woodruf viajará a países como México y Japón, traficará con drogas, trabará amistad con personas a quienes antes despreciaba e ideará un club en el que vender medicinas de forma clandestina. Vallée opta por un estilo sencillo pero correcto para plasmar esta historia, apenas se recrea en los ambientes sórdidos por los que se adentran los personajes, y precisamente deja que sean los protagonistas quienes conduzcan la historia.
De este modo, no es de extrañar que los actores protagonistas sean de los más aclamado de la película. Tenemos a un irreconocible Jared Leto que regresa al mundo del cine después de una larga ausencia como Rayon, un transexual que padece SIDA. El retrato de Leto es a la vez decadente, esperanzador y vívido, mientras que su compañero de reparto, un renacido Matthew McConaughey, se funde con el personaje de Woodruf y consigue involucrar a los espectadores en la evolución y distintas etapas que atraviesa el protagonista en su lucha contra la enfermedad, el entorno que le rodea y las fuerzas que escapan de su poder. Una gran interpretación, capaz de soportar el peso de la película, y la prueba de que estamos ante un inmenso actor (el tipo está alcanzando el nivel del viejo De Niro entre Mud, El lobo de Wall Street, True Detective y la película que hoy nos ocupa). Su compañera de reparto, Jennifer Garner, tampoco lo hace nada mal, y ofrece un punto de vista externo con el que el espectador puede identificarse fácilmente, si bien su labor queda algo ensombrecida ante los cambios físicos extremos de sus compañeros de reparto.
Tal vez se eche en falta un toque algo más personal en la dirección, pero gracias a la labor de los actores y de la modesta pero efectiva puesta en escena podemos disfrutar de una recomendable historia que combina a la perfección humanidad con denuncia ante temas que tristemente siguen vigentes.
Ficha de la película.