Revista Opinión

Diálogos socráticos sobre los gobernantes

Publicado el 16 marzo 2013 por Romanas
Diálogos socráticos sobre los gobernantes  Llevo siglos diciendo lo mismo y por eso quizá debería callarme pero creo una obligación sagrada continuar esta campaña, o tarea, de desenmascaramiento que inicié el otro día.  El mundo, tal como lo hemos organizado, no tiene solución.  No podemos tolerar, y lo hemos hecho, que todo el poder se concentre en unas pocas manos.  Las fuerzas, los poderes, si están absolutamente libres, son esencialmente nocivos, dañinos. Esto lo saben ya incluso los párvulos. Todo poder exige por sí mismo su contrapoder porque todo, en esta puñetera vida, funciona como los 2 platillos de una balanza.  ELLOS sí que lo saben y no sólo lo saben sino que también lo ponen en práctica, es la regla de oro de su actuación, siempre, siempre, siempre, tratan de desequilibrar la balanza.  Desde lo más lejano de la Historia, desde lo más profundo del espíritu humano, surge esa necesidad de compensar los poderes. Es una larga tradición entre los hombres más sabios, los más estudiosos, también, la mayor parte de las veces, los más honrados.  Para mí, uno de los diálogos más importantes que se han producido en el mundo, en la Historia del mundo, es aquél que tuvo lugar entre dos de los más grandes genios que ha dado la humanidad, Platón y Sócrates, en el que se plantearon el problema esencial que ahora nos aflige parece que para siempre: “¿quis custodiet ipsos custodes?”.  ¿Quién vigila a los vigilantes? ¿Quién nos protegerá de los guardias, de los gobernantes, de los jueces, de los poderosos, que tienen el dinero suficiente para comprar a todos estos otros?  Si nos fijamos un poco, sólo un poco, nos damos cuenta de que nos hallamos en pleno caso Bárcenas.  Bárcenas era uno de esos custodios, uno de esos vigilantes, se ocupaba de cuidar de que todos nosotros no nos saliéramos de madre.  Controlaba a tipos como Aznar, el vigilante de todos los vigilantes, el hombre que, a su vez, controlaba a todo el mundo, porque, en este mundo todos tienen un precio, incluso yo, mi precio es este pequeño espacio de tiempo para dedicarme a pensar, a escribir, a intentar desentrañar precisamente este jodido problema del poder y de su puñetero control, si yo no tuviera tiempo, este pequeño espacio de tiempo que tengo para sentarme delante de esta máquina y teclear todo lo que se me ocurre cuando leo las noticias, no sé lo que sería capaz de hacer, porque esto es ahora toda mi vida, eh, parece triste, muy triste pero es mi realidad, mi pobre y triste realidad, pero no se trataba de escribir sobre mí y mis pequeñas cosas sino de esas tan grandes como las que ocupaban a Bárcenas.  Bárcenas no sólo era el tesorero del PP sino también su gerente, un partido político ¿necesita un gerente? Sí, precisa de una organización administrativa por pequeña que sea, pero un partido político grande, con mayúsculas, PP, no es que lo necesite, es que no puede funcionar sin él, es su alma mater, la piedra sobre la que gira en realidad todo su poder porque es el que dirige toda su economía y la economía lo es todo, como nos demostrara Marx. El principal negocio de un partido político es alcanzar y ejercitar el poder.  Y el poder es esa fuerza social que lo gobierna todo. Y gobernar representa orientar las fuerzas económicas hacia unos u otros.   En el complejísimo mundo actual, el Estado es, por pasiva o por activa, el mayor negocio, todas sus funciones, las llamadas funciones públicas, se realizan, han de realizarse mediante grandes empresas que el neoliberalismo nazifascista capitalista ultraconservador sostiene que deben de ser privadas, mientras produzcan ganancias pero que deben de ser asumidas inmediatamente por el Estado cuando produzcan pérdidas. El nazifascismo liberal capitalista ha conseguido la cuadratura del círculo, el juego de “siempre gana”: mientras las cosas van bien, mientras reina uno de esos ciclos alcistas de la economía, el Estado es el enemigo a batir, Tatcher y Reagan, porque a lo peor se le ocurra alguna de esas ideas demoníacas de repartir las ganancias, como consecuencia de las tesis de ese maldito tipo, el tal Marx, que se empeñó en proclamar los 2 más grandes y perniciosos sofismas que nunca han sido: que toda la riqueza del mundo es propiedad de todos los seres humanos que lo habitan y que el resto de la riqueza que en él se produce es merced al trabajo humano y se llama plusvalía.  Tan deletéreos principios son absolutamente nocivos porque no sólo atacan la base de la economía capitalista sino que algunos han pretendido que fundamente una economía colectivista que es absolutamente incompatible con la naturaleza humana porque el hombre, se ha demostrado, es incapaz de trabajar eficazmente si no es para enriquecerse él, sólo él, de manera que cuando accede de alguna manera a compartir la riqueza es porque no tienen otro remedio.  Ésta es la acerada crítica que la Escuela de Francfort le hizo a Marx, apoyándose en las ideas de Freud, y que dicha Escuela tenía razón se demuestra repasando las desdichadas concreciones históricas que hasta ahora ha tenido el marxismo: si la riqueza que se produce se va a repartir a partes iguales hagamos lo que hagamos, mi provecho particular, que es lo que el ser humano buscará siempre, residirá en trabajar lo menos posible, ya que si trabajo más lo hago para ellos, para los otros.  En estas condiciones psicológicas, el capitalismo no tiene más remedio que triunfar porque cuenta con esa base humana que Hobbes puso de manifiesto inatacablemente en su Leviatan: “homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre.  Pero se trataba de ver cómo hacíamos para que alguien vigilara a los vigilantes porque lógicamente era inaceptable la propuesta de Platón de que ellos se vigilaran a sí mismos, porque entonces no hubiera habido problema y su diálogo con Sócrates no hubiera sido necesario.  Después de siglos y siglos de laboriosos intentos, parece que lo más lógico es que sean los ciudadanos de a pie los que controlen a sus vigilantes mediante el sistema de elegirlos cada cierto tiempo mediante votaciones directas entre los profesionales más distinguidos, sobre todo por su honradez, tal como se hace en la que algunos, nosotros, no, consideran una democracia perfecta, la usaniana, en donde jueces, fiscales y gobernantes en general son elegidos por sufragio secreto, libre y directo por los electores.  Todo lo contrario que aquí, donde los jueces y fiscales son una casta endogámica de carácter vitalicio que no tiene que preocuparse de hacerlo bien porque serán jueces y fiscales hasta la más provecta ancianidad y los políticos se eligen mediante listas cerradas entre una casta más endogámica aún que la de los profesionales de la justicia, de manera que, como decía Platón, son ellos los que se vigilan a sí mismos y así nos va.

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