Revista Atletismo

El dios de los pies descalzos

Por Ferbelda @ferbelda
La imagen de sus pies desnudos, golpeando una y otra vez el asfalto de la capital italiana, reposa para la eternidad en el archivo de los momentos inolvidables de la historia del deporte. El etíope Abebe Bikila saltó a la fama en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 al vencer en la prueba de maratón… corriendo descalzo. En este artículo repasamos la historia -gloriosa y dramática a partes iguales- del considerado por muchos mejor maratoniano de todos los tiempos.
El dios de los pies descalzos


La prueba del maratón cerraba el programa atlético de los Juegos Olímpicos de Roma 1960. Se había programado de noche para evitar las altas temperaturas del tórrido verano romano. En la línea de salida los favoritos eran el ruso Popov y el marroquí Rhadi Ben Abdeselem, mientras que la gran sensación era un desconocido atleta etíope, de nombre Abebe Bikila, que se presentó en la línea de salida con los pies desnudos ante la extrañeza general. En su país había corrido un par de maratones con buenos resultados, pero el resto del mundo apenas tenía noticias de él.

La carrera pasaba por todos los lugares emblemáticos de la capital italiana y miles de antorchas, encendidas en la oscuridad de la noche, le otorgaban un ambiente mágico. Hasta el kilómetro 30 domina la prueba el marroquí, quien mandaba en un reducido grupo de atletas. De repente, Bikila se coloca al frente del grupo imprimiendo un ritmo fuerte que sólo Rhadi pudo seguir. En los últimos kilómetros forzó aún más la marcha dejando atrás a su rival, para entrar triunfante por el Arco de Constantino, al pie del Coliseo, en un tiempo de 2h15:16, que suponía un nuevo récord mundial y rebajaba en ocho minutos el antiguo récord olímpico de Emil Zatopek.

Mucho se ha hablado sobre el motivo que llevó a Bikila a disputar descalzo aquella carrera. La realidad es que no se encontraba cómodo con ninguna de las zapatillas que le había suministrado el patrocinador del equipo, por lo que decidió correr descalzo, algo que hacía en ocasiones en sus entrenamientos. “Quería que el mundo supiera que mi país ha ganado siempre con determinación y heroísmo”, declararía después, añadiendo más épica al asunto.

La imagen de sus pies desnudos, golpeando una y otra vez el asfalto de la capital italiana, reposa en el archivo de los momentos inolvidables de la historia del atletismo. Su triunfo –por sorprendente y por la forma como se produjo- supuso todo un acontecimiento. Nunca antes un deportista africano se había proclamado campeón olímpico… nunca antes un desconocido había irrumpido con semejante fuerza en el panorama del atletismo… nunca antes nadie se había atrevido a correr descalzo una prueba de semejante envergadura. De repente, Bikila pasó a ser un héroe en su país, el orgullo de la África negra y toda una figura del deporte mundial.

Su victoria estuvo además cargada de un simbolismo que trascendía lo puramente deportivo. Quiso la casualidad, o el destino, que la línea de meta de aquella carrera estuviera situada justo debajo del Arco de Constantino, desde el cual habían partido 25 años antes las tropas de Mussolini para conquistar Etiopía en la Segunda Guerra Ítalo Abisinia. Y también quiso la casualidad, o quizá fuera el destino, que su ataque que rompió definitivamente la carrera se produjera al paso por el Obelisco de Axum, monumento etíope expoliado por las tropas italianas en aquella guerra.

El dios de los pies descalzos


Del ejército a la élite
Nacido el 7 de agosto de 1932 en Jato (localidad situada al sur de Etiopía), en el seno de una humilde familia campesina, Abebe Bikila dedicó su infancia y adolescencia a estudiar y ayudar a su padre, que era pastor, en las labores del campo. No empezó a correr en serio hasta que con 17 años se alistó en el ejercito etíope, ingresando poco después en el Cuerpo de la Guardia Imperial del Palacio Real de Addis Abeba. En el ejército empezó a destacar como atleta y allí conocería a una persona que resultó fundamental en su vida, el entrenador sueco Onni Niskanen (contratado por el gobierno de Etiopía para entrenar a sus atletas), quien supo ver y pulir el diamante en bruto que tenía entre sus manos convirtiéndole en el mejor maratoniano del momento.

El enjuto atleta (1,76 m, 57 kg) se dio a conocer en su país en 1956, con 24 años, cuando participó en los campeonatos nacionales de las Fuerzas Armadas, donde logró derrotar en los 5.000 metros al por entonces gran héroe nacional, Wame Biratu, dominador de todas las distancias del fondo etíope. Durante años ambos atletas mantendrían una sana rivalidad (eran grandes amigos), que casi siempre se decantaba del lado del veterano Biratu. Con una sola plaza en juego, Bikila derrotó a su amigo en la carrera que decidía quien correría el maratón en los Juegos Olímpicos de Roma. Cuenta la leyenda que ambos atletas pactaron la victoria de Abebe, ya que Biratu tenía plaza asegurada en los 10.000 metros. Sea como fuere, Bikila –todo un desconocido fuera de su país- se plantó en Roma, donde su coraje y fortaleza le consagraron a los más alto.

Aquella victoria le valió su ascenso a sargento en el ejército etíope y un anillo de diamantes. Sin embargo, en un país revuelto dominado por el absolutista Negus Haile Selassie, el último emperador etíope, se vio envuelto en un turbio asunto que a punto estuvo de costarle la vida. Como integrante de la Guardia Imperial, fue involucrado en un fallido intento de golpe de Estado en el que no tuvo parte activa. Junto con los otros conjurados, fue condenado a morir ahorcado, aunque el emperador le amnistío (era un héroe nacional) y reincorporó a filas, suerte que no corrieron el resto de los implicados.

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Gloria y drama
Regresa a la alta competición en los Juegos de Tokio´1964 donde se consagraría definitivamente como una estrella olímpica. Bikila había seguido una preparación exhaustiva y minuciosa, pero la mala suerte se cruzó en su camino y a falta de cinco semanas para la prueba tuvo que ser operado de apendicitis. Así, sin apenas entrenamiento tras la convalecencia, se presentó en Tokio donde, esta vez calzando ya unas zapatillas, volvía a ganar el maratón olímpico con un tiempo espectacular (2h12:11), que rebajaba en más de tres minutos su propio récord mundial y que suponía correr a 19,152 km/h. De nuevo, y no sería la última vez en su vida, el dramatismo y la gesta caminaban de la mano en su trayectoria. Bikila se convertía así en el primer atleta en ganar dos medallas de oro en dicha prueba, hazaña sólo igualada después por el alemán Waldemar Cierpinski.

Todavía tomó parte en unos terceros Juegos Olímpicos (México´1968) pero, lejos ya de su mejor forma y con dolores en su pierna derecha, se tuvo que retirar en el kilómetro 17. Fue la última gran competición en la que participó antes de que la tragedia se cruzara en su camino. Un año después, sufría un grave accidente de coche cerca de Addis Abeba que le dejó paralizadas las extremidades inferiores, y que le condenó a vivir para siempre en una silla de ruedas. Aquel accidente ponía punto final a una trayectoria atlética impecable, que se tradujo en 15 maratones disputados, de los cuales acabó 13, ganando 12 de ellos.

El 25 de octubre de 1973, con 41 años de edad, una hemorragia cerebral acabó con la vida del “dios de los pies descalzos”, el precursor de los grandes campeones etíopes de la actualidad (Gebresselassie, Bekele, Dibaba, Tulu, Yifter…) Su recuerdo quedará imborrable en la memoria de todos los aficionados al atletismo y de sus conciudadanos, que en su honor pusieron su nombre al estadio nacional de Addis Abeba.

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