Revista Opinión

El Problema de la No Proliferación: Irán y su “derecho” a la energía nuclear

Publicado el 01 julio 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Desde la creación del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), abierto a la firma el 1 de julio de 1968, muchos han sido los países que se han mostrado reticentes a aceptar los términos concretados en el mismo. Una de las razones que explica este hecho la encontramos en que ya desde sus comienzos el tratado se erigió en términos desiguales, pues permitía a los cinco países del Consejo de Seguridad estar en posesión de armas nucleares – como queda acordado en artículo VI y en el prólogo del tratado –, limitando al resto de estados a hacer uso de la energía nuclear con “fines pacíficos”.

El Tratado de No Proliferación, por consiguiente, abrió una brecha entre las cinco potencias que tenían en su poder armamento nuclear y aquellos países que, como Irán o Corea del Norte, querían desarrollar programas nucleares propios, pero se hallaban limitados por las directrices del tratado.

Especial atención requiere el caso de Irán, ya que según quedó demostrado por la Agencia Internacional de la Energía Atómica y los sucesivos informes del que fuese director general de la OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica), el egipcio Mohamed El Baradei, la República Islámica intentó desarrollar un programa de enriquecimiento de uranio con fines militares tanto en 2002 como en 2009. En estos escritos se puso en relieve los problemas que afrontaron los inspectores de la OIEA a la hora de desempeñar labores de reconocimiento e inspección, dadas las negativas de las autoridades iraníes a colaborar y el secretismo que rodeaba a estos proyectos, lo que hizo saltar las señales de alarma en el seno la comunidad internacional.

No obstante, parece haberse producido un giro importante en los acontecimientos, ya que desde 2013 las potencias del grupo 5+1 – Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania – han iniciado una vía de diálogo con Teherán, con objeto de negociar la forma de supervisar el programa nuclear iraní a cambio del levantamiento de las sanciones económicas interpuestas contra el gigante asiático.

Precedentes históricos

El programa nuclear iraní comenzó a desarrollarse ya en la década de los años 50 bajo el régimen del Sha Mohammad Reza Pahlevi, quien dio los primeros pasos en el desarrollo de energía nuclear gracias a ciertos acuerdos bilaterales con EE.UU. y la ayuda financiera recibida por éste. Durante el gobierno del Sha, EE.UU. e Irán mantuvieron importantes acuerdos comerciales y económicos, pues no olvidemos que durante aquel periodo estos dos países eran grandes aliados y algunas compañías estadounidenses como Westinghouse Electric y General Electric ejercían como lobby en Washington, tratando de buscar nuevas oportunidades de negocio en Irán.

De hecho, se llegó a la creación del Centro de Investigación Nuclear de Teherán (CINT) en el año 59 el cual, bajo el mando de la OEIA, fue equipado con un reactor de investigación alimentado por uranio altamente enriquecido. Asimismo, tras la entrada de Irán en el Tratado de No Proliferación en 1968 – ratificado posteriormente en 1970 –, el Sha Mohammad Pahlevi, con el respaldo de EE.UU., se aventuró a planificar la construcción de hasta 23 estaciones de energía nuclear situadas a lo largo de todo el país.

Ya en 1975, el Secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, concluyó un memorándum, U.S.-Iran Nuclear Co-operation, mediante el cual estaba prevista la venta de equipos de energía nuclear a Irán, dando paso a contratos millonarios para las empresas norteamericanas que reportarían grandes beneficios, llegado a cifras tales como los seis mil millones de dólares.

El nuevo clima de cooperación en materia nuclear entre Irán y EE.UU. prosiguió su curso llegando hasta tal punto que en 1976 Gerald R. Ford, firmó una orden que daba facilidades a la República Islámica a la hora de llevar a cabo nuevas investigaciones en la extracción de plutonio del combustible de reactores nucleares, lo que implicaba el acceso a materiales que podían usarse para fines de investigación armamentística.

Además, Irán firmó otros acuerdos durante este periodo con otros estados, como por ejemplo el llevado a cabo entre la compañía subsidiaria del gobierno francés Cogéma, lo que facilitaba en gran medida el avance en materia nuclear. Sin embargo, hubo un giro inesperado en los acontecimientos: la Revolución de 1979 y el derrocamiento del Sha, lo que conllevó una paralización temporal de las tentativas nucleares iraníes y al deterioro de las relaciones entre éste y occidente.
Ya en la década de los 90, Irán retomó su proyecto nucleares buscando apoyo en Rusia para así continuar con la creación de la central nuclear de Bushehr, proyecto paralizado debido a la cercana Guerra del Golfo. Este giro político en Irán también se tradujo en un giro de actitud ante la energía nuclear. El 14 de agosto de 2002, Alireza Jafarzadeh, disidente del régimen iraní, reveló la existencia de dos lugares nucleares no conocidos para la OIEA: unas instalaciones de enriquecimiento de uranio en Natanz – parte de la cual está bajo tierra –, y otras de agua pesada en Arak.

Situación de los emplazamientos de energía nuclear en Irán. Fuente: New Scientist/ Global Security (vía BBC)

Situación de los emplazamientos de energía nuclear en Irán. Fuente: New Scientist/ Global Security (vía BBC)

Esta noticia derivó en una importante crisis diplomática de carácter mundial entre 2005 y 2007, en la que todos los países tenían algo que opinar, lo que su vez desembocó en el aislamiento de Irán del panorama internacional. Por un lado, EE.UU. trató de presionar a la República Islámica por medio de sanciones económicas que según se creía tendrían suficiente impacto para evitar el desarrollo de armas nucleares. Paralelamente, el sector conservador iraní trató de vincular el proyecto nuclear a su agenda política y programa de gobierno, transformándolo en una plataforma propagandística y convirtiéndolo en una cuestión pública.

Además, durante el gobierno del conservador Mahmud Ahmadineyad, el programa nuclear se relanzó enormemente, llegándose a producir importantes cantidades de plutonio, material imprescindible en la fabricación de bombas nucleares. En octubre de 2009 se demostró que el incumplimiento de Irán iba más allá e incluso se llegó a hablar de la construcción de una planta no declarada cerca de Qom, hecho que junto al incremento por encima del 3,5%, de las cantidades de uranio enriquecido, provocaron una crisis diplomática entre el República Islámica y los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sin precedentes.

Vista Planta de Enriquecimiento de Uranio en Qom. Fuente: BBC World, Middle East (Marzo 2015)

Vista Planta de Enriquecimiento de Uranio en Qom. Fuente: BBC World, Middle East (Marzo 2015)

Por otra parte, en 2011 las relaciones entre Israel e Irán alcanzaron un punto de máxima tensión. Mientras Israel se erigía en el panorama internacional como potencia nuclear consumada, siendo proyectos como la construcción del reactor nuclear de Diona uno de los mejores secretos guardados de la historia moderna; el hipotético desarrollo de armas de destrucción masiva en el “otro” eje geoestratégico de Oriente Medio no sólo irritaba y preocupaba gravemente a la clase política israelí, sino que además dio paso a declaraciones con graves repercusiones político-militares. De hecho, nadie pudo negar lo evidente: incluso EE.UU., aliado por excelencia de Israel, reconoció oficialmente en marzo de 2015 que Israel se halla en posesión de cabezas nucleares, admitiendo que el estado de Israel poseía armas nucleares que estaban fuera del ámbito del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP). Este acontecimiento complejiza aún más la posición de Irán en el mapa geopolítico de Oriente Medio y en el imaginario de la clase política iraní, que ve con preocupación no sólo las sanciones económicas y demás embargos petroleros de occidente, sino también la amenaza que supone un vecino más cercano y hostil, que sí se halla en posesión de 200 cabezas nucleares.

Por otro lado, el incremento de actividades clandestinas por parte de los servicios de inteligencia estadounidense e israelíes unido a las declaraciones antisemitas de Irán, desembocaron en firmes amenazas por parte de Israel con objeto de sabotear las instalaciones iraníes que manipularan energía nuclear fuera del Tratado de No Proliferación. Incluso se llegó a hablar en la primavera de 2012 de una ofensiva militar en solitario y unilateral por parte de Israel.

A este complejo puzle se le añaden otros factores a tener en cuenta como las pretensiones de Irán de cerrar el estrecho de Ormuz al tránsito marítimo – paso fundamental para los buques petroleros –, la posible creación de una ojiva nuclear, y demás atentados contra diplomáticos israelíes, que preveían un desenlace negativo de los acontecimientos.

El (no) derecho de Irán a la energía nuclear

Si nos detenemos a analizar brevemente el Tratado de No Proliferación podemos poner en relieve dos cuestiones clave que entran en contradicción y que ponen de manifiesto los problemas de la No Proliferación: la primera, el artículo IV del tratado se refiere al derecho inalienable de cada estado a desarrollar, investigar y producir energía nuclear con fines pacíficos; artículo al que Irán recurre constantemente cuando salen a relucir acusaciones contra sus plantas de enriquecimiento de uranio, la mayoría de ellas no declaradas. No obstante, tales “fines pacíficos” pueden ser entendidos de forma ambigua y descontextualizada, dando paso a interpretaciones unilaterales y personales que no ayudan en la implementación efectiva del tratado. Por otro lado encontramos que el tratado habla de la creación de una zona libre de armas nucleares, químicas y biológicas en Oriente Medio, proyecto completamente irrealizable puesto que Israel es una potencia nuclear cuanto menos consolidada. Irán, por su parte, prosigue con sus objetivos nucleares, quizá con la idea en mente de que tales proyectos tendrán fines disuasorios, y evitarán posibles amenazas a su soberanía en el futuro o cualquier tipo de injerencia externa.

Por otra parte, el problema de la no proliferación a su vez enlaza con el carácter disuasorio del armamento nuclear, lo que provoca que encontremos férreos defensores de la no proliferación – como Barack Obama que lanzó en la cumbre de Praga su programa “Nuclear Zero” –; así como por otro lado, aquellos especialistas en seguridad internacional que creen que la energía nuclear en general, y las armas nucleares en particular, si se hallan en posesión de un mayor número de países generan un mayor equilibrio en el sistema internacional y evitan nuevas formas de neoimperialismo por parte de las grandes potencias, dado el importante papel que juegan la lógica disuasiva en el imaginario del “otro/enemigo”.

La energía nuclear y las reservas petrolíferas iraníes: un arma de doble filo

Como hemos señalado anteriormente, no sólo encontramos consecuencias políticas para la República Islámica derivadas del desarrollo de su programa nuclear, sino también económicas. Uno de los efectos más significativos del conflicto nuclear y del impacto de las sanciones económicas tanto de la ONU como de EE.UU. y la Unión Europea, el cual ha dejado huella en el desarrollo económico iraní, hace referencia a la incertidumbre generada en los mercados energéticos y las reservas de combustibles fósiles, un nicho de mercado en el que Irán tiene un gran potencial. Entre los principales importadores de crudo iraní podemos encontrar a Japón, Europa, China o Corea del Sur, países que, tal vez a excepción de China, menos preocupada por el conflicto nuclear de Irán, se han manifestado fervientemente en contra del desarrollo de un programa nuclear para Irán propio y al margen de la OIEA.

El país persa requiere para su desarrollo, basado en la exportación de crudo y en el futuro de gas, una cuantiosa inversión de capital, que en la actualidad debe ser extranjero. De esta forma, la actitud de Irán ante el conflicto nuclear ha derivado en sanciones que pueden frenar la colaboración de algunas empresas occidentales en el desarrollo de proyectos de crudo y gas. La importancia para Irán del desarrollo de su actividad petrolera, unido a la negativa de Europa y EE.UU. a colaborar en tales proyectos, frenando así la inversión y el flujo de capitales, puede llevarle a buscar nuevas alianzas que hagan cambiar el actual panorama político-económico global. Ejemplo de ello es la firma de un “Memorandum of Understanding” entre NIOC y la petrolera china CNOOC para el desarrollo del campo de gas North Pars con una inversión de 16.000 millones de dólares.

Oportunidades de Negocio en Irán: yacimientos de petróleo y gas. Fuente: C.I.A, U.S.A (vía Embajada Española en Teherán, Oficina Comercial: “Irán oportunidades de negocio”, mayo 2005).

Oportunidades de Negocio en Irán: yacimientos de petróleo y gas. Fuente: C.I.A, U.S.A (vía Embajada Española en Teherán, Oficina Comercial: “Irán oportunidades de negocio”, mayo 2005).

Se ha comenzado a hablar, en consecuencia, de un nuevo eje China-Rusia-Irán, surgido a partir de la Organización para la Cooperación de Shanghai (SCO), fundada por China y Rusia, y de la que son miembros observadores Irán, India, Pakistán y Mongolia. La posibilidad de que Irán entre como miembro de pleno derecho en la SCO alteraría de forma significativa la influencia de Estados Unidos en el Asia Central, y posibilitaría que, en un futuro, oleoductos iraníes transportasen crudo a China, o la construcción de un gaseoducto de Turkmenistán a la India con tránsito por Irán y Afganistán.

Un nuevo giro en los acontecimientos: el acuerdo marco en Lausana

Tras haber alcanzado el clímax del conflicto a mediados de 2015, parece que los acontecimientos han dado un nuevo giro gracias a la firma el pasado 2 de abril en Lausana del acuerdo marco que pretende resolver el contencioso sobre el programa nuclear de la República Islámica. Tras la obtención de un acuerdo provisional en noviembre de 2013 y subsecuentes negociaciones, los miembros de la diplomacia iraní y de los países miembros del Grupo 5+1, este 30 de junio deberán concluir un texto íntegro y definitivo que recoja los compromisos a los que acceden ambas partes.

En caso de alcanzarse un acuerdo definitivo, se pondría punto y aparte a décadas de conflicto y confrontaciones. De hecho, como ha señalado su ministro de asuntos exteriores en numerosas intervenciones en prensa, Mohamad Javad Zarif, el levantamiento del embargo debería hacerse efectivo de forma inmediatamente posterior a la firma del pacto, con especial atención a EE.UU. dado que las recientes negociaciones son las primeras conversaciones directas entre ambos países en 35 años, lo que implicaría a su vez un descongelamiento de las relaciones y un mayor entendimiento entre ambos países.

Sin embargo, aún deben negociarse puntos esenciales para que este acuerdo llegue a buen puerto. Por un lado, Irán rechaza terminantemente cualquier tipo de inspección de sus instalaciones militares o el interrogatorio de los científicos que trabajan en éstas, cuestión que deja un pequeño margen de actuación para los inspectores de la OIEA. Por su parte, la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), que informa de forma regular sobre el estado del programa nuclear iraní, alega que los inspectores encargados de realizar el seguimiento de tal acuerdo deberían tener acceso a todas y cada una de las instalaciones nucleares del país incluyendo las militares. De hecho, uno de los puntos clave, hace referencia a la planta de enriquecimiento de uranio de Fordow, considerada la principal base del programa nuclear iraní, la cual se haya construida bajo un búnker a una profundidad de 150 metros, de difícil acceso para los inspectores hasta la fecha.

Además, el acuerdo arroja importantes detractores que ya se han manifestado en contra del mismo: el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, señala sus reservas ante las aparentes buenas intenciones iraníes con respecto a la no proliferación. Ante esta situación, EE.UU. parece haber adquirido una posición más conciliadora entre Israel e Irán, equilibrando la balanza y posicionándose imparcialmente lo que no gusta en absoluto en las esferas políticas israelíes.

En definitiva, el actual panorama deja abierto un amplio abanico de posibilidades que van desde la posible firma de tal acuerdo en el mejor de los escenarios, y el logro de una mayor cooperación entre Irán y occidente, hasta una vuelta a las sanciones y la tensión por la falta de entendimiento y las posiciones divergente sobre la energía nuclear.

Además, el nuevo acuerdo pondrá sobre el tablero importantes cuestiones sin resolver y que necesitan ser definidas minuciosamente y negociadas de manera más precisa, como es de los esfuerzos por lograr un Protocolo Adicional con el OIEA obligatorio – para reforzar el régimen internacional de no proliferación y una zona libre de armas nucleares –, tal como se acordó en la resolución aprobada por la Conferencia del TNP de 1995, que posibilitó el apoyo del grupo de países árabes a la extensión indefinida del TNP. Este último punto, tradicionalmente separado de las negociaciones globales del TNP, parece estar estancado precisamente por no haber garantías acerca de que Irán no constituya una amenaza nuclear para la región, y por el hecho de que Israel, a pesar de manifestar su apoyo a una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio, dichas declaraciones sólo tienen un carácter testimonial, entrando en ocasiones en contradicción con su programa de seguridad nacional y las relaciones con sus vecinos árabes.

Habrá por tanto que esperar al desenlace de los acontecimientos a finales del presente año, ya que aunque parece que el conflicto nuclear con Irán puede llegar a su fin, no olvidemos que éste depende de la diligencia y habilidad de las élites diplomáticas iraníes y demás los países implicados para negociar un acuerdo aceptable y plausible para todos.


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