Revista Opinión

El Rey y yo, “Elogio de la locura”, Erasmo de Rotterdam

Publicado el 19 abril 2012 por Romanas
El Rey y yo, “Elogio de la locura”, Erasmo de Rotterdam Aviso a mis queridos lectores: hoy tal vez sea mejor que no me lean porque voy a hacer de abogado del diablo, o, peor aún, voy a hacer del puñetero diablo a secas puesto que, de entrada, voy a afirmar que vivimos en un país no sólo absurdo sino absolutamente despreciable y todo esto lo digo desobedeciendo a mi Dios, que es mi mujer, y que, de tarde en tarde, lee lo que escribo por encima de mi hombro y ha dicho la verdad más auténtica de toda su vida, un dogma indiscutible: “estás loco, pero ¿es que no te das cuenta que si no vienen a por ti, jurídicamente porque no pueden ya que eres legalmente inimputable, físicamente sí que lo pueden hacer, y uno de esos monárquicos esenciales puede venir a matarte?”.
Todo esto es verdad, radicalmente. Hace ya casi 30 años que un tribunal médico de la Seguridad Social dictaminó que estoy loco, y me concedió una pensión vitalicia libre de impuestos por incapacidad permanente total para todo trabajo.
Como el Código penal español establece que un loco es inimputable resulta que en mi debate con el Rey que, a continuación, voy a entablar se halla un impecable constitucional, el Rey, frente a un inimputable penal, yo.
Ami siempre me ha fascinado aquel silogismo inimpugnable del genio más loco que nunca hemos tenido, Dalí, cuando dijo aquello de “Picasso es español, yo, también; Picasso es pintor, yo, también; Picasso es un genio, yo, también; Picasso es comunista, yo, tampoco”.
De modo que parafraseando a aquel loco, este loco que soy yo podría también escribir: el Rey es español, yo, también; el Rey, es impecable, yo, inimputable; el Rey es franquista, yo, tampoco; yo sólo soy, como Picasso, comunista.
Que el Rey es franquista lo debe de saber todo aquel que tenga la inteligencia suficiente para pensar un poco, un poco nada más.
De ahí la afirmación rotunda que yo hago: éste nuestro es un país no sólo absurdo sino absolutamente despreciable, porque tenemos un jefe del Estado franquista convencido, capaz de irse a cazar elefantes con su mejor amiga, satisfaciendo el precio de 40.000 euros por cada pieza, mientras casi la mitad de sus compatriotas se muere literalmente de hambre  porque él, como Franco, cree sinceramente que él es Rey de España por la gracia de Dios y, por lo tanto, es realmente impecable, como lo son todos los reyes auténticos en virtud de aquel execrable principio que consagró la peor de todas las monarquías del mundo, la inglesa, “the king can do no wrong”: el Rey no puede pecar.
Pero es que, además, tenemos un presidente de gobierno inconstitucional puesto que niega radicalmente el principio constitucional de la  igualdad de todos los españoles ante la ley, y lo ha hecho reiterada y públicamente, afirmando literalmente que la igualdad no sólo no existe sino que no debe de existir.
Y este individuo que se dedica a la política con estos antecedentes no podía menos de nombrar para que administre la sanidad y la seguridad social del país a una señora tan inteligente y poco despistada que no fue capaz de enterarse de que su marido había adquirido un nuevo coche, uno de esos vehículos tan corrientes que los hace pasar absolutamente desapercibidos, ni más ni menos que un jaguar, de modo que cuando embutía su desmedrada persona en tan suntuoso vehículo forzosamente tenía que cerrar los ojos para no percibir el lujo asiático que éste supone.
Para una tía semejante que los pensionistas comencemos a pagar a partir de ahora una cuota del precio de las medicinas que por nuestras edades y enfermedades tenemos que consumir no sólo no es injusto sino conveniente y absolutamente necesario, “es nuestro deber y salvación”, como se dice en esa misa que ella oye todas las mañanas antes de encaminarse a su trabajo, después de la sesión de rayos ultravioleta.
De modo que éste es el país en el que por desgracia vivimos y tal vez sea también en el que nos merecemos vivir pues hay por ahí sabios que afirman que cada nación tiene los gobernantes que se merece y al Rey, no, pero a los otros los hemos elegido nosotros mediante elección libre, universal y secreta, como mandan los cánones que un mal día establecieran aquel prodigio de democracia que fue Fraga, sí, aquel señor que avalaba sentencias de muerte,  y un puñado de buenos amigos.

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