Revista Cuba

Éxodo, cubanos y Ley de Ajuste ¿el principio del fin?

Publicado el 30 noviembre 2015 por Yusnaby Pérez @yusnaby
Cubanos ecuador

La actual crisis migratoria desencadenada por la negativa del Gobierno nicaragüense a permitir el tránsito por su territorio de los cubanos en camino a Estados Unidos, ha relanzado a primeros planos un drama que se ha suscitado durante décadas. Demasiadas historias de sufrimiento y muerte han salpicado la peligrosa ruta seguida por decenas de miles de emigrantes de la isla rumbo al norte a través de Centroamérica, pero la que pudo ser una solución rápida del problema en la reunión de cancilleres del SICA realizada esta semana en San Salvador se vio frustrada por la intransigencia del Gobierno de Daniel Ortega, opuesto obstinadamente a permitir el paso a la caravana pese a la buena voluntad mostrada hasta ese momento por la mayoría de los gobiernos del área de abordar el asunto como un problema humanitario y no como una cuestión de seguridad nacional.

Parece no ser casual que la crisis actual se haya generado a pocos días de lareciente visita de Raúl Castro a México. En suelo azteca el dictador se aseguró de bloquear el último eslabón obligatorio de las escalas de estos balseros terrestres, logrando del gobierno de Peña Nieto –el mismo que critica a Estados Unidos cuando deporta a los mexicanos– su compromiso irrestricto de deportar a cuanto cubano a partir de ahora se encuentre de paso. Apenas días más tarde, sospechosamente, los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua anunciaban también medidas análogas a aquella. Pero el gobierno tico rectificó rápidamente, otorgó visas de tránsito a la caravana, y más tarde asumió una postura constructiva cuando la parte nicaragüense reprimió con tropas regulares del ejército el intento de estos emigrantes de traspasar su frontera. En este punto aún permanecen las cosas dos semanas después.

Esta dramática situación de los miles de cubanos varados en Costa Rica, como por carambola, centró aún más la atención de los círculos estadounidenses sobre la justificación o no de mantener en vigor la Ley de Ajuste Cubano (LAC) e intensificó una ya muy álgida polémica que, como nunca antes en medio siglo, terminó por colocar a esta normativa sobre la mesa de disección de la política norteamericana.

Aquí hay preguntas obligadas que se enfilan como dagas hacia el centro del problema: ¿detendría la derogación de esta ley el éxodo de los cubanos? ¿Es realmente esta polémica ley la causa esencial de la perpetua fuga mantenida durante décadas por una considerable parte de mi pueblo? ¿Qué sucedería si fuera derogada hoy mismo la Ley de Ajuste Cubano?

El asunto me parece tan obvio como retórica la pregunta sobre el color del caballo blanco. Estoy entre los absolutamente convencidos de que si la derogación de la ley se concretara esto sólo redireccionaría el éxodo actual desde la isla: en caso de que la especulación pase a ser un hecho sólo se produciría una disminución momentánea de los intentos de salida, pero una vez superado el estupor inicial, y espoleados por la verdadera causa de su huida –entiéndase los absurdos rigores impuestos por una dictadura comunista– seguirían arribando los cubanos a su propio ritmo a Estados Unidos aún bajo un status ilegal –el caso mexicano lo ejemplifica con creces– pues nada significaría un río más o un río menos, para quienes también estén dispuestos a remar 90 millas plagadas de tiburones.

Intentar reducir el móvil de la estampida a la protección diferenciada ofrecida por la LAC simplificaría demasiado el asunto y desconocería el hecho categórico de que una cuarta parte de la población cubana permanece desperdigada fuera de su país; y si bien es cierto que la presencia mayor se registra en Estados Unidos, igual lo es que la diáspora cubana apenas ha dejado espacio virgen entre polo y polo en su sostenida y frenética evasión.

Incluso si la derogación de la vigente LAC diera paso a otra rigurosamente dirigida en sentido contrario, continuaría el éxodo mientras continúe vigente su causa, que siempre ha sido la absoluta falta de expectativas del cubano –y sobre todo de su juventud, por supuesto– bajo un régimen totalitario, bajo una dictadura que ha secuestrado el futuro de su nación y truncado alevosamente cualquier posibilidad de bienestar para su pueblo, que ha obstaculizado sistemáticamente su prosperidad y le ha sometido al despotismo más opresivo y enfermizo que haya conocido hasta hoy el hemisferio americano.

Las últimas noticias parecen vaticinar una larga espera para los varados en Peñas Blancas: la no concertación de la buena voluntad de la mayoría de los cancilleres reunidos en San Salvador ante la mala fe de Managua, además de la mencionada política de extradición asumida por México, sumada a la nueva política migratoria anunciada por Ecuador de solicitar nuevamente visado a los cubanos a partir del próximo diciembre, y la reciente detención de cientos de migrantes cubanos en Panamá por petición expresa de Costa Rica, así parecen advertirlo. El reciente anuncio de la ONU de apoyar al Gobierno de San José en la atención humanitaria de los cubanos en Peñas Blancas y en su intención de solucionar la crisis, son todas evidencias muy ilustrativas de la gravedad y repercusión regionales alcanzadas por la crisis migratoria actual.

Pero en toda esta camancola se destaca sobre el resto de los elementos la intransigencia del Gobierno de Daniel Ortega: es sumamente llamativa la postura hermética asumida por Managua, que ha llegado a tildar a los cubanos en la frontera costarricense de ser una turba de delincuentes, y llegado a la ridiculez –en su afán de congraciarse con su compinche de La Habana– de exigir a Costa Rica alejar a los cubanos de la línea fronteriza por considerarles un peligro para su seguridad nacional ¿?, aún a sabiendas de que en caso de abrirles paso no se detendrían ni a tomar agua y no quedaría uno solo de ellos en Nicaragua pasadas 24 horas. El acatamiento incondicional manifestado por Daniel Ortega –disfrazado de ultranacionalismo en presunta protección de su integridad territorial– es tan vergonzoso y lame botas como estrictamente alineado con su servilismo a las ordenanzas de La Habana.

Este capítulo del drama ha demostrado a América y al mundo que Cuba continúa estancada en el tiempo como lo continúan estando hasta hoy los miles de varados en Costa Rica, testimonios vivos de la desesperanza de un pueblo que ya nada espera de los dictadores que desgobiernan su patria. Todas las pretendidas reformas proclamadas por el régimen de Raúl Castro quedan develadas así como infecundos oropeles, y una prueba contundente de ello es la huida perpetua que nunca se detiene.

El muy tardío y sesgado pronunciamiento oficial del Gobierno cubano sobre el tema –culpando por supuesto a la LAC del desastre– y la escandalosa indiferencia mostrada por la embajada cubana en San José con relación a la situación irregular de esos miles de ciudadanos suyos en suelo tico, son evidencias altamente ilustrativas de que la dictadura cubana continúa ostentando exactamente la misma soberbia y el mismo de desprecio de siempre ante los derechos de mi pueblo. Baste el despótico mensaje lanzado por los tiranos de La Habana, bien alto y claro, como advertencia a aquellos ilusos que todavía esperaban cosecharle algunas peras al olmo.

Por Jeovany Jiménez en su blog Ciudadano Cero

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