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La fábrica de las fronteras: KO europeísta

Publicado el 21 mayo 2015 por La Cara De Milos La Cara De Milos @LacaradeMilos
La fábrica de las fronteras: KO europeísta

Cuando estallaron en la cara de Maastricht las Guerras de Secesión yugoslavas (1991-2001), en 1991, yo contaba con 9 años de edad. Nada sabía de qué significaba la futura Unión Europea, salvo lo que escuchaba a los adultos que me rodeaban sobre la desaparición de la peseta. La Guerra de los Diez Días en Eslovenia apenas tuvo eco en mi mente infantil, principalmente por su escasa duración y la correspondiente poca reverberación mediática de imágenes. Tampoco la guerra entre Croacia y Serbia, a pesar de ser un conflicto largo y muy cruento. Sí recuerdo con total nitidez imágenes sobre la Guerra de Bosnia (que estalló en 1992): las de gente huyendo (sin saber si eran bosniacos, bosniocroatas o serbobosnios) o las del cerco a Sarajevo. Percibí deshumanización, pero enseguida se me olvidaba, porque lo veía algo lejano, sin saber que estaba ocurriendo a muy poca distancia de Italia o de Austria, y en mis pesadillas aún guardaba más protagonismo Freddy Krueger o Antonio Anglés.

Años después, en plena adolescencia (creo que en 1997) compré en la mítica tienda vallecana Potencial Hardcore, una cinta de casete y un vídeo en VHS (todo un mismo paquete) llamado El pueblo contra el fascismo, en el que diversos grupos de punk y hardcore (Sin Dios, Tarzán, La Vaca Güano, 37 Hostias, Nivel 30...) cantaban contra las desgracias de la guerra, en especial la de Bosnia-Herzegovina, y cuyo beneficio iba dirigido enteramente a ayudar a la reconstrucción de una escuela en la república yugoslava. Ya con 15 años, el VHS me impactó muchísimo: editadas con las canciones de los grupos, se sucedían imágenes de la guerra, de los muertos y de la limpieza étnica, vocablo que ya se había convertido en la realidad más vergonzosa de la historia contemporánea.

Al comenzar mis estudios de Historia en la UCM, creí -ingenuidad la mía- que se me enseñaría todo lo relativo a la historia, pero en ninguna de las asignaturas troncales de la época contemporánea (Historia Contemporánea e Historia del Mundo Actual) se nombró, siquiera, las Guerras de Secesión yugoslavas (y yo iba por itinerario de Prehistoria). Así que tuve que investigar bibliográficamente por mi cuenta, para no conformarme (lo cual es decir mucho), con seguir husmeando entre los relatos periodístico-narrativos (como ya había hecho en el instituto), pero nada historiográficos, de gente como el detestable Hermann Tertsch (por aquel entonces a sueldo de su hoy tan odiado Grupo Prisa) o de Arturo Pérez-Reverte. Así fui formándome una idea, la cual amplió el documental de la BBC, The Death of Yugoslavia.

Así, encontrarme con la publicación de La fábrica de las fronteras. Guerras de Secesión yugoslavas (1991-2001) del profesor Francisco Veiga, y publicado por Alianza Editorial, fue como encontrar el destornillador que me faltaba para el tornillo que ya poseía. En La fábrica de las fronteras, Francisco Veiga despliega un rigor histórico envidiable, sin miedos, sin temores, sin complejos ni prejuicios, una objetividad popperiana que ya quisieran para sí muchos de los que se llaman historiadores, lo sean o no por currículo académico.

Veiga no vacila a la hora de señalar las miradas hacia otro lado de los grandes medios de comunicación corporativos, o de señalar la manipulación más mezquina: por ejemplo, aquella que hizo emitir por las cadenas de televisión imágenes de supuestas víctimas de la limpieza étnica serbia (que fue cruel y sanguinaria: recordemos Srebrenica) cuando en realidad eran víctimas serbias de la limpieza étnica de los bosniacos, los bosnios musulmanes. Señala con un agudo aguijón las calamidades y atrocidades cometidas por todos los bandos: serbios, croatas, bosniacos y albanokosovares, y las que todos sufrieron.

Pero La fábrica de las fronteras no es un mero relato de las matanzas, de hecho esta bestialidad de la historia es solo una prueba empírica más sobre la que apoyar toda su narración, una narración que, asimismo, no duda en señalar las intrigas dentro de las cancillerías, de la misma Unión Europea, de la OTAN y de los Estados Unidos de América. Otro ejemplo: Alemania le dijo a la CE que o reconocía la independencia de Eslovenia y Croacia o ella dejaba de contribuir al fondo común. Y Europa abrió su culo en pompa.

Eso o el empeño norteamericano en hacer responsable de todo lo ocurrido a Serbia, criminalizándola con o sin motivo; algo parecido a lo que hicieron las potencias aliadas en Versalles con Alemania, aunque la analogía resulte ya lejana. El bombardeo de la OTAN sobre Serbia en 1999 (en la que fue su primera intervención militar en un conflicto) llegó como una corroboración a esa hipotesis. Aún recuerdo las lágrimas en directo del jugador de baloncesto serbio Aleksandar Dordevic en rueda de prensa al saber que su país estaba siendo bombardeado. Que Estados Unidos estuviera apoyando un grupo que había sido calificado de terrorista, y cuyas acciones en nada se diferenciaban de las llevadas a cabo por ETA en España o el IRA en el Ulster, el UÇK albanokosovar, no pareció importar mucho ni a los grandes medios ni a la diplomacia internacional; aunque después se supiera que uno de sus líderes estaba implicado, incluso, en el tráfico de órganos.

En La fábrica de las fronteras se pone de manifiesto el inicio fáctico, armado, del Nuevo Orden Mundial que había proclamado George Bush padre en 1990. El mismo Nuevo Orden Mundial que, respaldado por la OTAN, seguiría extendiéndose por la antigua URSS, por Afganistán, por Irak o por Libia. Un intervencionismo militar miserable e inicuo, financiero y geopolítico, destinado a dominar la estructura política internacional. Y sin necesidad de iluminatis ni reptiianos: no hace falta ser tan estúpido, simplemente desprenderse un poco de la idea de que el ser humano, como individuo, no es capaz de planificar ese tipo de calígine moral.

Y todo comenzó aquí, en Europa. Después hay quien se extraña y quiere censurar reflejos metafóricos cinematográficos como A Serbian Film de Srdjan Spasojevic, pero aplaude el bombardeo indiscriminado de naciones.

Una pena no haber tenido a Francisco Veiga como profesor.

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