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Mayor Henry Kendall (Misión de audaces —The horse soldiers—; U.S.A., 1959)

Publicado el 04 abril 2012 por Manuelmarquez
Mayor Henry Kendall (Misión de audaces —The horse soldiers—; U.S.A., 1959)* NOTA PREVIA.- El siguiente texto revela aspectos sustanciales de la trama de la película a que el mismo hace referencia. Avisados quedan, amigos lectores...
 
La medicina, como religion queanteponer a los compromisos que impone la milicia. Ésa es la máximacon la que se maneja el mayor Kendall, miembro del ejército de laUnión, y ni siquiera su radical, y visceral, desencuentro con uncoronel, Marlowe, con el que habrá de compartir una misión dedureza y riesgo inusitados, le harán retroceder un ápice en sufirme determinación de principios. Para Marlowe, el cuerpo es unarémora sobre la cual el valor del soldado ha de saber imponerse, yque, llegado el caso, hay que sacrificar en el altar de la misiónencomendada. En cambio, para Kendall, el cuerpo es un reductosagrado, el habitáculo y soporte sin el cual ni valor, ni lucha, nideterminación tienen sentido alguno. Dos filosofías frontalmentediferentes, dos visiones de la vida (y de la muerte).
El matasanos Kendall tiene muy clarossus principios, y, en atención a ellos, será capaz de hacer cosasinconcebibles para su oponente, como atender un parto al llamado deuna pobre familia negra o curar sus graves heridas a enemigosabatidos en el campo de batalla: acciones que, no obstante, legranjearán el respeto de un Marlowe que solo es capaz de respetar aaquel que sabe mantener su independencia de criterio —y, en esesentido, Kendall no admite intromisiones ni obstáculos: sudeterminación está por encima de cualquier contrariedad, y auncuando para ello tenga que llegar, una vez que las fricciones hanrecalentado el ambiente más allá de lo deseable, a la violenciafísica (eso sí, limpia y a cara descubierta, bajo los códigos dehonor de los hombres de acción)—.
Kendall vive el conflicto bélico comouna maldición de la que el ser humano no es capaz de escapar, y que,por tanto, hay que capear con resistencia y fuerza de voluntad,siempre en espera de que finalice cuanto antes. Pero, una vez asumidocomo ineludible, lo afronta con coraje y dando siempre lo mejor de símismo, desde su premisa básica de afrontar el mal físico como unenemigo al que abatir, el único al que verdaderamente merece la penavencer y superar. Concentración absoluta y disciplina espartanaserán también valores desde los que Kendall conseguirá ganarse,pues, ese respeto que Marlowe, en el fondo de su alma, solo reservapara contados congéneres.
Un respeto que, además, es mutuo, ydesde el que cabe entender que el mayor Kendall afronte sin mayoresprotestas, calladamente y en silencio, su derrota en esa pugnasoterrada por el amor de una Hannah por la que siente una admiraciónimposible de ocultar en gestos y miradas más expresivas que esaspalabras que jamás se dicen, pero a la que habrá de renunciar desdeel convencimiento de que ella prefiere a Marlowe. Una derrota amarga,pero digna, y que nos vuelve a dar exacta medida de la cataduramoral, intachable, de nuestro hombre: la vertiente pacifista delhéroe fordiano. Otra forma de heroicidad. Y de bondad.
Misión de audaces constituye unamuestra canónica de la epopeya fordiana ambientada en el conflictobélico por antonomasia del siglo XIX estadounidense, la Guerra deSecesión. Una epopeya en la que John Wayne y William Holdenencarnan, desde perfiles netamente diferenciados, dos perfiles dehonor y valor que, lejos de excluirse mutuamente, se terminancomplementando, tras un proceso de comprensión recíproca basada enel respeto. Tanto en formas como en fondos, un Ford en estadomaravillosamente puro.
* Los buenos buenosos XVI.-

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