Revista Cine

Oz, el Poderoso

Publicado el 26 marzo 2013 por Diezmartinez

Oz, el Poderoso
Antes que nada, dejen expresar mi desconcierto por el casi unánime rechazo crítico de Oz, el Poderoso (Oz the Great and Powerful, EU, 2013), precuela del irrepetible clásico hollywoodense El Mago de Oz (Fleming et al, 1939). Sin duda, el décimo-quinto largometraje de Sam Raimi está muy lejos de alcanzar los niveles de delirio fílmico de la cinta protagonizada por Judy Garland, pero tampoco creo que merece este (casi) universal ninguneo. El rechazo puede explicarse, acaso, por el (justificado) culto que se tiene por la película de 1939 y por cierta animadversión hacia la estrella de esta precuela, el inquieto actor/productor/escritor James Franco, tristemente célebre por haber sido uno de los peores anfitriones -¿el peor?- en la historia de la entrega del Oscar. Antes que nada, tratemos el asunto Franco. El actor californiano interpreta a Oscar Diggs, un mago de poca monta y mujeriego consumado, quien cae en el centro de un tornado en el Kansas de 1905 –blanco y negro, formato académico 4:3- y termina en el mágico mundo de Oz –a colores, formato 2.35:1-, en donde es de inmediato confundido como el Mesías que todo Oz estaba esperando. La labia natural de Oscar le hace ganar tiempo y logra engañar a unos cuantos, pero muy pronto tiene que aceptar que no es más que pobre mago cualquiera, perdido y confundido entre tres guapas mujeres/brujas: la calculadora Evanora (Rachel Weisz, la futura Malvada Bruja del Este a la que le cae la casa encima en El Mago de Oz), la despechada Theodora (Mila Kunis, formidable como la futura Malvada Bruja del Oeste, con escoba, risa maniaca y color verde incluidos) y la bella Glinda (Michelle Williams, como la futura Bruja Buena que protegerá a la Dorothy de Judy Garland). El colega y camarada avecindado en Mexicali Joel Meza ha dicho con razón que la actuación de Franco le recordó al joven Tin-tan: el actor interpreta a su personaje, el futuro Mago de Oz, como un mentiroso tan entusiasmado de sí mismo que, a veces, parece que cree sus propias mentiras. No sé si Franco conoce a Tin-tan, pero de seguro sí al Danny Kaye de El Bufón del Rey (Frank y Panama, 1955) y ni se diga al inevitable Bob Hope, con su retahíla de personajes hablantines, suertudos y cobardes que interpretó en los años 40 y 50. En todo caso, Franco encarna a este carismático tracalero con un gusto y un convencimiento contagiosos. Y esto resulta fundamental, porque Oz, el Poderoso, tiene su centro dramático en la relación de su protagonista, el timador Oscar, con las tres brujas, las dos malas y la buena (aunque las tres estén bastante buenas), que se disputan el poder en Emerald City. Esta precuela no pretende nunca tener los alcances de la historia original, escrita por L. Frank Baum –y continuada por él mismo en otros 13 libros- que, alegóricamente, trataba de diversos problemas políticos y económicos que sufrían los Estados Unidos de fines del siglo XIX. (La película de 1939, por cierto, fue despojada de toda esta carga ideológica para terminar convertida en uno de los más grandes filmes fantásticos de la historia). Oz el Poderoso vehicula otra alegoría muy distinta a la de los libros de Baum, pues la película de Raimi se ubica por derecho propio en este reciente ciclo de cintas nostálgicas centradas en el poder del cine y realizadas en el nuevo siglo, en donde lo mismo caben el pastiche silente El Artista (Hazanivicius, 2011) que el homenaje scorsesiano a Melies (La Invención de Hugo Cabret/2001), el rescate del lenguaje mudo en Blancanieves (Berger, 2012) o la reinvención de ese mismo lenguaje en Tabú (Gomes, 2012). Así, Oscar expresa su más encendida admiración por un mago muy especial llamado Thomas Alva Edison y la historia, ubicada en 1905, nos traslada a los albores del cine, cuando magia, ilusionismo, espectáculo circense y las “vistas” cinematográficas formaban parte de la misma función. De esta manera, el futuro Mago de Oz vencerá al par de brujas malvadas a través de fuegos de artificio, electricidad y la proyección de una imagen imposible en el aire, entre humos y ruidos portentosos. Algunos llaman a esto magia. Otros lo llamamos cine.

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