Revista Cultura y Ocio

San Ramón, el obispo desterrado.

Por Santos1
San Ramón de Roda, obispo. 21 de junio y 16 de noviembre, traslación de las reliquias.

San Ramón, el obispo desterrado.

San Ramón. Barbastro.

Este santo, también conocido como Raimon de Guillem o Raimundo de Barbastro era originario de la casa condal de Tolosa. Nació en Durban, sobre 1067. Como hijo de casa noble se le destinó a la carrera militar, pero sus dotes intelectuales, y su piedad, le encaminaron hacia la carrera eclesiástica. Estudió probablemente en ambientes monásticos. Destacó entre los sacerdotes de la ciudad como celoso predicador, confesor y director de almas. Fue canónigo regular de San Agustín en el monasterio de San Antonino de Frédoles. Pasó a Tolosa, donde en  1101 fue nombrado canónigo de la colegiata de San Saturnino de Tolosa, para pronto ser nombrado prior.
En el 1104, tras la renuncia de San Ponce (12 de septiembre), fue nombrado obispo de Roda-Barbastro, por el rey Pedro I, para dirimir una disputa entre obispos: Los obispos Odo de Urgel y Esteban de Huesca pretendían que la ciudad de Barbastro, recién reconquistada a los moros, formara parte de sus respectivas diócesis. El santo intentó negarse al nombramiento, pero la autoridad del rey le obligó a aceptar. Estos obispos no se quedaron tranquilos y le hicieron mucha guerra por los territorios exactos de su sede. El rey Alfonso I, sucesor de Pedro, que murió ese mismo año, se enemistó con Ramón, porque este no le secundaba en sus propósitos de enfrentamientos y peleas, y por su protección a judíos y musulmanes a los que el santo no dejaba les avasallasen los cristianos, si bien les predicaba y convertía. El obispo Esteban de Huesca, con conocimiento del rey, se puso al mando de un piquete de soldados, se fueron a Barbastro y entrando en la catedral prendió a Ramón y le desterró a Ramón de su sede, con la acusación de que dejaba prosperar a los musulmanes y a los herejes, apoderándose de la ciudad de Barbastro para Huesca.
El pueblo fiel le acompañó, llorando a su obispo. Subió a un monte, predicó al pueblo, y excomulgó al obispo usurpador. Luego se retiró a una ermita a las afueras de la ciudad de Roda, desde donde comenzó su lucha por su sede. Por consejo de San Olegario de Barcelona (6 de marzo), apeló al papa Pascual II, el cual escribió al obispo Esteban, amenazándole con deponerle para siempre si no restituía al santo obispo en su sede. Lo mismo hizo al rey Alfonso, recordando la división previamente hecha, e igualmente amenazándole con penas muy severas por haber permitido semejante sacrilegio e injusticia. Esteban y el rey no hicieron caso, y el santo hubo de seguir en su destierro, que para él no era sino un tiempo para dedicarle a la oración, la penitencia y los ayunos, acercando su vida a Jesucristo. En esta situación le nombró el papa obispo de Ribagorza, donde igualmente se desveló por sus hijos.
En una ocasión que visitó Zaragoza, el pueblo, el clero y el obispo salieron a recibirle, pidiéndole su bendición, queriendo oír sus palabras encendidas. Allí quedó un tiempo, viviendo como un canónigo más en el cabildo, aprovechando para instruirse más, y dedicar largos ratos a la meditación y oración. En 1119, en agradecimiento, les enviaría un brazo de San Valero (29 de enero) que se veneraba en Roda. Ese mismo año el rey Alfonso demostró arrepentimiento por su conducta ignominiosa y pidió perdón a San Ramón, que volvió a Roda, sin lograr Barbastro. Aún con todas estas peleas indignas, tuvo tiempo y empeño para restaurar la catedral de Roda, promover el arte románico, en boga en su momento. Visitó la diócesis, restauró la vida monástica, dotó de organización y medios a hospitales. Predicaba en los pueblos, acudía solícito a socorrer a los pobres en las calamidades como epidemias o desgracias.

San Ramón, el obispo desterrado.

Lápida del sepulcro de San Ramón. La Roda.

En 1125 el rey Alfonso le llevó consigo a la conquista de Granada, como consejero, para que predicase y alentase a los ejércitos cristianos. Y así hizo en la conquista de Málaga, permaneciendo en oración o arengando a los soldados. Fue una campaña que le costó la salud, pues en 1126 regresó a su sede de Roda, con la esperanza de que el rey le devolviese Barbastro. Llegando a Huesca, fue necesario detener la comitiva, por el próximo fin del santo. Fueron avisados los canónigos de Roda, que acompañaron a su obispo, velando con él y estando en su última agonía y muerte,  el 21 de junio de ese mismo año. El santo cuerpo fue trasladado a Roda, y los funerales duraron una semana, donde el pueblo y el clero le veneró, hasta ser sepultado el día 26 en la catedral. Se le proclamó patrón de la diócesis y la ciudad de Barbastro. En 1136 el papa Inocencio II autorizó su culto, canonizándole. El 16 de noviembre de 1143, Gaufrido, obispo de Roda, trasladó las reliquias del santo obispo a un bello sepulcro de mármol colocado en el altar mayor de la catedral de Roda.
El obispo Esteban, luego de ver tan piadoso final, arrepentido de su conducta hizo penitencia y se fue ante el papa para que este le absolviese, pero murió en el camino, víctima de unos ladrones que le asaltaron. El rey y los nobles, atemorizados ante este “castigo divino” resolvieron la situación, dando Barbastro al obispo Pedro, sucesor de San Ramón. De todos modos, Barbastro volvería a Huesca.
Fuente: 
-Novísimo año cristiano. JEAN CROISET. Madrid, 1847.

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