Revista Opinión

Trump pasará, ¿se salvará el GOP?

Publicado el 27 agosto 2015 por Polikracia @polikracia

‘Donald y Jeb, la misma cosa es’. Al menos eso es lo que busca transmitir el último vídeo lanzado desde el cuartel general de Hillary Clinton. Una idea de campaña de esas que se llaman ‘de brocha gorda’… pero hay algo detrás.

Aunque no suenen igual. Aunque representen uno la versión más provocadora y radical del anti-establishment y el segundo pertenezca a una familia de presidentes. Aunque la retórica de uno linde con los recursos del feriante y el otro juegue a ‘la voz presidencial’, ese intangible que nos enseñó la serie “The West Wing”.

Pese a estas y otras diferencias, tanto Donald Trump como Jeb Bush están peleando por la nominación de un partido que atraviesa serias dificultades, un partido que se encuentra en un brete estratégico e identitario y sumido en un desconcierto de hondas raíces que sobrepasa a las personas que comienzan a medirse de cara a 2016.

El vídeo de Clinton, subtitulado a un perfecto castellano, se encarga de evidenciar este hecho haciendo a todo el elenco republicano (y en especial a Jeb Bush) copartícipe del discurso desaforado de Trump respecto de la política migratoria al establecer entre ellos diferencias sólo de estilo formal y capilar (no es broma).

El problema, desde esta óptica –interesada y ‘campañera’, sí, pero no tejida en el vacío-, no sería tanto Trump, que vendría a ser una erupción exuberante, pasajera y sintomática de un mal más profundo: un Partido Republicano que como norma general no reconoce la cambiante nación que trata de reconquistar tras ocho años.

Es cierto que el sistema de primarias directas limita enormemente el papel de las organizaciones partidistas a la hora de seleccionar candidatos, al poner en manos de la ciudadanía inscrita esta decisión y al situar al político con su propia campaña, sus propios temas y sus propios recursos al frente. Un hecho -conscientemente buscado para evitar un crecimiento excesivo del poder de las maquinarias partidistas- que en Estados Unidos se ve reforzado a partir de los años 60 y 70 por una tendencia imparable: la irrupción de los medios de comunicación de masas que contribuyen a dicha personalización (de la competencia y los mensajes políticos ) en un entorno, además, de debilitamiento de la fidelidad y la identificación partidista.

En este contexto queda probada la capacidad de candidatos concretos para atraer la atención sobre temas determinados y para lograr un éxito relativo en primarias aun demostrando una gran independencia respecto al pensamiento mainstream de los partidos por cuya nominación compiten (casos paradigmáticos de Barry Goldwater –R- 1964, Eugene McCarthy  -D- 1968 o George McGovern –D- 1972).

Así, ¿por qué ampliar el foco para atacar la plataforma política y a otros contendientes conservadores en lugar de centrarse en quien –con bastante- encabeza la carrera republicana?

Porque muy posiblemente –aunque hay opiniones para todos los gustos y todas muy bien justificadas- Trump no será el candidato republicano a la Casa Blanca. Lo que probablemente suceda es que tarde o temprano (cuando la cosa se ponga seria) el chiste de Trump dejará de entretener. Alguna gota (misógina, racista o vayan ustedes a saber) terminará por saturar el vaso y los Bush, Walker o Rubio -sobre todo el primero- verán crecer sus posibilidades de hacerse con unas riendas que ahora agita el frenético Trump. Hay que considerar que las encuestas muestran la temperatura del momento actual, todavía fría  (los caucus locales y la celebración de primarias marcan la hora de la verdad) y que lo hacen a nivel nacional, mientras que la nominación se gana territorio a territorio.

Además, los mensajes de Trump pueden funcionar en ciertos sectores de ciertos lugares del país, pero –como recordaba la revista conservadora National Review–  fuera del “profundo sur” entre el 30 y el 40% de los afines al Partido Republicano se definen como “moderados” (etiqueta que comparte entre el 40-50% de los simpatizantes en los estados del Noreste y del medio-Atlántico); quienes se dicen “algo conservadores”, por su parte, comprenden entre un 33 y un 40% en la mayoría de los estados.

En tanto llega ese momento de la verdad, los estrategas demócratas tratarán de hacer cundir –sobre todo entre las minorías- la idea de que todo el plantel republicano ha quedado desacreditado para dirigir los designios de la nación, bien por omisión (el silencio estratégico de Ted Cruz que evita confrontar con Trump) o bien por acción: por haberse dejado arrastrar demasiado lejos durante demasiado tiempo por el exaltado para arañarle una pequeña cuota de pantalla televisiva.

El propio Bush, que seguramente estaría liderando la carrera por la nominación de no ser por el espontáneo, que busca representar posiciones mucho más templadas -así como un perfil próximo a los latinos-  ha usado sin embargo  la despectiva expresión “bebés ancla” ocasionando un gran revuelo en los medios de comunicación más seguidos por la comunidad hispana.

Un giro discursivo sorprendente y aparentemente contradictorio en un Bush que usa música latina en sus mítines (en los que pasa con soltura del español al inglés), que aprovecha cualquier momento para recordar que está casado con una mexicana y que en declaraciones pasadas se ha mostrado “humanitariamente comprensivo” con las razones de la inmigración ilegal. No en vano el exgobernador de Florida es el candidato republicano favorito entre los latinos (encuesta de Gallup efectuadas antes de las desafortunadas declaraciones).

Este tipo de encuestas demuestran dos cosas: 1) que la estrategia de los demócratas de meter a Bush y a Trump en el mismo saco todavía no es efectiva  (a la espera de comprobar si ese ejemplo de retórica dura usada por Bush es “anecdótica” o un intento de no perder terreno en otros sectores ante la presión hiperactiva de Trump) y 2), que los votantes saben a qué candidatos hay que atender por el momento: a (Trump, imposible no hacerlo: ¡¡-51!! en valoración entre los latinos)  y a (Bush, +11), quedando el resto de candidatos en la zona más o menos gris de la indiferente medianía.

Más allá de estas primarias y la elección presidencial, todo lo que puedan hacer los Demócratas para evidenciar la desconexión con las imparables y profundas tendencias sociodemográficas del país por parte de un Partido que parecía remontar tras las elecciones de mitad de mandato, serán votos a celebrar en 2016.

William H Frey, demógrafo de reputación internacional, apunta la estrecha y permanente relación entre tendencias demográficas y política en Estados Unidos, afirmando que el papel electoral de las minorías (hispanas, afro y asiáticas fundamentalmente) ha sido decisivo en las  recientes convocatorias electorales y que lo será, sin duda, mucho más en el futuro.

El censo estadounidense arroja datos significativos –recogidos por Frey en su artículo-: en 2011 nacieron en EEUU más niños de minorías (minority babies) que niños blancos (wihte babies); desde el año 2000 el porcentaje de jóvenes blancos sobre el total no ha hecho sino decaer en relación con los jóvenes de minorías; realidades que permiten hablar de un hecho de magnitudes similares al “Baby Boom” que tuvo lugar en la segunda mitad del Siglo XX.  El ascenso de las minorías raciales será la seña característica de las tendencias demográficas en el siglo XXI, afirma el autor, situando en 2033 el momento en que entre los menores de 40 años serán mayoría los que hoy son referidos como “minorías”.

La imagen de una “América blanca” envejecida y una América multicolor joven comienza a dibujarse en el horizonte (entre los niños de diez estados las minorías ya son mayoría, incluyendo estados de sólido voto republicano como Texas o Arizona y otros en la región del sunbelt, en los que el porcentaje de potenciales votantes pertenecientes a minorías –por edad y por derecho- se situaba ya en 2012 por encima del 35%).

Los efectos sobre las coaliciones electorales son indudables. Si los Demócratas incorporan definitivamente el voto latino a su coalición habitual (conformada por afroamericanos, LGTB, personas no casadas –fundamentalmente mujeres- una mayoría de jóvenes, etc) se podría hablar de un realineamiento estable como el producido en los ochenta a favor de los conservadores y que puso fin al status quo pro-demócrata nacido del New Deal[1].

Naturalmente, no hay que establecer una relación causal entre aumento de las minorías y aumento del voto para los Demócratas. Por ejemplo, George W. Bush –R- no hubiera ganado en 2004 de no ser por el voto latino, del mismo modo que Obama pudo alcanzar la Casa Blanca gracias a que estados como Florida, Nuevo México, Nevada y Colorado (republicanos en 2004) giraron hacia los Demócratas y conservó la Presidencia en 2012 ante Romney –en unas elecciones más competidas- gracias al sostén que le proporcionaron las minorías activas y motivadas para contrarrestar la desmovilización post-YesWeCan en otros segmentos de la población.

De hecho, desde la derrota republicana de 2008 algunos estrategas como Joe Gaylord venían alertando de la necesidad de una “reconexión” con el electorado y su presente y futura para ampliar y diversificar las bases republicanas: una suerte de reconstitución en la que cabía pensar gracias a la creciente visibilidad de políticos como Marco Rubio, ahora “desinflado” en las encuestas.

Oportunidad perdida si sucede lo previsible y si, como decimos, los demócratas hacen cundir la idea de que los candidatos republicanos (no sólo Trump) han quedado anclados en el pasado, incapaces de descifrar la realidad y ponerse, por ello, al frente de la misma desde Washington DC.

Un Partido Republicano aparentemente ajeno a esta realidad, aparentemente centrado en un target electoral envejecido, blanco, masculino y protestante retroalimentado por un ecosistema mediático vociferante y con capacidad para imponer agenda; un Partido inmerso en una campaña que de momento –y habiéndose celebrado ya un debate- pasa por una especie de concurso de “a ver quien la dice más gorda” parece dispuesto a dejar pasar la oportunidad. La América WASP (blanca, anglosajona y protestante) comienza a ser más mitología que realidad, y sucede que los que aspiran a gobernantes han de gobernar sobre esta y no sobre aquella.

No llamar “bebés ancla” a los futuros votantes es una buena (y realista) estrategia. Hillary hace bien en recordarlo en sus vídeos (subtitulados, por supuesto, al castellano).

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[1] RANDON HERSHEY, Marjorie (2011) 14ºed: “Party Politics in America”, p.307. Longman classics in political science.

[*] Fuente imagen de cabecera: http://toprightnews.com/


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