-20- Serie de relatos "Obras de la pintura". LA MAÑANA DE BODAS

Por Majelola @majelola

El traje de bodas, de Fred Elwell


Aquella mañana Elena se levantó muy temprano. La noche de vigilia no había marchitado su lozanía, pues la intensa felicidad que experimentaba actuaba sobre su aspecto como un filtro infalible de belleza. El posible cansancio no atenuaba un ápice el brillo jubiloso de su mirada. Por fin era llegado el día en que Ignacio y ella contraerían matrimonio. 
Él fue siempre el amor de su vida. Se conocían desde niños, y desde entonces sus almas congeniaron de tal modo que ni las distancias ni los avatares de la vida pudieron separarlas. Se habrían casado mucho antes de haber prometido a sus respectivos padres que antes terminarían sus carreras de Derecho. En contrapartida, y como regalo de boda, éstos les ayudarían a montar su despacho en una calle céntrica de la capital.  A Elena obligaba más esta promesa, por el hecho de que su padre hubiera fallecido dos años antes víctima de una enfermedad incurable. 
Salvo por aquella dolorosa ausencia, para la joven en aquel instante todo parecía perfecto. Contemplaba su rostro en el espejo, que le devolvía la imagen de la dicha plena. Detrás de ella asomaba un sólido perchero de nogal, del cual pendía el precioso traje de novia, de satén marfileño, el velo de tules y encaje, y en el suelo, guardados en su caja, los zapatos de tacón forrados de la misma tela que el vestido. Sobre una mesita auxiliar, junto a la ventana, esperaba su momento estelar un elegante ramo de flores blancas en cascada, compuesto por delicadas calas y pequeñas rosas entre las que asomaban apenas unas finas ristras de hojillas verdes. 
Llamaron a la puerta. La noche anterior había pedido que le sirvieran el desayuno a las ocho de la mañana, y la criada estaba siendo puntual. 
—Adelante. 
La puerta se abrió, pero la persona que asomó en el umbral no era la sirvienta, sino su querida madre. 
—¡Ah, mamá! —dijo alegremente—. Has madrugado. ¿Tampoco has podido dormir? 
—He de confesar que solo a ratos logré conciliar el sueño. 
La joven captó cierta pesadumbre en el tono. Pensó que era normal que a una madre le apenase el inminente abandono de la casa familiar de su única hija, a la que se sentía tan unida. 
—No estés triste, mamá. Vendré a visitarte a menudo. No podría ser de otra forma — se rio. 
—Elena hija… mi niña… 
—¿Acaso ocurre algo más? —Sentía nacer una inquietud al constatar el propio nerviosismo de su madre. 
—Ha llamado el padre de Ignacio. 
Elena retrocedió. En efecto el tono y la actitud de aquella buena mujer no presagiaban buenas noticias. 
—Me estoy asustando… termina por favor. 
—Anoche Ignacio y dos de sus mejores amigos tuvieron un accidente al volver a casa. Habían bebido y… bueno —titubeó sin saber cómo encarar lo que tenía que decir—. A uno de los dos amigos no le ha pasado nada grave. El otro tiene pronóstico reservado. 
—¿Ignacio? 
La mujer desató el llanto. 
—Mi niña… 
Elena no dijo nada. Palideció mirando a su madre fijamente. Luego sus ojos se cerraron en el vacío. Cuando despertó ya no era la misma, y jamás lo sería. No lloró. No lograba hacer acopio del aire suficiente para hacerlo. Se ahogaba. La luz la hería. La cordura se le escapaba por las oscuras grietas que le abría su dolor. No hubo forma de hacerla regresar a su antiguo y natural ser. Hasta que un día la encontraron en el patio con la cabeza abierta. Se había dejado caer desde la azotea. 
Su madre no quiso que se tocara nada de su habitación. Entraba allí de vez en cuando y arrodillada en el suelo abría el gran baúl que escoltaba los pies de la cama. Lentamente sacaba el traje de seda y el velo de tul, y los zapatos que acariciaba y rociaba con lágrimas. Y aquel marchito ramo de flores que se descascarillaba cada vez que lo removía, y que Elena aferraba en sus manos cuando saltó al vacío. 
En aquellas tardes de llanto imaginaba que ellos estaban juntos en alguna parte, que eran felices para siempre, y que vendrían a acompañarla cuando tuviera que dejar este mundo. A una madre que había perdido a su única hija no le quedaba más remedio que pensar así, aunque solo fuera para seguir respirando.
Mariaje López. 
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