Miras muros de casi cualquiera, y son muros en los que no existe nadie... Muros como los muros de viejos castillos, donde no pululan sino fantasmas. Muros sin respuesta, muros sin personalidad. Muros que comparten imágenes, muros que copian mensajes, muros donde solamente habita un dedo hacia arriba o un dedo hacia abajo; muros donde no hay genio ni carácter, muros cuyos dueños parecen limitarse a ver lo que otros decimos para
erigirse en Jueces de lo que es digno o no es digno de Compartir. O lo que es digno o no es digno de comentar... aunque para comentar, sí que hablan y por los codos en los muros ajenos.
En Facebook, hay muros tan gruesos y sosos como muros. Tan feos como muros. Tan pesados como muros. Tan vacíos y huecos a la vez.... como muros. Nadie escribe. Nadie se pronuncia. Nadie tiene algo nuevo o algo original que decir. Nadie es capaz de pronunciarse hasta que no se pronuncien los demás. Y cuando los demás nos pronunciamos, se limitan a compartir, a reír, a criticar o a darle al dedo: dedo arriba o dedo abajo.
En facebook, poca gente escribe. Y si entras en sus páginas, ves que en vez de muro tienen una lápida. Una loza. Una vieja pared de ladrillos donde van pegando lo que los demás escriben, donde van opinando sobre lo que los demás opinan.
En Facebook, una mierda puede darle la vuelta al mundo a base de compartirla una vez y otra. Es muy fácil alzar o bajar el dedo. Y es muy difícil, por lo que veo, unir dos frases seguidas aunque no las comparta ni Dios.
Odio esos muros llenos de carteles de aquí te pillo y aquí te copio y pego.
Gracias a Dios, agradezco esos otros muros por donde a veces es un placer pasear. Muros donde sus dueños escriben. Muros sin almenas, pero guardados y defendidos con las simples armas de unas palabras, de un pensamiento, de una idea, de una ilusión, de un cabreo mal digerido o de un poquito de ganas de dejarse llevar. Muros vivos, muros rotos.
Muros habitados.