Hay días que uno piensa, que nunca pasa nada. Lo cantaba mi tocayo Jesús Silva, aunque la letra no fuera de él ni falta que le hacía... que bastaba simplemente su voz para convertir un trueno en una llovizna de abril.
Hay días que uno piensa, que nunca pasa nada.
Te levantas sin saber por qué, abrazado a la almohada.
Hay días en que no se sabe qué duele más, si seguir acostado o saltar de la cama.
Hay días en que no sabes el precio de un sueño... y ni mucho menos, si te conviene hacerlo efectivo cuando abra el banco por la mañana.
Hay días que uno piensa, que nunca pasa ni pasará nada.
A torpes pasos si llegas al baño. Milagro si encuentras la luz a la primera. Te preguntas si sales de un mal o buen sueño... o si de una mala resaca.
Y lo peor de todo, es no preguntarte siquiera. No preguntarte nada y seguir tanteando la pared, en busca del interruptor.
Hay días que uno piensa, que nunca pasa nada.
Un día, sin saber por qué, dejas de afeitarte porque odias ese feo espejo que no te devuelve otra cosa que una fea mirada.
Si las cejas crecieran como la barba, si a las cejas llegara la barba...
Si el espejo, ¡por un día!, no reflejara mi mirada...
Y es que hay días... que parece que no pasa nada.
Y mientras me visto, te recuerdo: a ti, a ti, a ti...
Me hiciste, amigo, emborrachar ayer.
Me hiciste, ¿quién eres?, humillarme, mujer.
Me hiciste, amiga, ir de tu mano por Granada.
Hay días, en que parece que no pasa nada...
Y sin embargo, cabalgan a mis lomos mil fantasmas.
Y mientras bajo a la calle, mudo, sordo, soñoliento y sin mirada;
algo que arrastro desde que salí de la cama
viene a decirme al oído, como un viento del sur:
que hay días que no pasa nada...
Si con el día, no vienes Tú.