Debe azotarse solamente a los padres, una vez y otra en sesiones más o menos espaciadas, hasta que sean capaces de inculcar en sus hijos el hábito de la Buena Educación, puntal básico e ingénito de todo conocimiento. La ley prohíbe castigar físicamente a los menores, pero nada dice explícitamente sobre azotar a los padres. La ley pena al profesor nulo, pero no pena a los padres incompetentes. Un guantazo a tiempo es siempre efectivo, y si se aplica a individuos mayores de edad que son además padres irresponsables, no deja secuelas dignas de tener en cuenta y sí que mucho rendimiento.
La Educación debe de enseñarse en una mesa de comedor. La Educación no precisa de escuadras ni tablas de logaritmos. La Educación no se retiene memorizando conscientemente nada: la única manera de enseñar Educación es siendo educados. Hay gente maleducada que haciéndose padres se hacen propagadores letales de la mala educación... Un hijo maleducado no está en condiciones de aprender, porque obviará siempre lo más importante: escuchar.
Por tanto, y para devolver al profesorado al escalafón que nunca debió abandonar, retomemos el uso de las buenas palmetas de madera de roble y los elocuentes tirones de patillas: pero a los progenitores incompetentes. Cuando el hijo vuelva a casa y encuentre a papá o a mamá llorosos con una manopla mojada en el cogote, quizás aprenda a valorar más el sacrificio que los papás y las mamás hacen por ellos, en aras de La Buena Educación.