- Mis héroes favoritos X: Uhlig, Alexander. El paracaidista de Hierro.

Publicado el 22 junio 2014 por Lord José A. Márquez Periano @delhroh


Hola amigos,
     Hoy hoys traigo la biografía de uno de los oficiales paracaidistas de la Luftwaffe, veterano de las campañas de Polonia, Noruega, Creta y de la Defensa de Alemania durante la 2ª Guerra Mundial. Una biografía trepidante y muy interesante que espero os guste. Es la versión integra que publiqué en el libro CABALLEROS DE LA CRUZ DE HIERRO EN GUERRA.
     Espero que la disfrutéis, dado que será la última biografía integra que podréis disfrutar en el blog. Recordad que para eso... ¡están mis libros! ;).
     Pero antes os quisiera recordar que ya podéis seguirme en Twitter, soy @DelhRoh o a través de Facebook en mi página oficial de "seguidores". Podéis acceder a mis respectivos sitios pinchando aquí:
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Uhlig, Alexander, nació cerca de Leipzig, ciudad situada al suroeste de Sajonia, el día 9 de febrero de 1919. Completó sus estudios hasta conseguir el Certificado de Estudios (Abitur) a principios de 1937. Después de un período de servicio con el Reichsarbeitdienst, que era el servicio militar obligatorio que duraba dos años, pudo continuar con los estudios. En el otoño de 1937, entró a formar parte de la primera unidad de los Fallschirmjager, que era el precursor del 1º Regimiento de Fallschirmjager256, que fue formado en 1938. Con esta unidad, Uhlig entró en acción durante las operaciones de Sudetenland257  y la ocupación de Checoslovaquia. Durante estas campañas las tropas aerotransportadas fueron utilizadas sobre todo para ocupar puentes y aeródromos, lo que llevó a levantar quejas entre los oficiales que fueron remitidas al Estado Mayor porque sus tropas no se emplearon en aquello para lo que habían sido entrenadas. Hitler les tranquilizó asegurando que pronto volverían a entrar en combate.
Uhlig permaneció con el 1º Regimiento de Fallschirmjager durante la fulgurante campaña polaca, que duró desde el 1 de septiembre de 1939 hasta el 17 del mismo mes, para a continuación pasar al siguiente frente de batalla: Noruega. Allí su unidad fue lanzada el 14 de abril de 1940 sobre Dombas, en Noruega central, para tomar el control de las vías del tren y la carretera principal, dentro de un plan general encaminado a impedir el movimiento de tropas aliadas. Se sucedieron fuertes combates y parte de la unidad fue abatida y el propio Uhlig, con otros supervivientes, fue tomado prisionero por tropas noruegas. Estuvo en una prisión alrededor de tres semanas, aunque Noruega se rindió el 17 de abril, pero no logró ser libre hasta que tropas alemanas le encontraron.
El 14 de mayo de 1940, Uhlig y su pelotón fueron lanzados en puntos estratégicos de la costa durante la primera batalla de Narvik, que aunque fue prácticamente una lucha naval, tuvo cierta importancia el controlar carreteras y puntos de entradas a puertos. Por llevar a cabo con éxito estas operaciones, premiaron a Uhlig con la Cruz de Hierro de Segunda Clase y el Escudo de Narvik.
Después de finalizar la acertada campaña noruega, Uhlig fue transferido como auxiliar de vuelo (el encargado de dirigir el vuelo y los ataques) a la unidad aérea. Entre 1941 y 1943 participó en 170 operaciones, incluyendo saltos en paracaídas durante la invasión alemana a la isla de Creta, lo que le valió ganar la banda honorífica de la campaña de Creta , la batalla donde se emplearon el mayor número de tropas aerotransportadas. Más adelante, también por diferentes acciones de guerra, obtuvo la Cruz de Hierro de Primera Clase y el Broche de Vuelo en oro.
En junio de 1944, tras el desembarco aliado del Día D, el curso de la guerra ya estaba prácticamente en contra de Alemania, pero todavía existían esperanzas reales de detener el avance aliado y ganar algo de tiempo. Las semanas siguientes fueron testigos de feroces batallas a lo largo de Normandía, pues los alemanes defendieron valerosamente cada palmo de terreno, buscando producir el mayor número de bajas entre el enemigo; era su intención que el terror y el desanimo cundieran entre las tropas aliadas. Uhlig y su escuadrón de paracaidistas efectuaron un brillante contraataque que supuso toda una hazaña.
St. Germain sur Seves estaba ocupado por tropas alemanas y los Aliados deseaban tomar la zona para romper las defensas germanas. Para conseguirlo, enviaron numerosos contingentes de tierra después de efectuar intensos bombardeos encaminados a ablandar las defensas alemanas. El asalto comenzó alrededor de las 6:30 horas del 22 de julio.
Los batallones 1º y 2º del 358º Regimiento avanzaron hacia St. Germain sur Seves desde el norte, a lo largo de una carretera que cruzaba el río Seves. La angosta carretera conectaba los terrenos circundantes occidentales de la isla por un puente, pero los alemanes habían destruido el tramo antes de la batalla. Según el plan, los dos batallones crearían una cabeza de puente a fin de que los ingenieros pudieran entrar y construir un puente temporal que permitiría a los tanques cruzar el pantanal hacia el pueblo.
Inicialmente el ataque tuvo éxito. El apoyo de la artillería fue tan sólido que compensó la escasa visibilidad que había imposibilitado un ataque aéreo en la isla. El Primer Batallón del 358 abrió brecha en las posiciones lejanas del 3 Batallón del 6º de paracaidistas, penetrando más de un kilómetro dentro de las líneas alemanas. A pesar del apoyo de la artillería, las bajas americanas fueron muchas. Dos oficiales y siete hombres fueron muertos, y 10 oficiales y 180 hombres estaban heridos. A las 12:00 del día 22, el Mayor von Der Heydte dio órdenes para conducir a las tropas americanas fuera de la isla y arrojarlas hacia el río. Puesto que el comandante alemán aparentemente creyó que los americanos que habían venido, constituyó una pequeña fuerza de reconocimiento y envió sólo a la Compañía 16, liderada por el sargento Alexander Uhlig, para preparar un contraataque. Von Der Heydte ordenó a Uhlig empujar hacia atrás a los americanos y restablecer la vieja línea principal de resistencia a lo largo del río, añadiendo a su misión, si fuera posible, capturar un par de prisioneros para interrogarlos.
La compañía de Uhlig sufrió fuertes bajas durante los combates, sobre todo porque no esperaban encontrarse con tantas tropas americanas. Para colmo, el cielo era surcado por la aviación aliada sin encontrar resistencia, por lo que el avance de los alemanes fue realizado con precaución y buscando siempre cobertura en su avance, ya que siendo tan escasos en número, su mejor opción era defender un posición a la vez que atacaban las posiciones americanas. Afortunadamente para ellos, el cielo se encapotó de nubes y los cazas enemigos no pudieron realizar sus ataques con precisión. Uhlig avanzó entonces hacia las posiciones enemigas y causó bastantes bajas entre los americanos, además de que los hizo retroceder un poco y les obligó a preguntarse si los alemanes poseían tropas de reserva en gran número. Con todo, y a pesar de que los alemanes habían conseguido su objetivo de aguantar y presionar al enemigo, seguían sin capturar los prisioneros necesarios.
Al día siguiente Uhlig recibió el refuerzo de tres tanques y dispuso que se volviera a atacar las posiciones americanas. El avance de las tropas paracaidistas, junto con el fuego artillero de los tanques, hizo que los americanos volvieran a preguntarse si lo que les atacaba era algún ejército alemán en reserva del que no tuvieran noticia. Los aliados respondieron al fuego alemán y pronto los hombres de Uhlig se vieron envueltos en el caos y la muerte. Con todo, no cejaron en su empeño y aguantaron la posición, es más, incluso volvieron a avanzar. De los tres tanques alemanes, dos fueron destruidos, y parecía que el pequeño grupo de Uhlig sería aniquilado, pero este, a pesar de que no poseía mucha experiencia en combates de este tipo, ordenó emplear el fuego de las ametralladoras pesadas para barrer las posiciones americanas, junto con fuego de cobertura de los paracaidistas. Los americanos, presas del pánico, comenzaron a huir, pero muchos de ellos fueron abatidos por el fuego de cobertura alemán. Las bajas entre los aliados eran cuantiosas y los soldados no sabían ni que hacer.
Uhlig estaba asombrado de su propio éxito. Se imaginó que sus adversarios no tenían ni idea de que pequeña era su fuerza. Pero probablemente menospreció el impacto que sus paracaidistas —asistidos por apoyo blindado, ametralladoras estratégicamente situadas y el mal dirigido fuego artillero americano— habían tenido en los diezmados y desanimados soldados de infantería americanos. El sargento alemán había sido capaz de optimizar el impacto de su pequeña fuerza porque entendió cómo combinar sus limitados recursos para obtener ventaja.
Pero la historia de la isla de Seves no acaba cuando los americanos empezaron a levantar sus manos. Quizás el aspecto menos usual de la misma tuvo lugar después de la rendición americana aquel día. Uhlig dividió a os soldados en grupos de veinte a veinticinco prisioneros y asignó a un paracaidista para escoltar a cada grupo hacia el puesto de mando del regimiento alemán en St. Germain sur Seves, dónde von Der Heydte estaba esperando un informe. Cuando el sargento vio que rápidamente se estaba quedando sin hombres para dar escolta se dio cuenta de que había capturado a más de 230 americanos, incluyendo la escuadra de mando y once oficiales. Los americanos, por su parte, estaban tan derrotados moral y físicamente, que ni se les pasó por la cabeza intentar huir a pesar de su superioridad numérica. Una vez que los cautivos habían sido enviados a la retaguardia ocupó de nuevo la línea principal de resistencia con sus servidores de ametralladoras y hombres de otras unidades cercanas y luego regresó al pueblo con sus paracaidistas restantes, dando parte a von Der Heydte de que había completado la misión.
El comandante alemán, quien había establecido su puesto de mando en el desván de una gran granja, elogió al sargento y le mostró a los once oficiales americanos que él había capturado. Lo que sucedió después podría ser interpretado como una muestra de cómo creyó el aristocrático von Der Heydte que los enemigos vencidos deberían ser tratados. Todo el mundo presente en el puesto de mando —incluyendo a los oficiales cautivos— tomaron el té juntos. Fue un momento de galantería en medio de semanas de luchas encarnizadas y sangrientas. El caballeroso gesto del comandante alemán hacia los americanos era un eco de otros tiempos más marciales y épicos que desaparecieron con el imperio prusiano.
El contraataque del sargento Alexander Uhlig fue unas de las últimas acciones exitosas de los alemanes en Normandía. El 24 de octubre de 1944, Uhlig fue galardonado con la Cruz de Caballero por su osada misión en St. Germain sur Seves.
Más adelante, Uhlig fue tomado como prisionero de guerra y conducido de manera eventual a Inglaterra, en el campo 23 en Sudbury, Burton-on-Trent, tras pasar por campos franceses y americanos. Las autoridades inglesas consideraban a Uhlig un prisionero conflictivo en potencia, dado que se decía de él que era extremadamente hábil, letal e inteligente y que intentaría escapar en cuanto se le presentara la oportunidad. Le mantuvieron siempre bajo constante vigilancia llegando en ocasiones a encerrarle aparte del resto de prisioneros para que no pudiera llegar a ningún tipo de plan. No obstante, a pesar de las precauciones inglesas, Uhlig logró el 22 de abril de 1947 que un compañero se hiciera pasar por él a la hora de pasar lista y se evadió de manera espectacular del campo (lo que demuestra que la “vigilancia” inglesa no era tan exhaustiva como ellos pensaban). Por desgracia, ninguna de las fuentes consultadas nos indica como consiguió evadirse del campo de prisioneros. Pasados tres días los ingleses se dieron cuenta de la fuga, pero ya era demasiado tarde. Uhlig había logrado embarcar en un carguero y poner rumbo a Alemania, llegando a la zona controlada por los Aliados. Cuando los ingleses quisieron dar la orden de busca y captura, el paracaidista alemán era ya un vecino de Leipzig.
Los archivos aliados dicen que Uhlig fue capturado el 31 de julio del mismo año, pero era una burda mentira que se vino abajo con el paso de los años. Lo cierto es que Uhlig jamás fue vuelto a capturar, dado que siempre fue un paso por delante de sus perseguidores, convirtiéndose de esta manera en el primer prisionero alemán de la Segunda Guerra Mundial en escapar con éxito de un campo inglés de prisioneros.
Puesto que la guerra terminó, la orden de búsqueda y captura de Uhlig no fue cumplida de manera rigurosa, dado que el sargento alemán no había cometido crímenes de guerra ni era responsable de ninguna atrocidad cometida por el régimen nazi. Ayudó también que Uhlig se había comportado como un caballero durante la contienda. Por ejemplo, evitó en varias ocasiones que sus superiores fusilaran a prisioneros americanos, soldados rasos, y siempre que podía suspendía el fuego para dejar que los americanos retiraran a sus soldados heridos del campo de batalla. No es de extrañar, entonces, que las autoridades americanas de Alemania Occidental hicieran la “vista gorda” ante la captura del sargento.
Alexander Uhlig retomó de nuevos los estudios que dejara al estallar la guerra, ingresando en la escuela técnica de secundaria en Darmstad. A pesar de que su situación económica no era muy buena, logró terminar los estudios y obtuvo el titulo de ingeniero. A partir de entonces trabajó para varias empresas alemanas bien conocidas hasta su retiro a la edad de sesenta y cinco años. Durante toda su vida civil, Uhlig participó en diferentes actividades y eventos de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo actos con la 90ª  División de Infantería americana. Era bien conocido y respetado entre los veteranos americanos, que le concedieron incluso un par de homenajes por su valentía y caballerosidad durante la guerra. Vivió sus últimos años en Essen, siendo miembro honorario de la asociación de veteranos de la campaña de Creta neozelandeses. El 1 de noviembre de 2008, falleció Alexander Uhlig. Como despedida a este Caballero de la Cruz de Hierro, dejamos un extracto de una entrevista que concedió a la prestigiosa revista de The Guardian:
«Nuestro comandante de compañía nos ordenó atacar a los americanos por detrás del río y, si se podía, capturar al menos a un par de prisioneros para interrogarles. Nuestro pequeño grupo montó un ataque de sorpresa, cogiendo a los americanos por sorpresa, a los que sometimos a un intenso fuego que les desconcertó bastante. Eso nos llevo a capturar a unos 250 americanos a los que llevamos a nuestro cuartel. Además matamos y herimos a muchos enemigos, pero ellos también nos causaron mucho daño, ya que perdí casi a la mitad de la unidad, bravos camaradas y soldados, buenos hombres. Algunos eran buenos amigos míos.»