-- Rodríguez: carta de tu esposa.

Publicado el 12 agosto 2012 por Jesustadeosila
Jesús; santo y venerado esposo mío:
Te dejo esta carta encima de la mesilla, junto al reloj. Supongo que despertarás a eso de la una o de las dos de la tarde (despertar es una expresión demasiado confusa; a lo sumo, darás una vuelta en trompo y terminarás cayéndote de la cama, envuelto en la sábana y agarrado a la almohada, como un fruto maduro pocho de alcohol y sueño). Hemos intentado, la niña y yo, despedirnos de ti esta mañana, antes de irnos a la playa con mis cuñadas, pero sin conseguirlo. Fué imposible y en ciertos momentos diría que hasta dramático, en especial cuando metiste la cabeza entre la cabecera de la cama y la pared, arguyendo no sé qué sobre el poco hielo que te habían echado no sé en qué vaso de tubo... que tenía poco ron y demasiada cola. Ya sé, ya, y lo entiendo, que ayer fuísteis todos los compungidos compañeros al entierro de ese amigo de la infancia, muerto prematuramente de cirrosis elefantiásica. Creo que lo incineraban, ¿no? Pues hijo, a las horas que llegaste y en el estado en que venías, ya me explicarás cuando vuelva la semana que viene si lo incineraron a la brasa a fuego lento o si una vez incinerado paseásteis el botecito de las cenizas por media Triana antes de esparcirlas por los ceniceros de algún club (modelo puti) del polígono Calonge o de la margen izquierda de la Cartuja. En fin, mi santo y desolado esposo, volveremos a casa la semana que viene y sólo quiero recordarte un par de cosas. La bolsa de arena para el gato está en la encimera de la derecha y la bolsa del detergente para la lavadora está en la encimera de la izquierda, según entras en la cocina de frente, si la resaca te hace andar mínimamente derecho. No es que sospeche que vayas a poner un lavado para nada (de hecho, todavía piensas que el botón giratorio que sobresale de la carcasa de la lavadora es para bajar el volumen del centrifugado); pero el año pasado, por estas mismas fechas, equivocaste las respectivas bolsas: me llenaste de arena el depósito del detergente y le echaste al gato los polvos de lavar en el cajoncito donde hace sus necesidades, cielo. A la lavadora le reventaste el tambor y dos condensadores, ¿recuerdas?, y el pobre gato se llevó dos semanas con el culito escocido, hirviéndole como si llevara una cazuela de gambas al ajillo entre las patas y frotándoselo desquiciado por todas las losas y los plintos de la casa, como un alma en pena... Con que advertido andas. Si tienes que lavar alguna ropa (tener, tendrás: quiero decir si vas a considerar necesario hacerlo), hazlo a mano y tiéndela después en el tenderete. Colgarlas del ventilador del salón, aunque tengas dudas, no acelera el proceso de secado. Palabra. El tenderete, amor, es ese artefacto con alambres que puedes encontrar en una esquina de la terraza (la jaula y el canario se los he dejado a la vecina, para que te sea más fácil hallarlo). A su lado hay una bolsa con pinzas: úsalas por favor, y deja de anudar las camisas por las mangas en los alambres. Las pinzas, como comprobarás, tienen un mecanismo muy básico basado en la palanca y un punto de apoyo, que no te será difícil dominar con cierta destreza. Ya lo hacían los griegos más cerrados de mollera, amor mío, hace milenios. En el frigorífico (en uno de los estantes donde no hay latas de cerveza), hay una cacerolita con sopa de verduras que puedes almorzar hoy, si es que el estómago no te explota como un chupinazo pamplonica cuando sueltes las dos primeras ventosidades del día. Para que la sopa tenga en tu atrofiado organismo el efecto reparador que le será menester, debes calentarla antes. No olvides abrir la bombona (la distinguirás fácilmente, porque es de un color naranja chillón y tiene forma del Doraimon de peluche de la niña) y volver a cerrarla después. Te he dejado, asimismo, un surtido de latas de las que tanto gustas: menudo de la abuela madrileña, fabada de la abuela asturiana, albóndigas de la hermana de la abuela de Murcia y lentejas de la reina madre de Inglaterra. No las calientes directamente en el microhondas, recuerda que el año pasado te quemaste después los dedos al intentar abrirlas. Haz el favor de bajar la basura cada noche (porque, de todas maneras, vas a salir cada noche, cariño, lo sé) y no esperes al día antes de que yo llegue para tirarla toda, entre otras cosas porque nos van a cobrar un huevo por el alquiler de una cuba para escombros. Y porque el año pasado, era el gato el que corría asustado cuando se topaba con una mosca, de lo gorda que consiguieron ponerse. El bote de "Pronto" se utiliza con una gamuza para limpiar los muebles. Quiero decir que si vuelvo el próximo domingo, no lo uses como ambientador haciendo fly-flí el sábado por la noche, para darme la sensación de que has limpiado. Conozco tus trucos de sobra. Si el ordenador vuelve a fallarte, te ruego encarecidamente que no cojas el del colegio de la niña para ver guarrerías. El año pasado, en el salvapantallas, le aparecieron dos tetas como dos búcaros de Huelva. Y en la clase de matemáticas, asignatura de los números primos, ya sabemos los dos lo que surgió inopinadamente en su pantalla cuando llegó suma que suma hasta el 69. Si el gato te molesta para concentrarte en ese blog que tanto beneficio económico nos está reportando, admito que lo encierres un rato en un dormitorio. Olvídate, cariño, te lo pido por favor, de echarle pienso en la mochila de tu hija y cerrar la cremallera después, una vez que ha entrado. Mucho más se me ocurre, pero es como repasar mi vida entera al lado tuya. La escoba. La escoba no estaría de más que la usaras al menos una vez al día, siempre y cuando consideres que el gato se divierte mejor con su madejita de lana que empujando por los pasillos una bola de pelusas del tamaño de una mandarina. La fregona es menester usarla con su cubo lleno de agua, porque con estas calores sería como pasar un rastrillo por el parquet. Y la bayeta (que la distinguirás de cualquier prenda de vestir porque es amarilla y está junto al fregadero) mójala también, mi amor, humedécela aunque sea por no encontrérmela el próximo domingo hecha un pentágono acartonado. Te dejo, mi santo esposo. No sin antes recordarte -¡ay!- que si invitas a casa a tus compañeros de dominó, intentad mezclar las fichas a mano, como siempre se ha hecho de toda la vida. No sabes lo que cuesta cambiarle las cuchillas a la batidora. Besos y hasta el próximo domingo. P.D.- Al final, y porque pocas veces miras el reloj, he decidido dejarte esta nota pegada con Cello en el interior de los calzoncillos, ya que es donde primero hurgas antes de andar despierto del todo. Te quiero: M... ARTÍCULO SIN COMENTARIOS DIGNOS DE AÑADIR.