-- ¿Ya estamos, Rafa? -suelo empezar, agitando un guante deshilachado delante de sus ojillos.
Y él, mi niño, a veces se defiende, inventa excusas o profiere con toda la caradura del mundo que él no ha sido; y a veces, como hoy, asume la culpa con dos grandes sorbidos nasales. Tiene siete años, a fin de cuentas.
Los guantes le vienen durando entre dos o tres semanas; a la que hace tres, por lo general, los guantes amanecen o vienen del colegio maltrechos, deshilachados en las puntas de los diez dedos por mor de los nervios, de esta ansia maligna que lleva al niño a comer uñas como quien come piñones pelados, sin importarle un huevo que entre su dentadura y su dedo indefenso se halle por medio una porción de lana virgen, cotton inglés cien por cien, o al menos eso refería la etiqueta antes de que el niño también se la comiera... por mor de los nervios. La psicóloga del colegio, doña Francisca Fuentes, dice que eso no es un gran problema, que eso acaba por pasarse. Para la psicóloga del colegio, tener con siete años incisivos de rata y dedos de labriega es lo más normal del mundo. También debe de estar dentro de la normalidad guiñar los ojos como los guiña mi Rafa, hacerlos girar vertiginosamente en sus cuencas hasta que le dan mareos, morderse la carne interna de los pómulos, los nudillos, los cuellos de las camisas; torcer el labio de abajo hacia un lado y arrugar la cara como un bandoneón: este niño de usted, Julio, es que es muy nervioso... Cuidado con el diagnóstico. Esto me lo dice ella mientras ojea unos apuntes, después de haberle hecho al niño seis test infantiles y tenérmelo dos horas descifrando manchas en una cartulina, después de devolvérmelo con las yemas de los dedos pringocheadas de acuarela: que el niño lo que tiene, que es muy nervioso.
-- Mi niño no tiene uno, ni dos ni tres tics, doña Francisca. Mi niño por sí solo es un grande y desmesurado tic. Que eso termine por pasar, no digo que no. Pero que a mí, esta criatura se me encaja en la pubertad con la cara hecha una castaña; no más que verlo, señora Fuentes, que gasta mi Rafa frunces y compulsiones para dar agujetas a quince caras como la suya.
-- Estas cosas pueden venir de familia, Julio.
La licenciada doña Francisca Fuentes tutea a todo el mundo. Más que una libertad tomada, es un derecho que otorga, a quien la ejerce, la ciencia psicológica y la medicina en general: conocer y trabajar con circuitos humanos convierte al paciente en poco menos que una lavadora, un cuchillo eléctrico o un wolkitolki averiado.
Yo he sido la mar de nervioso toda la vida, mi padre también y a mi abuelo, que en paz descanse y según me cuentan, lo llevaba y lo traía por las rúas de su pueblo un llamativo tic que le ganó para los restos el sobrenombre de: "el caballito leré", porque le impelía y azuzaba a ir siempre como al medio galope jerezano, a darse con el talón del pié izquierdo en la nalga del mismo lado mientras caminaba, una cosa así; que se conoce fuera resabio de los tiempos en que corría delante de mi abuela o detrás del trolebús, vayamos ahora a saber.
-- Botica, doña Francisca, botica o tratamiento.
-- Sólo paciencia, Julio. Estas cosas se pasan. No recriminarle. No prestarle atención a los tics. No provocarle tensiones inútiles. Que coma mucha fruta.
-- Le mojaré los guantes en mermelada, si le parece.
Esto último no se lo digo, pero me quedo con las ganas. (extracto de la novela "La soledad, es cosa de dos" , cuyos últimos capítulos me tienen estos días un tanto enredado. Por ser fiel a mi blog y porque escribir una novela siempre me absorve de cuanto me rodea, no he querido desligarme ni del uno ni de la otra, por lo que he entresacado este texto de uno de los primeros capítulos y lo he colgado aquí con toda la desfachatez que me proporciona ser el dueño y señor de ambos: del blog y de la novela. La tendré terminada en un par de semanas y todo volverá a girar según está establecido. "La soledad, es cosa de dos" empezará su andadura por editoriales, certámenes y concursos. Y Jesús Tadeo Sila, una vez la pierda de vista, volverá a centrar su atención en este blog... que es lo que en verdad le da satisfacciones palpables. "La soledad, es cosas de dos" , será -es mi décima novela- un nuevo tocho de 300 páginas que cogerá polvo en cualquier rincón de una editorial cualquiera. Pero es así. Si le diera más vueltas, haría años que no hubiera vuelto a escribir... Y sin embargo, cada vez me gusta más. Y llegar a esa meta que son los capítulos finales de una obra que has creado tú, es el mayor orgasmo que puede tenerse en la vida... Conque disculpa, mi querido blog "de mil humores", si te he estado poniendo los cuernos durante cinco meses).