Entre la Primera y Segunda Guerras Mundiales no media más que 20 años en los que Europa nada hizo por resolver pacíficamente sus conflictos y ambiciones territoriales. Parecía empeñada en retomar una y otra vez las armas como único modo de construir su identidad continental. El asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austro-Húngaro, cuando visitaba Sarajevo, hizo estallar la I Guerra Mundial entre las potencias de la Triple Alianza (Alemania. Imperio Austro-Húngaro e Italia) y la Triple Entente (Inglaterra, Francia y Rusia, a las que se unió Estados Unidos más tarde), que buscaban asegurar el control de sus colonias y disponer de las ricas fuentes de materias primas que garantizarían la prosperidad de las potencias imperialistas que dominaban aquel escenario.
Hoy, 1 de septiembre, se celebran grandes homenajes periodísticosa una de las guerras más irracionales (si es que existe alguna guerra racional, en la que matar sea instrumento de convivencia) para cincelar a cañonazos la identidad que hoy nos caracteriza como estados-nación y que pone las bases del estatus del ciudadano. La evolución bélica de los imperios y la permanente amenaza de la guerra obligan acordar relaciones internacionales y leyes que reconocen la soberanía nacional y derechos constitucionales, que buscan la estabilidad y seguridad jurídicas, pero que siempre están sujetos a los intereses de las grandes potencias que dominan el tablero donde participamos de una partida que se juega sin nuestro concurso, pero que determina nuestro presente y futuro.
Recordar el inicio de la II Guerra Mundial sólo tendrá sentido si asumimos aquella locura, en la que millones de personas inocentes fueron asesinadas por simple fanatismo étnico y embriaguez bélica, para desentumecer nuestra sensibilidad y descubrir, como explica Tadeusz Borowski, que: “No hay belleza si está basada en el sufrimiento humano. No puede haber verdad que silencie el dolor ajeno. No puede llamarse bondad a lo que permite que otros sientan dolor”. Es decir, si sirve para pensar de manera distinta de lo que nos condujo a la barbarie.