La cámara filma una habitación a medio dibujar. Al fondo de la imagen, a la derecha, en un gran mueble se apelotonan decenas de libros; un poco más a la izquierda, se ve una puerta abierta, la metáfora del limbo, un punto de tránsito entre la vida y el más allá. La muerte, como contrapunto de la vida es el tema central de la cinta. En la primera parte del filme narra las peripecias de las cenizas, del prestigioso escritor, premio Nobel de Literatura, hasta que es por fin enterrado en su Agrigento natal. En un elegante blanco y negro es un ejercicio histórico que se mezcla con los documentales de la época, fiel reflejo de una época que ya no existe. En la segunda parte ya en color para recrear la violencia realiza una adaptación propia de uno de los últimos cuentos del autor “El clavo” en la que un joven, arrancado de los brazos de su madre en Sicilia, emigrante junto a su padre en Nueva York mata por impulso a una niña desconocida. Un sorprendente giro que no termina de comprenderse y que deja demasiadas puertas abiertas. Ambas partes rodadas con un estilo cuidado, academicista, muy propia de los Taviani y que muchos califican de excesivamente lento, un estilo que no debería morir.