Desde que empecé mi aventura bloguera he leído o escuchado todo tipo de consejos (baratos) sobre cómo se debía escribir en los blogs, sobre cómo se debían construir los posts para que tu página tuviera muchas más visitas, para adecuar lo escrito a las supuestas expectativas del lector zombi y disperso de la web 2.0. Había que impactar, había que escribir con frases cortas, nada de grandes párrafos, nada de entradas demasiado largas, había que modificar el diseño del blog cada cierto tiempo para hacerlo más atractivo, terminar las entradas apelando a la opinión del lector, provocándole para que respondiera, intercalar texto con fotos y videos... Intenté en ocasiones poner en práctica alguno de estos consejos pero siempre me aburrió esa forma tan artificiosa de bloguear; con los años solo quedó intacta la esencia por la que abrí este blog: escribir. Expresarme por escrito. De lo que me interesara. Con la profundidad y la extensión que a mí me parecieran bien. Al fin y al cabo para epatar, simplificar y trivializar ideas ya tenemos facebook y twitter, ¿por que no dejar los blogs para otra cosa? Por no cumplir los preceptos blogueros no fui ni siquiera capaz de adecuarme al que decían que era el más importante: un blog debe ser temático, debe estar centrado en algún aspecto reconocible para el lector. Pues nada, lo dicho, incapaz. En Discursionesse han mezclado, como en propia vida, lo personal con lo político, lo social con mi trabajo, mi ideología con mis aficiones, mis lecturas económicas con las novelas escritas por amigos, la educación con el cine. Un totum revolutum, una extraña amalgama de ideas y emociones que yo mismo a veces no he sido capaz de desentrañar. Al final, como decía, lo único cierto es que lo que me lleva a seguir escribiendo y publicando es lo mismo que al principio: mis obsesiones particulares, mis miedos, mi rabia política. A veces mi dolor.
Tal vez por todo esto le tengo tanto cariño a este blog. Porque, por un lado, expresar lo que pienso por escrito me ha ayudado a aclarar muchas ideas, a mejorar los argumentos de aquello que defiendo, a profundizar sobre lo que escribía porque sentía que me faltaban lecturas. Pero también, por otro lado, me ha servido como paño de lágrimas, como espacio de participación política, como una forma de presentarme al mundo menos comedida de lo que las convenciones sociales nos obligan en el día a día. Es cierto que nunca he escrito con la asiduidad que me hubiera gustado tener (algo que con los años va a peor), y que se cuentan por decenas los posts iniciados y nunca finalizados. Escribir no es algo sencillo para mí, me cuesta decidirme por estructuras, lenguaje y tipo de argumentación. Y me disperso con una mosca que pase. Pero eso ya no me angustia como al principio, ya he asumido que nunca podré escribir 50 entradas al año y he dejado de pretenderlo. Tal vez por eso ha dejado de rondarme la idea de cerrar el chiringuito y dejar este blog atrás. Hace un año pensaba que nada mejor que el décimo aniversario para cerrar Discursiones. Ahora ya no lo tengo tan claro. Ya lo iré viendo. De momento esta ventana a mi vida y a mis ideas, seguirá abierta. Y, por supuesto, esperando siempre que haya alguien, por ahí, al que le interese lo que escribo.