Selección de las mejores novelas de Milan Kundera, destacado escritor checo, nacionalizado francés, autor de la novela La insoportable levedad del ser.
Mientras Tamina, una joven viuda en el exilio, quiere recuperar sus diarios íntimos para reconstruir con ellos sus cada vez más vagos recuerdos de su vida matrimonial, Mirek, en Bohemia, trata, en cambio, de recobrar unas antiguas cartas de amor para borrar parte de su pasado. Como dice el propio autor, «es una novela sobre Tamina y, en el momento en el que Tamina desaparece de la escena, es una novela para Tamina. Ella es el personaje principal y el principal espectador y todas las demás historias son variaciones de su historia y se reúnen en su vida como en un espejo». Milan Kundera es un escritor checo en idiomas checo y francés. Su estilo narrativo se inspira en las novelas de Robert Musil y en la filosofía de Nietzsche, aunque también es patente la influencia de autores como Laurence Sterne, Henry Fielding, Denis Diderot, Witold Gombrowicz, Hermann Broch, Franz Kafka, Martin Heidegger y especialmente Miguel de Cervantes.
Tal vez por haber sido escritas en el periodo (entre 1959, y 1968) más feliz de la vida de Milan Kundera, según sus propias palabras, estas narraciones son las más alegres, las más seriamente desvergonzadas y las más reflexivamente divertidas de su obra. La farándula de personajes hedonistas que desfila aquí ante nosotros en busca de los juegos múltiples y contradictorios de la amistad, el amor y el sexo no puede sino incitar a la risa, atrapados como están en el mundo loco de severidad, hermetismo e inquisición que les rodea. Una risa auténtica, traviesa ; un humor sabio, sagaz y gozador, al que ya nos tiene acostumbrados el autor de La insoportable levedad del ser. Aunque cabe calificar los primeros trabajos poéticos de Milan Kundera como pro-comunistas, se considera que sus novelas escapan a la clasificación ideológica. El propio Kundera prefiere ser catalogado simplemente como novelista y no como escritor político y disidente.
Ludvik Jahn, joven estudiante universitario y activo miembro del Partido Comunista checo, envía a una compañera de clase una postal en la que se burla del optimismo ideológico imperante. La broma no les hace la menor gracia a los dirigentes universitarios y, tras un juicio sumario, expulsan a Ludvik de la universidad y del Partido. Pero, paradójicamente, al caer en desgracia, se abre para Ludvik un mundo aún desconocido. Atrapado entre dos amores, el de Lucie, tierno y desesperado, y el de Helena, apasionado y cínico, Ludvik va, sin embargo, de tropiezo en tropiezo, transformando su vida en un cúmulo de situaciones a cual más grotesca y risible. De hecho, con el paso del tiempo, la vida de Ludvik se convertirá en una enorme broma pesada: ya no podrá culpar al destino, porque ya no puede sino culparse a sí mismo.
En un balneario algo trasnochado convergen temporalmente ocho personas cuyas circunstancias se van entretejiendo paulatinamente hasta formar, con la precisión de una telaraña, una trama en la que todos, directa o indirectamente, acaban viéndose atrapados: el músico célebre y la hermosa enfermera que quiere quedarse embarazada; la celosísima esposa del músico y el joven mecánico enamorado de la enfermera; el ex convicto, víctima de las purgas de su país, que va a despedirse de la muy cerebral Olga; el ginecólogo, con sus fanfarrones proyectos demográficos; el rico excéntrico, una versión de santo moderno. La despedida tiene la ligereza y la magia de un vals, de «un sueño de una noche de verano». Pero, tras esta forma intencionadamente frívola, se oculta la pregunta más grave : ¿merece el hombre vivir en esta tierra ? ¿Acaso no hay que «liberar el planeta de la garras del hombre»? En este sentido, cuesta imaginar algo más glacial y más profundo que la aparente ligereza de Kundera.
Proyectar una luz sobre los problemas más serios y a la vez no pronunciar una sola frase seria, estar fascinado por la realidad del mundo contemporáneo y a la vez evitar todo realismo, así es La fiesta de la insignificancia. Quien conozca los libros anteriores de Kundera sabe que no son en absoluto inesperadas en él las ganas de incorporar en una novela algo «no serio». En La inmortalidad, Goethe y Hemingway pasean juntos durante muchos capítulos, charlan y se lo pasan bien. Y en La lentitud, Vera, la esposa del autor, dice a su marido: «Tú me has dicho muchas veces que un día escribirías una novela en la que no habría ninguna palabra seria? Te lo advierto: ve con cuidado: tus enemigos acechan». Pero, en lugar de ir con cuidado, Kundera realiza por fin plenamente en esta novela su viejo sueño estético, que así puede verse como un sorprendente resumen de toda su obra. Menudo resumen. Menudo epílogo. Menuda risa inspirada en nuestra época, que es cómica porque ha perdido todo su sentido del humor. ¿Qué puede aún decirse? Nada. ¡Lean!
Chantal y Jean-Marc viven juntos en París y se quieren, se quieren tanto que incluso parecen confundirse. Y es que, a veces, se dan situaciones en las que, por un instante, ninguno de los dos parece reconocerse, en el que la identidad del otro se disuelve y, de rechazo, duda de la suya propia. Todo el que ama, todo el que convive en pareja, lo ha vivido alguna vez, porque lo que más teme en el mundo quien ama es «perder de vista» al ser amado. Pues eso es lo que, poco a poco, va a empezar a ocurrirles a Chantal y a Jean-Marc. Pero ¿en qué instante, ante qué gesto y en qué circunstancia precisa comienza ese aterrador proceso? Kundera atrapa al lector en el pánico que acompaña ese instante de extravío y éste ya no tendrá más remedio que adentrarse en el laberinto que recorren Chantal y Jean-Marc y en el que más de una vez deberá cruzar la frontera de lo real y lo irreal, entre lo que ocurre en el mundo exterior y lo que elabora una mente en solitario.
Una mujer y un hombre se encuentran por casualidad durante su viaje de regreso al país natal del que emigraron hace veinte años. ¿Podrán reemprender una extraña historia de amor, apenas iniciada entonces en su tierra? El caso es que, tras tan larga ausencia, «sus recuerdos no se parecen». Porque «nuestra memoria, la pobre, ¿qué puede hacer ? Sólo es capaz de retener del pasado una miserable pequeña parcela sin que nadie sepa por qué precisamente ésa y no otra?». Vivimos sumidos en un inmenso olvido, y no queremos saberlo. Sólo aquellos que, como Ulises, vuelven después de veinte años a su Ítaca natal pueden ver de cerca, atónitos y deslumbrados, a la diosa de la ignorancia. Su estilo narrativo se inspira en las novelas de Robert Musil y en la filosofía de Nietzsche, aunque también es patente la influencia de autores como Laurence Sterne, Henry Fielding, Denis Diderot, Witold Gombrowicz, Hermann Broch, Franz Kafka, Martin Heidegger y especialmente Miguel de Cervantes.
A partir del gesto encantador de una mujer de cierta edad, el escritor crea el personaje de Agnes, alrededor de la cual aparecerán su hermana Laura, su marido Paul, y todo nuestro mundo contemporáneo en el que se rinde culto a la tecnología y la imagen. Pero ¿y si el hombre no fuera sino su imagen?, pregunta otro personaje, Rubens, quien comprueba finalmente que de la más excitante de sus amantes sólo le quedan dos o tres fotografías mentales. Esta novela transforma todos los aspectos del mundo moderno en cuestiones metafísicas. Su forma es polifónica: las aventuras de los personajes imaginarios se mezclan con la historia de dos candidatos a la inmortalidad, Goethe y Bettina von Armin; la reflexión sobre el nacimiento del homo senti-mentalis en la historia de Europa alterna con las peripecias parisienses del singular profesor Avenarius, para quien el mundo de hoy no sirve sino como objeto de juego. Kundera tiene el don de decir del modo más cristalino lo que a uno le resulta más difícil decirse, y en esta novela alcanza la cima de esta facultad.
Esta es una extraordinaria historia de amor, o sea de celos, de sexo, de traiciones, de muerte y también de las debilidades y paradojas de la vida cotidiana de dos parejas cuyos destinos se entrelazan irremediablemente. Guiado por la asombrosa capacidad de Milan Kundera de contar con cristalina claridad, el lector penetra fascinado en la trama compleja de actos y pensamientos que el autor va tejiendo con diabólica sabiduría en torno a sus personajes. Y el lector no puede sino terminar siendo el mismo personaje, cuando no todos a la vez. Y es que esta novela va dirigida al corazón, pero también a la cabeza del lector. En efecto, los celos de Teresa por Tomás, el terco amor de éste por ella opuesto a su irrefrenable deseo de otras mujeres, el idealismo lírico y cursi de Franz, amante de Sabina, y la necesidad de ésta, amante también de Tomás, de perseguir incansable, una libertad que tan sólo la conduce a la insoportable levedad del ser, se convierten de simple anécdota en reflexión sobre problemas filosóficos que, afectan a cada uno directamente, cada día.
Milan Kundera se sirve a la vez de una novela francesa del siglo XVIII y de una excursión que a él y a su mujer se les antoja hacer a un castillo de Francia convertido en hotel, para ir dando vida a una serie de personajes del pasado y del presente que terminan coincidiendo en un congreso de entomólogos que se celebra en sus salones. Personajes e historias de ayer y de hoy van entrelazándose de tal manera que a nadie sorprenderá, por ejemplo, que un hombre enfundado en un casco de motociclista, azorado e impaciente, se aleje en su moto a toda velocidad, mientras otro, con una peluca blanca, adormilado y ensimismado, se sube a una calesa que parece salida de una estampa del pasado: el primero desea sin duda dejar algo tras de sí a toda prisa; el segundo, en cambio, parece disponerse a rememorar, al paso lento del caballo, la noche que acaba de pasar con la intrigante y seductora Madame de T.
La madre de Jaromil es una mujer posesiva que mima a su hijo en exceso y que desprecia a su marido, un discreto ingeniero en cuyo interior se esconde un verdadero héroe. Alentado por la madre, que le ríe todas las gracias, Jaromil entra en la adolescencia creyéndose un poeta. Mientras su madre tiene con el profesor de dibujo de Jaromil una aventura que la llenará de remordimientos, su hijo conocerá las dificultades de trabar amistad con sus compañeros de colegio y trata de ocultar en sus poemas sus primeras experiencias eróticas. Poco después creará en su imaginación a un personaje llamado Xavier, que vive lo que a él se le niega. Cuando acceda a la universidad y en 1948 se implante en el país el comunismo con toda su dureza, Jaromil, convertido en un poeta del régimen, todavía ignora que su vida no es sino una eterna huida y, lo que es peor, que toda decisión acarrea consecuencias mucho más graves de lo que uno imagina.