Muchas gracias Hugo por tu generosidad y predisposición para con nosotros, por tus respuestas ya que, gracias a vos, la sección de entrevistas se va poblando mes a mes un poquito más.
Entrevista:
¿Cómo empezaste tu carrera como escritor y cuándo?
Escribí mi primer cuento a los siete años, pero creo que empecé a escribir en serio a los diez, cuando ya lo hacía todo el tiempo. Ahora, si se trata de vislumbrar el momento en que me tomé esto como un proyecto de vida, bueno, empecé estudiando letras, y dando clases particulares de literatura, lengua y después latín. La continuidad en la escritura llegó con los talleres, a mediados de los setenta. Pero jamás tuve la idea de publicar hasta que lo hice en 1989 con un libro de poesía. Después, me fui a la narrativa y las publicaciones llegaron con lentitud y casi sin proponérmelo.
¿Te inspiró alguien en particular?
De chico, Salgari: Sandokán, también los ciclos de terror de Narciso Ibáñez Menta, en la televisión. Pero me ayudó después a proyectarme como escritor mi amiga y escritora Milita Molina, con quien nos juntábamos para leernos. Otro, a distancia: César Aira. El hecho de que fuera de mi generación me empujó bastante. El mundo de los escritores éditos se me hizo más cercano.
¿A qué hora del día te surgen más ideas?
No hay hora en particular. Generalmente, me impongo yo los horarios: la rutina es importante. Si esperás puede aparecer algo o no, pero si salís a buscarlo seguro que aparece. Lo que sí me ocurre es que cuando estoy en la terraza de casa, preparando el fuego para un asado, miro las brasas, acomodo el carbón, esas cosas, siempre se me arma un rumor en la cabeza que lentamente desemboca en escenas. Así es como me llegan en general las ideas, por un rumor, una cadencia.
¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir?
Tengo mi estudio, donde además doy mis talleres. Ahí escribo y a gusto. No puedo hacerlo en bares ni rodeado de gente.
¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo?
Computadora, papeles por todos lados –casi siempre escribo a mano, aunque últimamente a veces voy directo al teclado. También hay libros apilados caóticamente. Y plantas. La vida vegetal me fascina tanto como las tramas del fuego.
¿Cómo surgió la idea de “La pura realidad”? ¿En qué te basaste para escribir la historia?
La escritura de una novela me lleva años y es muy difícil reconstruir los pasos que van desde la idea a la ejecución. No soy de planificar. Prefiero que se me vaya revelando a través de la escritura. Yo llamo a eso “ver la historia con los ojos de la escritura”. No puedo inventar una historia y luego decidir cuál, cómo va a ser la voz que la narre. No, es la escritura la que decide. Es como si para determinada voz sólo pudiera haber una y solo una historia, que se puede contar. Ahora, es cierto que no planifico en el papel, pero está todo ese trabajo previo de tenerla en la cabeza, merodeándola, forjando climas, tonos, músicalidades, hasta que llega el momento de sentarse y agarrar la lapicera. Pero el caso de La pura realidad es de los que tengo claritos. Y es al revés de todo lo que acabo de decir. Hubo una época, allá, por principios de los noventa, en que no se me ocurría nada de nada. Entonces me propuse un ejercicio: una serie de cuentos al estilo de diferentes escritores. Uno de esos cuentos fue al estilo Carver –escritor que me gusta mucho como lector, pero muy alejado de mi escritura: era, repito, un ejercicio–, y el modelo que tomé fue “Caballos en la niebla”, me gustaba de su historia un elemento que era y no era: la carta de la esposa, que el narrador reconoce, no duda que es de ella, pero no es su letra. Ese mecanismo me fascinó y así salió un cuento de unas ocho páginas que se llamaba “Noticias de George”.
El caso es que la historia que allí se contaba me gustaba mucho, pero todo era demasiado Carver. Algo tenía que hacer con ese argumento. Bueno, sufrió el mismo proceso que cualquier escena: me quedó en la cabeza, macerándose, insistiendo. Lo curioso fue que diez años después, leyendo a Aira –Los fantasmas–, descubrí una voz. No la de Aira, pero Aira tiene en mí el efecto de sumirme en cadencias –no sólo en lo sonoro, en lo rítmico, está esa cadencia, también en su sistema ideativo hay cadencia– que me llevan rápidamente al deseo de la escritura. Encontrado eso, escribir La pura realidad me llevó poco tiempo: alrededor de un mes.
¿Cuáles son tus autores preferidos?
Tantos: Borges, Kafka, Henry James, Conrad, Fielding, Aira, Tibulo, Garcilaso de la Vega, Osvaldo Lamborghini, Rulfo, Saer, Philip K. Dick, Chandler, Cervantes, Homero, Milita Molina, Apuleyo, Marechal, son de los que no podría prescindir. Todos autores que me llevan a la escritura apenas leo algunas líneas. Seguramente, más. Seguramente, también, la lista es más voluble.
¿Qué autores recomendás leer a tus lectores?
Se me escapa la categoría mis lectores. Probablemente, la lista anterior. Pero, sin duda, a condición de que no se sientan obligados a leer ningún autor, nada. Se sobrevalora la lectura como algo per se imprescindible. Y hay montones de buenas gentes que jamás han tocado ni tocarán un libro. Leer nos hace mejores si lo que queremos es leer, pero además hay que encontrar lo que queremos leer.
¿Qué libro famoso te hubiera gustado escribir?
El quijote de Pierre Menard. Y, si no, Glosa, de Saer.