100 años con Bukowski: la PC vs el viejo indecente

Publicado el 24 agosto 2020 por Apgrafic
"Si es así como se pierde el alma, me apunto ahora mismo."

La tecnología modifica de forma sustancial la naturaleza humana o, como mínimo, el pensamiento y la conducta de las personas. Esto ha pasado siempre con cualquier avance relevante. Basta que el lector rememore cómo era su estilo vida, las aventuras que vivió o dejó de vivir, de acuerdo a cada celular que tuvo, o no, en el bolsillo. Pero si queremos hablar sobre cómo influyó la tecnología en el acto de escribir, uno de los grandes inventos que provocaría experencias literarias totalmente nuevas es ese indispensable dispositivo electrónico llamado computadora.

Enfundar la vieja máquina de escribir para reemplazarla con esta nueva “compañera” del hogar trajo consigo múltiples beneficios a escritores, y los motivaron a seguir creando de una manera que resultaba imposible con la máquina de escribir. Autores peruanos y prolíficos como Bryce Echenique o Jaime Bayly dan cuenta de ello. En una entrevista, Julio Ramón Ribeyro cuenta cómo su amigo Bryce, con el teclado de la computadora a disposición, "empezaba escribiendo un cuento y terminaba escribiendo una novela”; el imaginativo Bayly, por su parte, se refiere a ella como un “juguete sexual, su consolador”.

Como un “consolador” para su mente también la concebía el escritor underground Charles Bukowski, uno de los autores más prolíficos del siglo XX y que en el mes de agosto celebra su centenario. En este fragmento de uno de sus diarios, Bukowski funge una vez más como una "antena de la sociedad” y describe las diferencias que experimenta a partir del uso de ambos "medios" ya que, más que simples herramientas, tanto la máquina de escribir como la computora son "armas" de expresión. Sus consecuencias no solo se reflejan en los resultados del trabajo del escritor, sino en el mismo proceso de la escritura.

El siguiente fragmento es, además, un registro de la excitada imaginación del autor quien, del apunte reflexivo sobre el ordenador, abre sutilmente camino a su desmesurada fantasía, retorciendo la forma confesional o el mero apunte a modo de diario, marcando un puente narrativo de la no ficción a la ficción y metiéndonos de lleno, en un solo párrafo, a una circunstancia propia de sus cuentos y novelas. 

 ¿O es que alguien se imaginaba a “Buk” escribiendo sus "cochinadas" con la pluma de pavo?

22/11/91 12.26 h.

Bueno, mi 71.º año ha sido un año terriblemente productivo. Es probable que haya escrito más palabras este año que en cualquier otro año de mi vida. Y aunque el escritor es un mal juez de su propia obra, sigo pensando que mi escritura es tan buena como siempre; es decir, tan buena como la que he producido en mis mejores momentos. Este ordenador que empecé a utilizar el 18 de enero ha tenido mucho que ver con ello. Es sencillamente más fácil registrar las palabras, se transfieren más rápidamente desde el cerebro (o de dondequiera que salga esto) a los dedos, y de los dedos a la pantalla, donde se hacen visibles inmediatamente; nítidas y claras. No es la velocidad en sí misma, sino cómo todo va fluyendo: un río de palabras, y si las palabras son buenas, las dejas correr con soltura. Se acabó el papel carbón, se acabó el tener que volver a teclear los textos. Yo solí necesitar una noche para hacer el trabajo, y luego la siguiente para corregir los errores y los descuidos de la noche anterior. Las faltas de ortografía, los errores de tiempos verbales, etc., se pueden corregir ahora en el texto original, sin tener que volver a teclearlo todo, ni insertar fragmentos ni tachar cosas. A nadie le gusta leer un texto emborronado, ni siquiera al autor. Ya sé que todo esto debe de sonar a tiquismiquis o a exceso de cuidado, pero no lo es; lo que hace es permitir que la fuerza o la suerte que puedas haber engendrado salga claramente a la superficie. Es un gran adelanto, la verdad, y si es así como se pierde el alma, me apunto ahora mismo.

Ha habido momentos malos. Recuerdo que una noche, después de teclear durante 4 horas largas o así, sentí que había tenido una asombrosa racha de suerte, y de repente —le di a alguna tecla— hubo un fogonazo de luz azul y las muchas páginas que llevaba escritas se esfumaron. Lo intenté todo para recuperarlas. Pero sencillamente habían desaparecido. Sí, lo tenía puesto en «Guardar todo», pero no sirvió de nada. Aquello me había pasado otras veces, pero no con tantas páginas. Y podéis creerme: es una sensación infernal y horrible, cuando las páginas se desvanecen. Ahora que lo pienso, he perdido 3 o 4 páginas de mi novela en otras ocasiones. Un capítulo entero. Lo que hice esa vez fue simplemente volver a escribir todo el maldito capítulo. Cuando haces eso, pierdes algo, pequeñas brillanteces que ya no recuperas, pero también ganas algo, porque mientras reescribes te saltas algunas partes que no te convencían del todo, y añades otras partes que son mejores. ¿Y entonces? Bueno, en esos casos la noche se alarga mucho. Los pájaros empiezan a cantar. Tu mujer y los gatos creen que te has vuelto loco.

Consulté a algunos expertos informáticos sobre el «fogonazo azul», pero ninguno de ellos supo decirme nada. He descubierto que la mayoría de los expertos informáticos no son muy expertos. Ocurren cosas inexplicables que sencillamente no vienen en el manual. Ahora que sé más de ordenadores creo que ya sé de algo que me hubiera permitido recuperar el trabajo que perdí con el «fogonazo azul»…

La peor noche fue cuando me senté al ordenador y se volvió completamente loco, y empezó a soltar bombazos, extraños ruidos, a todo volumen, seguidos de momentos de oscuridad, una oscuridad de muerte, y luché y luché pero no pude hacer nada. Luego me fijé en algo que parecía un líquido, endurecido sobre la pantalla y alrededor de la ranura que hay junto «cerebro», la ranura por donde se insertan los disquetes. Uno de mis gatos había regado de semen mi máquina. Tuve que llevarla al taller. El técnico no estaba, y un vendedor retiró una porción del «cerebro»; un líquido amarillo le salpicó la camisa blanca, y gritó: «¡Semen de gato!». Pobre tipo. Pobre tipo. Pero bueno, dejé allí el ordenador. No había nada en la garantía que cubriera el semen de gato. Prácticamente tuvieron que destripar el «cerebro». Tardaron 8 días en arreglarlo.  Durante ese tiempo volví a usar mi máquina de escribir. Era como intentar romper rocas con las manos. Tuve que aprender a mecanografiar desde cero otra vez. Tenía que emborracharme bien para hacer que aquello fluyera. Y, nuevamente, necesitaba una noche para escribir la primera versión y otra noche para corregirla. Pero me alegré de tener allí la máquina. Llevábamos 5 décadas juntos, y habíamos pasado muy buenos momentos. Cuando me devolvieron el ordenador me entristeció un poco volver a guardar la máquina de escribir en su rincón. Pero volví al ordenador y las palabras empezaron a volar como pájaros locos. Y ya no había fogonazos azules ni páginas que se esfumaban. La cosa iba mejor todavía. Esa ducha que le dio el gato a la máquina lo arregló todo. Sólo que ahora, cuando dejo el ordenador, lo cubro con una toalla grande de playa y cierro la puerta.

Sí, ha sido mi año más productivo. El vino mejora si envejece en condiciones.

No estoy metido en ninguna competición con nadie, ni pienso en la inmortalidad; me importa un carajo todo eso. Es la ACCIÓN mientras estás vivo. La verja que se abre bajo el sol, los caballos que se abalanzan entre la luz, los jockeys, esos valientes diablillos con sus brillantes blusas de seda, yendo a por todas, corriendo a toda pastilla. La gloria está en el movimiento y en la osadía. Al carajo con la muerte. Es hoy y es hoy y es hoy. Sí.

Fuente:
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco (1998, Anagrama)