109 Discos del Rock Argentino: #40 a #26

Publicado el 17 enero 2014 por Tucho
Nos vamos acercando al final, ese lugar que parecía imposible. Como las reseñas vienen cada vez más extensas, la entrega es más breve en cuanto a cantidad de discos, pero no desesperen porque la próxima tanda saldrá pronto al aire...Entonces: del 40 al 26, acá vamos (como en las entregas anteriores, los textos sin firma los hice yo).
[Y por si alguno viene rezagado:
PRIMERA PARTE: #109 a #85
SEGUNDA PARTE: #84 a #61
TERCERA PARTE: #60 a #41]
#40
Ratones Paranoicos - Los chicos quieren rock
(por Matías Córdoba)
BMG - 1988
En una entrevista con el suplemento Radar del diario Página/12, y con motivo del aniversario número 20 de su mejor disco, Juanse declaraba: “Nosotros encendimos la mecha de un explosivo terrible. Lo nuestro, con Los chicos quieren rock, fue el 17 de Octubre del rock and roll. El verdadero. Porque el cabecita se vino a lavar los pies a la fuente de nuestra plaza”. Quizás, esa era la plaza del under, lo clandestino; mientras que la otra era la de Soda Stereo (ya transformado en un grupo globalmente respetado), ZAS y Los Redondos, por citar algunos que empezaban a coquetear con las masas. Como siempre, Juanse volvía a tener razón. Había diferencias sustanciales. El sonido de los Ratones Paranoicos (y para derribar cierto mito de un sector del público de rock) “siempre estuvo más cerca de Sex Pistols y New York Dolls que de los Stones”, contaba el cantante a la revista La Mano en 2005.
Precisamente, de eso se trata Los chicos quieren rock, un disco oscuro, claustrofóbico, austero, reverberante, una lava de electricidad conectada en línea directa con Lou Reed (El hada violada, Radio desorden) y los New York Dolls (Líder algo especial) a los que llegan, evidentemente en ramalazos sonoros e histéricos, a través del punk garagero y escupido de Sex Pistols (el DVD que recupera el recital del grupo en Cemento en 1989 es clave), pero también con guiños a la banda de Jagger y Richards, a la que Juanse ama desde los diez años. Lo cierto es que los Ratones de Los chicos quieren rock también es casi un grupo heredero del post punk inglés, pero curtido en una ciudad de guitarras callejeras como lo era Buenos Aires a mediados de los ´80. Allí hay unos pibes con ganas de colarse en alguna fiesta descontrolada (Sucio gas) con una modelo (Enlace) y de agitarse en los bares (Rainbow) luego de una lluvia de héroes (“¡Hola, Polanski!”). Y cómo olvidar el piano de Pollo Raffo y el saxo de Pablo Rodríguez en Carol si ya se han fundido en la más maravillosa música de aquel 17 de octubre del rock and roll argentino.

#39
La Máquina de Hacer Pájaros - Películas
(por Oscar Cuervo)
Talent Microfón - 1977
1977 es el año más funesto de la historia argentina: se acerca el Mundial 78 y la dictadura intensifica el ritmo de exterminio. La censura es férrea y muchos artistas de las listas negras deben irse del país. Ir a un recital supone la posibilidad de ser arreados a la salida en camiones policiales. El país es una tierra baldía. En ese contexto, Charly edita Películas con La Máquina de Hacer Pájaros, con el que alcanza su madurez artística. A diferencia de su primer disco, ya no es “García y La Máquina…” sino simplemente La Máquina. Esto expresa la decisión de que en las composiciones participe toda la banda (Cutaia, José Luis Fernández, Bazterrica, Moro), grupo de un virtuosismo alto, capaz de tocar intrincadas estructuras en semi-corcheas, con muchos acordes (el Indio Solari le objetó a la música de Charly tener demasiados acordes) y cortes abruptos. Esta complejidad se traduce en fusión de ritmos, candombe rock y complejos pasajes orquestales con influencias de jazz rock. Pero esta complejidad no desbarata el corazón pop de Charly, con melodías de una dulzura conmovedora: Ruta perdedora o Marilyn, la Cenicienta y la mujeres; junto con una dura descripción de la violencia imperante “Cuando en la noches no puedes confiar / yendo por el lado del río / la paranoia es / quizás nuestro peor enemigo”. Las alusiones a la represión son apenas elípticas pero la sutileza de Charly evita el panfleto obvio. La tapa ilustra la canción ¿Qué se puede hacer salvo ver películas? y muestra a la banda saliendo del cine de ver Trama Macabra. Aun así la atmósfera es límpida,nada recargada. Es que detrás de todo hay un genio en plenitud de su inspiración. El disco menos escuchado de Charly está a años luz de casi todos los discos del rock argentino de antes, durante, después. No te dejes desanimar es el himno de la resistencia a la dictadura, de un valor indeleble.

#38
Los Twist - La dicha en movimiento
(por Ezequiel Ruiz)
EMI - 1983
Peronismo, drogas, fuerzas represivas, desapariciones, las marcas, los jóvenes, el holocausto, internas del rock local… Pipo Cipolatti, Daniel Melingo y el resto de Los Twist se reían de y con todos esos temas (y más), casi treinta años antes de Peter Capusotto & sus Videos. Humor denso montado sobre música ligera para bailar en el final de una época oscura, en la que las urnas estaban guardadas, aunque no por mucho tiempo más: el 17 de octubre de 1983, exactamente trece días antes de que Raúl Alfonsín ganara las elecciones presidenciales, se editó La dicha en movimiento (una probable definición de la cocaína, según un manual de toxicología de la Policía Federal que Pipo heredó de su padre policía). El rutilante debut del grupo fue producido por Charly García, grabado y mezclado en sólo veintinueve horas y media de un fin de semana, aprovechando el sobrante de unas cintas de Seru Giran que quedaron en los Estudios Panda. El (in)genio de Pipo se encontró con la disciplina musical de Melingo (quien ya estaba algo harto de tocar el saxo en Los Abuelos de la Nada; quería dedicarse más a la guitarra), cruzaron canciones y pusieron a cantar a Fabiana Cantilo, en lo que es la mejor entrega vocal de toda su carrera.
Podría pensarse en Los Twist como un engendro pop craneado por gerentes de la industria, pero no. Todo lo inventaron ellos, a la par de Sumo, Virus, Soda Stereo. “El disco más barato de la historia”, apunta Cipolatti sobre una colección hitera (Cleopatra, En el bowling), heterogénea (aunque no despareja: rock, pop, ska, reggae y… twist) e imborrable, el Everest de Pipo: si todavía hablamos de él, en gran parte es por esta obra. [Daniel] Grinbank no quería editar a Los Twist, dijo que no iba a andar... pero Charly nos bancó y a los dos meses fue doble platino. Pero estábamos en Punta del Este y a mí me faltaba un diente, una patilla de los anteojos... no tenía un mango. Después vino el fracaso”, recordó Pipo una tarde frente a quien esto escribe, después de recibirlo con una picana.

#37
Pappo's Blues - Vol. 2
(por Matías Córdoba)
Music Hall - 1972
En el transcurso de un año, Pappo cumple su sueño y graba un disco con su propia banda (Volumen 1), lo operan de úlcera, vende la guitarra que Spinetta le había regalado para su cumpleaños (la misma con la que Luis Alberto grabó Almendra 2), participa en la grabación del primer y segundo disco de Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll y se marcha a Europa con Ciro Fogliatta, Alfredo Toth y Oscar Moro para ver qué onda; allí toca la guitarra en las estaciones de subte, se enamora, se cruza asiduamente con John Bonham en algunos bares y decide regresar, pero mucho más flaco y derrotado.
Todo ese bagaje le sirvió para componer las canciones del Volumen 2, editado originalmente en 1972.Ya sin David Lebón y Black Amaya (aunque Black grabó algunas baterías), el trío se completaba con Luis Gambolini y el misterioso bajista Carlos Pigna (Piñata, según los créditos), del que nunca jamás se supo nada. “El Heiddeger de La Paternal” (como lo definió el periodista Pablo Schanton en el prólogo del libro 100 veces Pappo, de José Bellas y Fernando García), dibujó un puñado de grandiosas canciones que se registraron “a los pedos porque se tenía que editar al toque”, confesó Black Amaya. Allí, este brujo del ser y el tiempo diseñó solos de guitarras arquitectónicos entre haikus de mirada existencialista (Insoluble, Cementerio), pesimista (Pobre Juan) y urbana (El tren de las 16) que ofrecía esa economía de versos, no por eso menos efectivos. Desconfío y Blues de Santa Fe denotaban la influencia del blues, y Cementerio era un link directo a Black Sabbath; Llegará la paz era la más pesada (“Las facultades y la electricidad / en pocas personas las puedo encontrar”). De este manantial bebieron Juanse y Santiago Motorizado.
Finalmente, de un día para el otro y luego de la publicación de este Volumen 2, el Carpo decidió armar Bola de Destrucción, un grupo efímero que sería el antecedente inmediato de la mejor formación de Pappo's Blues (junto a Machi Rufino y Pomo Lorenzo), con la que grabaría el insuperable Volumen 3.

#36
Virus - Superficies de placer
(por Miriam Maidana)
RCA - 1987
Tras Locura (1985), con algo de plata en el bolsillo y cierto renombre, Virus eligió Brasil para grabar su séptimo disco. Las letras viajaban en las valijas sellando la unión de días y noches de Federico y Roberto Jacoby bebiendo, fumando y escribiendo. Fue Brasil porque en épocas darks, oscuras, negras, idearon Superficies de placer como una provocación. Un disco hedonista, pajero por momentos, chorreando fluidos, jugando a más no poder con la ambigüedad.
“Gozo entregándote al sol, dándote un rol ambivalente / puedo espiar sin discreción, como un voyeur en vacaciones…”; “Todo lo sólido se esfuma, polvos de una relación / cuando la noche nos estafa, las caricias sufren inflación”; “De todo nos salvará este amor, hasta del mal que haya en el placer”.
Un disco maldito: Brasil fue el lugar donde el cuerpo de Federico Moura casi se muere de neumonía, el lugar del diagnóstico letal (en 1987 ser rotulado con HIV significaba una cruz roja en la puerta y una bandeja con comida dejada en el piso), el paraíso astillado para una familia que ya había sobrevivido la desaparición del Moura mayor, Jorge, en plena dictadura militar de 1977.
Tras la mezcla en New York, Superficies de placer fue editado y conocido popularmente como “el disco del culo en la tapa”. No fue bien recibido: era meloso, lejos de la explosión de Locura, del desenfado de Wadu Wadu, de ese discazo que es Recrudece.
Igual llenaron dos Teatro Opera para presentarlo, poco tiempo antes de que Federico se fuera a embellecer el cielo con sus sacos multicolores y sus ojazos verdes.
Años después, Marcelo lo recordaría así: “Cuando Federico se enfermó, estábamos en pleno éxito, ganando mucho dinero... Un dinero que nos lo tuvimos que meter en el culo, porque no lo pudimos salvar. Lo que me queda de Federico es el valor de su integridad, de su vida terriblemente intensa. Vivió 37 años con una intensidad que pocos logran. Tal vez otros elijan vivir 146 años, comiendo milanesas de soja. Son elecciones. Yo respeto mucho las de mi hermano. Lo digo con dolor; no soy inmune”.

#35
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota - Luzbelito
(por Federico Anzardi)
DBN - 1996
La idea era hacer un compilado de inéditos para la monada, pero pintó otra. Tras el aguerrido y crudo doble Lobo suelto, cordero atado, los Redondos tenían todo listo para cumplir el sueño del ricotero extremo que empezaba a gestarse por esos años y que todavía hoy anhela descubrir esas grabaciones, ver los famosos videos y presenciar la reunión multitudinaria. Iba a ser un álbum que resumiera shows en lugares pequeños repletos de humedad, entre monólogos, mujeres desnudas y vanguardia artística. Pero el espíritu inquieto de Patricio Rey todavía estaba vivo en 1996, así que a Solari se le chifló el moño y decidió edificar una historia infernal sobre el diablo Luzbelito, que pierde con Dios. A la mierda con las grabaciones vendehumo, dale para adelante con el mejor disco de la banda.
Rock oscuro, de guitarras profundas e influencias variadas, Luzbelito se alimenta de distintas etapas del grupo para formar algo único. En once canciones conviven la densidad de Oktubre, la épica de Todo un palo, el rocanrol de las primeras épocas que llegó sin fisuras hasta ¡Bang! ¡Bang! y una orquesta de vientos grabada en Brasil. Es el disco que mejor suena de toda la discografía redonda. Mariposa Pontiac / Rock del país y el Blues de la libertad fueron los únicos sobrevivientes del proyecto original de temas históricos.
También está Juguetes perdidos, el himno a la futbolización del rock, la legitimación del ricotero que aún persiste. Asustaba un poco verlos así, pero nadie se imaginaba las consecuencias. Tras la tragedia de Cromañón, el Indio siguió permitiendo el uso de bengalas en sus conciertos solistas. Se tuvo que morir Miguel Ramírez en un show de La Renga para que todos recordaran que el sueño se había terminado, que el asunto estaba ahora y para siempre en las peores manos.
Luzbelito es el pico máximo de Los Redondos (la banda) y la confirmación de Los Redonditos (de abajo) como fuerza independiente. Hubiese sido el momento ideal para la separación.

#34
Charly García - Parte de la religión
Columbia - 1987
Suele decirse -y el propio autor lo afirma- que Parte de la religión es el resumen de los primeros ochentas en la carrera solista de Charly, esa tríada inolvidable que conforman Yendo de la cama al living, Clics modernos y Piano Bar. Tras el proyecto Tango junto a Pedro Aznar y la fallida reunión-disco con Spinetta, se puede decir que sí, que Parte de la religión enlaza la modernidad de Clics con la furia de Piano, principalmente. Pero catalogarlo como un simple y sencillo resumen suena injusto: en verdad, es el corolario de una época de oro de García, completa un cuarteto de discos fundamentales en su carrera y no funciona como una simple reformulación de glorias recientes, sino que va más allá y muestra algunos gestos que en un futuro no tan lejano serían marcas más profundas del actor.
El sonido es tan -o más- orgánico y furioso que el de Piano Bar, en contexto con la época del país. El García Antena de las cuestiones candentes de la actualidad, detecta la crisis alfonsinista -¿o la agonía por no poder asomar nunca la cabeza de América Latina?- en la maravillosa El karma de vivir al sur, además dedicada a su hijo Migue. Aquí también, Charly empieza a dar síntomas del demasiado ego, ése que lo aquejó en su etapa Say No More. Tiende un puente hacia el futuro, en especial en las letras altaneras y de hijo de la clase alta del Rap de las hormigas y No voy en tren. Es decir... palmea a Ricardo y recibe a Carlos, ¡dos años antes! (para él sería Nemen primero, y El Quía después).
La ironía, ese cuchillo afilado que Charly siempre blandió tan bien, alcanza su cumbre en las notables Parte de la religión y Buscando un símbolo de paz (“habla de la religión de los poderosos, pero también de los hippies, que fue como un resurgimiento del cristianismo aunque sin el sentimiento de culpa”), que funcionan por contraste -una densa, épica y cruda; la otra de aparente festividad-.
El amor prima en, precisamente, Necesito tu amor, pero no romántico y liviano; como los 80, es duro, erótico, urgente, desesperado. Otro amor, ardiente, es el único testimonio del disco que no fue con Spinetta: Rezo por vos, el símbolo de una relación que invirtió sus roles tiempo después (nosotros por él).

#33
Andrés Calamaro - Honestidad brutal
(por Ángeles Benedetti)
Warner - 1999
Después del éxito inevitable que trae un disco perfecto (Alta suciedad de 1997, el segundo álbum más vendido del rock argentino detrás de El amor después del amor) Calamaro parió, con sudor y sangre, una obra deforme, violenta y hermosa: Honestidad brutal.
El fin del segundo milenio encontró al ex-Rodríguez creando canciones compulsivamente, en una catarata vertiginosa que derivaría en este disco grabado en distintos estudios de Madrid, Nueva York, Buenos Aires y Miami. Como lo explica el librito del álbum, bajo el título de Aterrizaje forzoso: La historia mal contada de Honestidad brutal: “Lo que hay es parte de lo que hay: cerca de 200 grabaciones, un repertorio posible de 100 canciones y una selección de (no calculé) por lo menos sesenta, listas o casi listas”. Finalmente, Honestidad brutal se compone de dos discos y 37 temas en los que Calamaro habla de muchas cosas a la vez, pero fundamentalmente del amor, el desamor y todos sus satélites: la nostalgia, la soledad, las heridas, el hastío y lo que pudo haber sido pero como no fue, vive para siempre.
Según la autopsia, el álbum combina hits calamarescos (Te quiero igual, Cuando te conocí), canciones de una belleza infinita (Los aviones, Ansia en plaza Francia, Mi propia trampa), otras más cancheras (El tren que pasa, Eclipsado), las suicidas dignas de este tipo de obras post-separación (Son las nueve, Hay) y el himno desgarrador que es Paloma. Pero claro que en este período de tornados interiores Calamaro no estaba solo: en el disco participan desde Pappo, Moris y Virgilio Expósito hasta Los Auténticos Decadentes y Diego Maradona, entre otros personajes que desfilan por sus tracks.
Gracias a Mónica, la musa inspiradora de este asesinato poético en 37 puñaladas, Calamaro convirtió la necesidad del ser amado en una obra insuperable.
“La honestidad no es una virtud, es una obligación. La brutalidad, en cambio, es un derecho que tienen algunos sistemas nerviosos frágiles. Volar, es solamente para los pájaros”.

#32
Peligrosos Gorriones - Peligrosos Gorriones
(por Pablo Scarpaci)
DG Discos - 1993
Peligrosos Gorriones es los noventas. Para aquellos que en algunas encuestas de 1991 ubicaron a Bandwagonesque, de Teenage Fanclub por sobre Nevermind, u otros que elegían sin dudar la técnica lírica del cut-up por sobre la observación cotidiana y la arenga del rock de tribuna popular, Peligrosos Gorriones simboliza el advenimiento del sonido Manchester más la simbología local.
La nomenclatura, per se, no es un mal signo. Puede serlo en el discurso político, como metáfora del neoliberalismo, pero en la cultura pop los noventas fueron la última década sobre la cual va a haber una movida retro, básicamente porque es la última en la que hubo algo para decir, o algo contra lo cual rebelarse. Ya están rearmándose DDT y Peligrosos, y surgen grupos que rememoran las camisas y el tono de voz de Rodrigo Martín.
El disco homónimo de Peligrosos, en sí, es perfecto, lo que no quiere decir que sea grandioso: todo está en su lugar, todo habla de una época desde la perspectiva musical. Cada efecto de guitarra, cada ritmo no necesita frasear “mi generación”. La pertenencia se siente, no se declara. Pero, al mismo tiempo, seguramente esté alejado de los primeros lugares de esta encuesta porque, quien no perteneció a aquella camada -la primera que no tuvo que hacer el servicio militar, la primera a las cuales las movidas del mundo les llegaron al unísono y no un lustro más tarde-, escuchará un estilo de potencias que se han amplificado en otros grupos, mucho más tarde. Lo que hace mejor a Peligrosos Gorriones es que no habrá Marchis que escriban sobre este disco y este grupo. Por suerte.
Peligrosos Gorriones es un disco que, hoy, puede no agregarle nada a muchos, pero que, allá por 1993, encontrado en una batea de alguna disquería escondida, definió la década de la adolescencia para varios de nosotros.

#31
Virus - Locura
(por Martín Zariello)
CBS - 1985
Durante los 80', mientras Freddy Krueger les complicaba las noches a los adolescentes de todo el mundo, otro Federico, Moura, se dedicó a aterrorizar al vigilante medio rockero. Pero en vez de asesinar en la zona liberada de las pesadillas, eligió inventar un sueño dirigido donde brillaron  la discreción y la ambigüedad como armas súper poderosas. Para el hippismo tardío y la escena pesada, Virus fue un OVNI. Finalmente ganó la pulseada simbólica contra el rock por prepotencia de trabajo.
Locura es tal vez el mejor de sus discos (aunque varios pelean por ese lugar). La calidad de las canciones es tan buena que incluso supera el obstáculo del sonido ochentoso, que cada tanto vuelve a estar de moda, pero cuando no es una mochila de cien kilos. Locura es una obra maestra a la que no le sobra ningún tema, tanto es así que por lo menos seis de los ocho son hits históricos que también funcionan en la pista de baile. La mayoría de las músicas se enmarcan en el tecno cancionero típico de Virus, en el que se combinan la atmosfera gélida de las máquinas con el contenido erótico de las letras (la mayoría de ellas a cargo de Roberto Jacoby). En esa aparente contradicción entre fondo y forma se halla el ADN de Virus y buena parte del pop contemporáneo.
El campo semántico de las letras de Virus es transcendental porque bifurca los tópicos fundamentales del rock local: puede más la sensación de placer que la búsqueda de amor y las necesidades del cuerpo sustituyen, por un lado, el rollo psicobolche de los compositores comprometidos y, por otro, la vertiente volada de tradición spinetteana. Una luna de miel en la mano es una inédita oda a la masturbación. Los demás clásicos del disco (Pronta entrega, Tomo lo que encuentro, Pecados para dos) conforman el Canon del Deseo en el Rock Argentino.

#30
Miguel Abuelo - Et Nada
(por Maximiliano Diomedi)
Moshé-Naïm - 1975
“Porque somos instante en el mundo”.
Esa es la frase que primero se escucha de Et Nada, disco célebre de Miguel Abuelo que fue grabado durante su periplo por Europa gracias a Moshé Naïm, un millonario francés que gustaba de financiar artistas talentosos que estuvieran por fuera de las normas del mercado.
Se editó en 1975. De las 7 canciones que tiene el disco, las últimas 3 pertenecen a Daniel Sbarra, socio musical de Miguel para esa experiencia hippie-rockera- psicodélica. Estaba tentado de decir que para mí el disco son las primeras 4 pero sería injusto con la belleza de Recala sabido forastero.
Miguel es un eximio escritor de canciones, con una hondura en las letras que no tiene parangón. En este disco se profundiza el despliegue interpretativo que ya estaba insinuado (y concretado) en sus primeros singles con Los Abuelos de la Nada. Todo gracias al dominio de su voz. Hace con ella lo que quiere. Estoy aquí sentado, parado y acostado (o Pipo la serpiente) es un ejemplo de cómo Abuelo a través de 9 minutos perfectos puede comenzar con un tono cercano al susurro, contener más tarde el aire para ir soltándolo de a poco y hacer sus famosos “oh oh oh oh”, y posteriormente volverse un grito salido de sí cuando se sincera y dice: “No tengo nombre / no tengo amigos / no tengo lenguaje / no tengo verdad / No tengo altura / no tengo Dios / no tengo a nadie para llorar”.
Otro ejemplo de brillantez interpretativa (quizás el mejor) es El muelle.

#29
Flopa Manza Minimal - Flopa Manza Minimal
Azione Artigianale - 2003

Hace poco más de diez años, Florencia Lestani, Mariano Esain y Ariel Minimal, tres peleadores del underground porteño, unieron fuerzas para forjar, primero, el encuentro fogonero a tres guitarras y luego, uno de esos discos que, viniendo desde abajo, más nombre y fuerza tomó con los años. Por entonces, Flopa aún no había debutado como solista; Manza recién estaba armando Valle de Muñecas tras disolver Menos que Cero; y Ariel comenzaba a dedicarse full time a Pez tras la separación de Los Fabulosos Cadillacs.
Sin saberlo, con este disco lograrían una repercusión -los tres venían batallando escenarios hacía por lo menos diez años- inaudita para la humildad y el encanto de la casualidad con que fue hecho: la historia del poeta Vicente Luy acercándose a ellos tras un show y ofreciéndoles pagar la grabación es famosa ya.
Aquél germen de fogón mutó en un disco comunista -cuatro temas per capita- de canciones formidables. Y aunque quedó ligado a la historia reciente del cancionero acústico, Flopa Manza Minimal es un álbum que revisita desde aires folklóricos -La voz del viento- a punk rock energético -Cruzando el ancho mar, una soberbia pieza que nos incita a superar los miedos- y guiños a Velvet Underground (chequeen la belleza monocorde y desesperante de Zigzag y el final de No más, que parece una cita a I’m waiting for the man).
Aquella ligazón con lo folk se hace carne en los hits del disco -¿se le puede decir así a canciones que nunca sonaron en la radio?-, las adherentes Debajo del álbum blanco, Sonajeros (la pluma de Flopa entrega sus primeras palabras soberbias en CD), El almaherida y Dejadez. La triada Sonajeros / Dejadez / Debajo del álbum blanco debe ser la mejor consecución de canciones en un disco del rock argentino desde allí hasta hoy: están casi pegadas, como si su dolor necesitara brotar así, todo uno.
La comunión de las tres voces, la organicidad de las canciones y sus melodías alegres que funcionan por contraste -“sí, nos estamos sacando toda la tristeza de encima”, parecen decir- dan como resultado un disco que emociona en cada escucha como la primera vez.

#28
Andrés Calamaro - Alta suciedad
Warner - 1997
Sabrán disculpar pero que el texto se torne personal es inevitable: Alta suciedad fue uno de los primeros casetes (¡casetes!) que me ligó con el rock argentino, a los once años. En ese momento no tenía la más mínima idea de que este disco de AC permanecería en mi altar para siempre, apenas si sabía de él porque el combo de cintas llegó a casa con otro LP entonces reciente, Hasta luego. Por supuesto, un álbum en el que tocan tipos como Steve Jordan, Charley Drayton -compañeros de Keith Richards en los X-Pensive Winos- y Marc Ribot hubiera sido escuchado con mayor atención de la que puse, que fue mucha.
Todo se reducía a la radio y los casetes de la casa, no había tanto como hubo después; en el ’97 no existía el mp3 y hoy eso parece un chiste. Un chiste como que a Loco, que hablaba de fumarse un porrito, le pusieran el pip censurador en las radios cuando Calamaro cantaba, suelto como en aquella noche preconizadora de La Plata, que quería salir a caminar solito (¡esos diminutivos sólo los puede usar un tipo con mucha confianza en sus canciones!) y fumarse uno. Todo mientras Duhalde gobernaba la provincia de Buenos Aires...
Alta suciedad: el descubrimiento de un sonido descomunal y emotivo, un tipo de canción que Calamaro ya venía curtiendo con Los Rodríguez pero sin tanto giro español -“gitanillo”, como dijo Dante Spinetta alguna vez-, con un sonido puro, espeso, dylanesco & stone. El sonido de las emociones rockeras, digamos.
¿Las letras? Lugares e historias, con el amor como eje: levante, sufrimiento, drogas, mitos y traidores (el cuento dice que es el comienzo de la pelea con Charly García, que no la entendió y cuando recibió el demo del tema-título pensó “éste es mi pollo”, cuando era para él).
En los últimos 20 años, pocos álbumes tocaron la fibra popular como éste. Crímenes perfectos, Media verónica, Todo lo demás y Donde manda marinero lo dicen mejor: vayamos donde vayamos, no sólo no sabemos lo que queremos sino que los días y las noticias son siempre lo mismo, el tiempo se consume y todo termina mal. Estamos perdidos, amigos. Pero qué lindo es si no estamos solos.

#27
Gustavo Cerati - Bocanada
(por Lucas Magnin)
BMG - 1999
Cerati se abocó a su carrera solista sin hacer una ruptura con sus últimas búsquedas en Soda Stereo. Bocanada, disco editado en 1999, funciona como rito de pasaje desde el último de Soda, Sueño Stereo (1995), porque profundiza matices e ideas mientras prepara el terreno para una carrera solista con mérito propio. El sample y la cita constante, más que una desventaja creativa, se vuelven indicio de posmodernidad y también homenaje. Bocanada, a nivel sonoro, es una colección de mantras que, en el loop y el exotismo, tiende a la trascendencia. Es una antesala del eléctrónico Siempre es hoy pero el sentido es otro: mucho más íntimo y frágil (la excepción es Paseo inmoral).
La voz de Cerati, madura y llena de resonancia, funciona como centro que da coherencia a una composición plural que oscila entre la electrónica y la sinfonía, la canción de fogón, el soul y el funk, el chill out e incluso algún coqueteo con sonoridades latinoamericanas. La guitarra (siempre rítmica) suena limpia y luminosa. Pero también hay oscuridad: “la verdad que más engaña”, el “pequeño Cristo 3D”, la “trayectoria sin final”. El disco es líricamente ambiguo, ligeramente conceptual, temáticamente hedonista. Las relaciones, tema por excelencia en la poesía de Cerati, aparecen constantemente pero también hay espacio para reflexiones sobre la música, el tiempo (incluso un par de referencias borgianas) y la falta de sentido ante un Dios desdibujado. Puente ya es casi un estándar de la canción argentina, que además identifica a muchos buscadores en estos últimos años. El final del disco es un “pecado” electrónico no apto para todo público pero esconde varias perlas.
Bocanada construye un marco que da identidad creativa a la carrera solista de Cerati. A través de él, se afirmó como una de las mentes más lúcidas y uno de los grandes creativos en la canción popular argentina.

#26
Illya Kuryaki and the Valderramas - Chaco
(por Federico Anzardi)
Gigoló Productions - 1995
Como las personas más interesantes, Chaco está lleno de matices, de cambios y de una profundidad que no se agota en el primer encuentro. Compuesto por dos pibes menores de veinte años, el disco es un mix de influencias, de desparpajo adolescente que no necesita encuadrarse en un género.
Después del hip hop naif de Fabrico cuero y el salto guitarrero previo a la madurez de Horno para calentar los mares, los IKV llegaban a su tercer disco en el punto justo. Sostenido por grandes músicos (Machi, Samalea, Javier Malosetti, Nalé, Nico Cota, Cardone) y una curiosidad y ambición que exploran el funk, el rap, las baladas folk y hasta el rock alternativo que roza el metal, Chaco resulta un clásico imperecedero por su sonido, solidez y originalidad. Si hay un concepto, un mensaje dentro del disco, es el de apoyo a las comunidades originarias (Hombre blanco), pero se diluye ante el peso de cada una de las canciones, de su efecto posterior. Abarajame, un tema que casi queda afuera, fue el hit inesperado que lideró rankings, abrió fronteras y disparó el álbum a otra dimensión: la de los mega éxitos que son apropiados por el mundo y por eso pierden su significado original. Jaguar House, Remisero, Abismo, No es tu sombra, Hermoza from Heaven y hasta una canción trans en una época poco gay friendly (En el reino) completan un cuadro de éxitos extraños, acordes con ese momento de nuestro rock. Una época en la que el camino fácil no era el elegido (Sueño Stereo, Trance zomba, el doble de Spinetta, Say No More y Luzbelito son hijos de los mismos días).
La variedad que presenta el disco también se nota en sus videoclips, en esa Casa Jaguar de imágenes que grabó la banda entre el 95 y el 96. Con Federico Klemm como maestro de ceremonias, por allí pasan los personajes sacados de películas ponjas injunables que sólo ellos miraban, el remisero conurbanense que abraza al miniturbo, Ceferino Namuncurá moviendo el coolo con la hija de la esgrima y las chicas húmedas que todavía se conmueven con las baladas sensibles que surgieron.
No hay nada parecido a Chaco en el rock argentino. Los trabajos posteriores de Dante y Emmanuel tampoco pudieron igualarlo.