Estos días han sido intensos y bonitos. No sólo por el hecho de que vuelvo a trabajar (en una librería, además), sino porque trabajo a gusto, rodeado de gente que aprecia mi esfuerzo y que se ve que trabaja a gusto conmigo. Creía (temía) que había olvidado como trabajar cara al público, como ayudar a encontrar lo que busca un cliente, pero no es así. Todavía sé como usar una base de datos, y, aunque todavía tardo más de lo que me gustaría, suelo encontrar lo que el ordenador me dice.
Ha pasado la Semana Santa, y yo en el pueblo, descansando, leyendo (devoré 5 libros en 6 días) y comiendo, porque otra cosa no he hecho, comer. Sano, en cantidades mucho menores de lo que solía comer antes, pero he comido. Y mucho. Fabes con almejas. Almejas a la sartén. Merluza al horno. Y tostadas de Semana Santa, o torrijas, como queráis llamarlo. En mi casa, se llaman Tostadas, y las hacemos desde Carnaval, claro.
Las tostadas de mi madre son maravillosas (espera que me repito: MA RA VI LLO SAS). Me encata que algo tan simple como pan, leche, leche condensada, azucar, limón, canela y huevo pueda resultar en algo TAN perfecto, jugoso y apetitoso.
Además he conseguido la receta de la crema cántabra que tan obsesionado me tenía. Así que pronto probaré la receta.
En Pascua ha habido cenas de amigos, con pastel de chocolate un tanto duro (me pasé con el tiempo de hornear, por no decir que, un huevo más le habría venido de perlas, creo yo), pero aún así desapareció casi entero y lo que sobró se dejó para el desayuno anterior de la dueña de la casa. Así que nada se desperdició.
Es verdad, los días, las horas, pasan volando. Me encanta estar activo y hacer cosas. Sonrío.
Doy gracias. Nunca se me olvida, dar gracias.
Por ahora, un poco de chocolate, algo de música, y un documental.