12 + 1

Por Amoreno
Un año, doce meses fueron los que trabajé en Saigón entre 2007 y 2008. Fue el mejor año de mi vida, seguramente por todos aquellos viajes que hice por el sudeste asiático y no por vivir en la capital del Sur de Vietnam. Un infierno de ciudad, lo mires por donde lo mires, pero inevitablemente es lo primero que echo de menos cuando pienso en aquel año.
Mi primer encuentro con Asia, el estimulante ritmo de vida del expatriado, un maravilloso país por descubrir. No sé qué hizo que me enamorase de Vietnam... y deseara no haberlo abandonado.

¿Cuál era el propósito de mi regreso a Saigón 1 año 5 meses y 5 días después en 2010? Sin duda recuperar todo aquello cuanto echaba de menos, todos y cada uno de los pedacitos que compusieron mi día de día en Vietnam hasta completar de nuevo el puzzle de la felicidad.

Cuando terminó mi periodo de beca en Vietnam me lancé a buscar un trabajo en Hong Kong, una decisión que tomé muy a la ligera sin pensarlo concienzudamente y que por múltiples razones, algunas fuera de mi alcance, terminó en fracaso estrepitoso y vuelta a España. El caso es que durante el tiempo que pasé en Hong Kong buscando trabajo fuí consciente de que abandonar Vietnam no había sido una decisión acertada. Hong Kong era una ciudad que me gustaba, muy moderna y cómoda para vivir, pero después de dos meses sentía que sencillamente no me aportaba lo mismo que Saigón. Descubrí que nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
Claramente en ese momento se me pasó por la cabeza la idea de regresar a Vietnam y buscar trabajo pero ya era tarde y mi visado de trabajo había caducado. Intentarlo de nuevo a la aventura era una opción demasiado arriesgada puesto que ya había gastado todos mis cartuchos en Hong Kong así que opté por lo más sensato, renuncié a todo lo que había dejado atrás hasta que algún día pudiera regresar.

Es comprensible por tanto que al surgir una nueva oportunidad de volver a Asia con una beca en Japón aprovechara para pasar un tiempo en Vietnam e intentara recuperar por un instante esa vida que tanto echaba de menos. Un instante que sería tan fugaz que apenas parpadeara tendría que abandonar the land of the rising dragon para empezar una nueva aventura en the land of the rising sun. Todo asciende en el Lejano Oriente.
Se trataba pues de aprovechar al máximo el mes de estancia en Saigón con la esperanza de quedar completamente satisfecho y conseguir una paz interior.

Lo primero fue encontrar un sitio donde vivir, un mes no es un periodo de tiempo razonable para tirar de hotel. Mi amigo Deeptesh, que todavía seguía en la ciudad, tuvo la amabilidad de ofrecerme una habitación en su casa de Bến Vân Đồn, en el distrito 4, justo al lado del canal que marca el límite del distrito 1, el del centro. Desde su apartamento de estilo occidental contemplaba todas las mañanas la ciudad. Tuve tiempo de recorrerla otra vez de arriba y abajo y de visitar los principales puntos de interés, de pasear por el bulevar de Nguyễn Huệ hasta el imponente Hôtel de Ville, de cruzar por delante del Teatro de la Ópera esquivando la marea de fotos que baja por Đồng Hới, de sentir la brisa en la cara al conducir una Honda Wave a toda pastilla por la plaza de Notre Dame.

La comida fue una de las cosas que más echaba de menos. Volver a degustar la deliciosa gastronomía vietnamita fue el mayor de los placeres. No tengo palabras para describir la sensación que tuve al probar de nuevo mi plato favorito de rau muống xào tỏi, o unas gambas borrachas en el 3T, un phở en el Temple Club, los rollitos chả giò del Ngon o la pinza de cangrejo rellena del Ngọc Sương en Lê Quý Đôn. Todo ello acompañado como siempre de nước chanh (zumo de limón exprimido con azúcar) y de cerveza Tiger o 333.

Y después que no falte un Cà phê sữa đá en la terraza más in de la ciudad, el Windows Café.

Para cenar, una buena opción fue pasarse por el Sushi Bar de Lê Thánh Tôn, el lugar donde probé por primera vez el sushi y el sashimi y donde comenzó mi afición por la comida japonesa en general. Para mi sorpresa han abierto más restaurantes en otros distritos.

No pude resistirme a pedir una ración del plato estrella del restaurante, el negi sake toro maki tenpura que en su día me descubrieran unos amigos españoles. Tengo que encontrar un restaurante en Japón que sirva esta delicia.

Hablando de españoles, una de las primeras cosas que hice nada más poner un pie en la ciudad fue pasarme por el Pacharán, el centro de reunión de la comunidad española Saigón. Allí encontré a los viejos del lugar (lo digo con todo el cariño) José Luis, Vicente y compañía sentados en la mesa jugando al dominó, ¡como si el tiempo no hubiera pasado para ellos!

El reencuentro fue emotivo. Rápidamente me pusieron al día de lo que había acontecido tras mi marcha. Cada vez son más los españoles que llegan a Vietnam y la comunidad crece para alegría de todos. Aunque sé que estas cosas se dicen por compromiso fue agradable escuchar que a los becarios de mi generación se nos recordaba y se nos echaba de menos.
Es cierto que mis amigos y compañeros Pedro, Carlos, Ana y Tomás ya no estaban en la ciudad; quizás la experiencia de vivir en Saigón no sería del todo la misma, pero me faltó tiempo para pasarme por la Oficina Comercial y conocer a los nuevos becarios! Hice buenas migas con Juan, mi sucesor en el cargo de Informático, y salimos de gambiteo por los garitos clásicos varios fines de semana: el Lush en Lý Tự Trọng, el Q Bar debajo de la Ópera y el Liquid de Hai Bà Trưng. El espíritu ICEX permanece vivo allí donde haya un becario.
Además de hacer turismo, dar cuenta de la gastronomía, reencontrarme con los viejos amigos y hacer otros nuevos también tuve tiempo de mejorar mi vietnamita.

Durante el año que trabajé en Vietnam me esforcé por aprender el idioma local, a pesar de que no hacía falta y con el inglés se podía tirar perfectamente. Dos días a la semana recibíamos clases de vietnamita durante el descanso del almuerzo en la oficina y después del trabajo el aprendizaje continuaba con el apoyo de Thoai, mi novia. Al final del año de beca conseguí tener un nivel aceptable de conversación y después de pasar tanto tiempo casi sin hablarlo no quería terminar olvidándolo así que convencí a mi amiga Nani, una vietnamita estudiante de español, para que me diera algunas clases por semana durante el mes que iba a pasar viviendo en Vietnam. Suficiente para desempolvar los apuntes y recuperar la fluidez básica. Para forzar aún más el aprendizaje me propuse un objetivo: mejorar lo necesario para poder sobrevivir sin el inglés en el viaje que tenía planeado la última semana a Sapa, las montañas del Norte de Vietnam. ¡Y vaya si al final me sirvió! Resulta muy útil poder comunicarte con los locales cuando necesitas ayuda después de un accidente de moto que te deja sangrando.
El vietnamita, un idioma completamente inútil fuera de Vietnam -en contraste con el japonés, por ejemplo- pero por el que siento una incomprensible atracción. Quizás sea por el hecho de que ningún occidental lo habla en Vietnam y las ventajas que uno obtiene cuando es capaz de comunicarse en esa lengua, empezando por el regateo, son proporcionales al nivel de sorpresa y admiración que sienten los vietnamitas ante semejante esfuerzo por integrarte. En el futuro me gustaría dedicar más horas a aprender este idioma si por azares del destino acabo con mis huesos en Vietnam. Ahí queda eso...
Por último, un mes da para mucho, ¡hasta para recibir visitas! Mi amigo Flapy se pasó unos días por el Sur y estuvimos haciendo el pirata por Saigón y viajamos al Delta del Mekong para ver los mercados flotantes.

A final de mes parecía como si nunca hubiera abandonado Saigón, como si mi beca ICEX hubiera durado 12 + 1 meses. Totalmente recomendable la experiencia de visitar tiempo después un lugar en el que has vivido y jugar a intentar llevar el mismo ritmo de vida de entonces.
En el universo de los expatriados las personas siempre vienen y se van y las ciudades cambian de apariencia, poco permanece constante. Para encontrar el sitio de nuevo a veces no hace falta completar todas las piezas del puzzle, sólo hay que saber buscar aquello que te hizo enamorarte un día por primera vez. Puede estar en la gastronomía, en un agradable paseo en moto, en una costumbre local o en el aroma de una mujer.