Cuando mi pequeña tenía dos años, ya le prestaba atención a la ropa, los colores, los zapatos y la palabra “princesa” empezaba a ser casi de cabecera. Con tres hermanos varones, un papá ingeniero y una mamá a la que no le apasiona ni el shopping ni el maquillaje, su despertar femenino me sorprendió mucho, hasta digo en broma que parecería tener más que ver con la genética que con su entorno.
Lo que intento enseñarle en cada oportunidad que puedo a mi hija es:
- Que puede jugar a lo que quiera, a las muñecas, a los autos o si le interesa fabricamos una princesa robot que luche contra dinosaurios desde su castillo color rosa.
- Que se puede vestir como más le guste y si quiere sumar una máscara de Hulk a su tul de bailarina está bien.
- Que es hermosa como es, con esa panza de bebé y esos cachetes enormes. Y sus amigas también los son, le digo que todas somos bellas.
- Que las princesas, todas ellas, hacen pis, se bañan, cada tanto se enferman y por sobre todo son buenas.
- Que no hay programas de televisión de nena y de nene, que puede ver lo que le guste y sea para su edad.
- Que mamá no es como las mamás de las revistas y es muy feliz.
- Que es genial que todos seamos distintos, altos, bajos, gordos, flacos, rubios, morochos o pelirrojos. Lo hermoso está en la diferencia.
- Que no importa qué le salga mejor que al de al lado, lo bueno es que pueda superarse a ella misma.
- Que ojalá se equivoque muchas veces, así va a aprender a superar la frustración y encontrar la forma de disfrutar el camino.
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