Ayer pasé frente al Dindurra y razoné, echando las cuentas, que su inauguración tuvo que vivirla, recién llegado de Centroeuropa para trabajar en el viejo Gijón fabril, mi tatarabuelo František. No sé si alguna vez llegaría a entrar, pero si lo hizo -lo cual sería bastante normal- podría haberse sentido como en casa rodeado de los frescos con ilustraciones de Alfons Mucha que decoraban las paredes del café por excelencia de la ciudad. Ambos, mi tatarabuelo y Mucha, eran moravos, de dos pueblos separados entre sí por apenas cuarenta kilómetros de distancia. Cada gijonés, cada gijonesa, tenemos nuestra particular historia en el café Dindurra, siempre nuestros pasos nos han dirigido a él para vivir algún momento importante en la vida o para imaginarlo, como yo me imagino los bigotones del viejo Franzl moviéndose satisfechos, mojados en el café au lait de aquellos primeros años francófonos del local, al reconocer frente a sí a un paisano.
Ayer salió este artículo mío en El Comercio (Diario de Asturias) (Ed. Gijón) contándoos de forma muy breve el 120 aniversario de la apertura del café Dindurra, que se celebra hoy, y que podéis leer online en el On+ (
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