122.- Al principio el agua estaba limpia y la suciedad proviene del niño

Publicado el 19 octubre 2011 por Javiersoriaj

Acabo de terminar de leer, después de todo el verano, el libro En defensa de las causas perdidas, de Slavoj Zizek (por cierto, no se lo recomiendo a nadie, porque más que otra cosa viene a ser un ladrillo escrito con un lenguaje bastante oscuro, aunque tenga muchas cosas muy interesantes, en las que el autor muestra y demuestra muchas cosas, pero sin llegar a calar por la falta de claridad, al margen de que no queda bien resuelto), y, al margen de lo puesto entre paréntesis, deja muchas cosas para la reflexión. Os dejo una de ellas, en las que cuestiona muchas cosas al reafirmar su vocación de defender esas “causas perdidas” que quizá no tengamos suficientemente valoradas, al eliminar uno de sus componentes: el de la necesidad revolucionaria de llevarlas a cabo. Os dejo con sus propias palabras, pertenecientes a la Introducción del libro, y cada cual que las interprete como quiera:

El auténtico objetivo de la ‘defensa de causas perdidas’ no es defender el terror estalinista, etcétera [la política de Heidegger como caso extremo de filósofo seducido por el totalitarismo; el terror revolucionario, desde Robespierre hasta Mao; el estalinismo; la dictadura del proletariado...] como tal, sino problematizar la facilona opción liberal-democrática. (…) Las desgracias acarreadas por el terror revolucionario nos enfrentan con la necesidad no de rechazar el terror in toto, sino de reinventarlo; la crisis ecológica que se perfila en el horizonte parece ofrecer una oportunidad única de aceptar una versión reinventada de la dictadura del proletariado. Por tanto, el argumento es que, aunque tales fenómenos fueron, cada cual a su modo, una monstruosidad y un fracaso históricos (el estalinismo fue una pesadilla que tal vez causó aun más padecimientos que el fascismo; los intentos de imponer la ‘dictadura del proletariado’  produjeron una parodia ridícula de un régimen en el que se redujo al silencio precisamente al proletariado), esa no es toda la verdad; en cada uno de ellos hubo un momento de redención que el rechazo liberal-democrático echa a perder y que es crucial aislar. Hay que tener cuidado de no tirar al niño con el agua sucia, aunque es difícil resistir a la tentación de invertir la metáfora y afirmar que quien pretende hacer tal cosa es la crítica liberal-democrática (es decir, tirar el agua sucia del terror y retener al niño limpio de la auténtica democracia socialista), olvidando, en consecuencia, que al principio el agua estaba limpia y que la suciedad proviene del niño. Lo que hay que hacer, más bien, es tirar al niño antes de que ensucie el agua cristalina con sus excreciones (…). El objetivo es superar, con toda la violencia que se necesite, eso a lo que Lacan se refirió burlonamente, el ‘narcisismo de la Causa perdida’, y aceptar con valentía la plena actualización de una Causa, incluyendo el riesgo inevitable de un desastre catastrófico. Badiou tenía razón cuando, a propósito de la desintegración de los regíemenes comunistas, propuso esta máxima: mieux vaut un desastre qu’un désêtre. Más vale el desastre causado por la fidelidad al Acontecimiento que el no ser de la indiferencia ante el Acontecimiento. Por parafrasear la memorable frase de Beckett (…) tras fracasar es posible seguir adelante y fracasar mejor; en cambio, la indiferencia nos hunde cada vez más en el cenagal del Ser estúpido”.

Pues eso, que como plantea Zizek, quizá nos queda repensar muchas cuestiones, y, por qué no, provocar, pues ¿qué puede resultar hoy más ‘provocativo’ que mostrar aunque solo sea un poco de simpatía o comprensión por el terror revolucionario?