Con los mismos elementos (un hombre atrapado durante horas), Danny Boyle y Rodrigo Cortés han rodado dos películas muy diferentes: 127 horas y Buried. Cortés contó la historia (ficticia) de un hombre metido en un ataúd, que debe arreglárselas con un teléfono móvil para contactar con el exterior. La trama y el suspense estaban en las llamadas que hacía y en sus conversaciones para que lo localizaran. Boyle contó la historia (real) de Aaron Ralston, atrapado en una grieta por una roca que le aprisionó el brazo derecho. Aquí no hay teléfono y, por tanto, le ha tocado recurrir a otros cebos para mantener la atención del espectador: monólogos de James Franco ante su cámara de vídeo, flashbacks, sueños, pesadillas y desvaríos propios del hambre, la sed y el cansancio. Mientras la cámara de Cortés se centraba en el hombre y su ataúd vistos desde todos los ángulos posibles, Boyle ofrece planos coloristas (la fotografía, especialmente en los primeros minutos, es de lujo), divide la pantalla en varios segmentos, utiliza varias canciones en su banda sonora y le imprime ese ritmo peculiar y propio de sus películas. James Franco está impecable. Es, sin duda, lo mejor del filme. Pero me quedo con Buried.
Con los mismos elementos (un hombre atrapado durante horas), Danny Boyle y Rodrigo Cortés han rodado dos películas muy diferentes: 127 horas y Buried. Cortés contó la historia (ficticia) de un hombre metido en un ataúd, que debe arreglárselas con un teléfono móvil para contactar con el exterior. La trama y el suspense estaban en las llamadas que hacía y en sus conversaciones para que lo localizaran. Boyle contó la historia (real) de Aaron Ralston, atrapado en una grieta por una roca que le aprisionó el brazo derecho. Aquí no hay teléfono y, por tanto, le ha tocado recurrir a otros cebos para mantener la atención del espectador: monólogos de James Franco ante su cámara de vídeo, flashbacks, sueños, pesadillas y desvaríos propios del hambre, la sed y el cansancio. Mientras la cámara de Cortés se centraba en el hombre y su ataúd vistos desde todos los ángulos posibles, Boyle ofrece planos coloristas (la fotografía, especialmente en los primeros minutos, es de lujo), divide la pantalla en varios segmentos, utiliza varias canciones en su banda sonora y le imprime ese ritmo peculiar y propio de sus películas. James Franco está impecable. Es, sin duda, lo mejor del filme. Pero me quedo con Buried.