El largometraje compite con El discurso del rey y Red social por el Oscar a la mejor película. Como Tom Hooper y David Fincher, Boyle también recrea un personaje de carne y hueso. Aron Ralston no tendrá la fama de Jorge VI y Mark Zuckerberg pero el libro que publicó en 2004 (Between a rock and a hard place) inspiró el proyecto cinematográfico.
La adaptación a cargo de Simon Beaufoy y el propio Danny explota la condición autobiográfica del relato, no tanto con planos subjetivos (ésta habría sido la elección narrativa más obvia) sino con un juego de cámaras encimadas sobre el protagonista: además de aquélla(s) detrás de escena, la filmadora y cámara de fotos del accidentado montañista.
Boyle aprovecha la condición techie de Aron para generar diversidad de imágenes y para apelar a un dramatismo discursivo que no habría tenido lugar sin la parodia de reality show o sin el mensaje a los futuros deudos (“pueden quedarse con la cámara pero por favor muéstrenles este video a mis padres”).
Como en Trainspotting, aquí también el director explota sueños y alucinaciones para ampliar la interacción de un personaje bloqueado, en este caso por razones de espacio, y para conseguir la empatía del espectador (cómo no emocionarse ante la visión que Ralston tiene de un hijo inexistente).
Sorprende ver a James Franco tan comprometido con su casi unipersonal. El otrora rival del hombre araña y amante de Harvey Milk parece sacar lo mejor de sí en este ¿primer? rol protagónico.
Sin dudas, los amantes del “cine survivor” (así es: Espectadores acaba de inventar un nuevo género) sabrán disfrutar de 127 horas. El pronóstico es válido para los admiradores de Boyle, que ahora seguro lo quieren al mando de una posible remake de ¡Viven!.
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PD. 127 horas se estrenará en Buenos Aires el próximo jueves 24.