Una ligera sensación de agujetas nos acompañan, en realidad, está entre agujetas y que un rodillo te haya pasado por encima, depende de la posición que adoptemos la sensación se adapta a una u otra situación.
El día anterior habíamos dado tralla a las piernas y luego, encima, en la piscina lo habíamos dado todo, si nos llega a ver Gemma Mengual nos hace una oferta.
Al menos, pensábamos que el día que venía iba a ser relajado. Íbamos a la carretera de Grossglockner, 48 km (en total 96 al hacerla ida/vuelta) sentaditos viendo paisajes ¡Ja!
Bajamos a desayunar y estamos muy perdidos. Tanto que vamos buscando un sitio donde sentarnos, pero vemos carteles con nombres y empezamos a dudar si teníamos que haber reservado o algo. Finalmente nos enteramos, ellos te sientan donde consideran. Así que, cada mañana en este hotel, cuando llegamos, tenemos que ir a buscar nuestro cartelito por las mesas.
Entregados al desayuno, vamos comprobando el tiempo. La carretera de Grossglockner está abierta solo de mayo a octubre. Discurre por alta montaña, con lo que es muy sencillo encontrarse nubes, niebla, nieve…
Por supuesto en nuestro mes de agosto, lo de que nos fuera a caer una nevada, con la ola de calor que acompañaba al país, era impensable pero las nubes sí nos preocupaban. Nubes es sinónimo de falta de visibilidad y ¿Qué hace uno en una carretera de montaña panorámica sin visibilidad?
El pronóstico del tiempo era favorable, una copia exacta del día anterior, el anterior y el super anterior, sol y calor. Perfecto.
La Carretera de Grossglockner recorre parte que Parque Nacional Hohe Tauern. Como os decíamos tiene una longitud de 48 km y es de peaje. El importe del mismo es de 34€ y se paga por vehículo, no por persona. Si tienes la tarjeta del Hohe Tauern está incluído (no la teníamos), si tienes la Salzburgerland Card tiene un descuento de 4€. La tarjeta la teníamos, pero la habíamos sacado para 5 días, el tiempo que habíamos estado en el área, así que no teníamos muy claro si nos aplicarían el descuento al estar caducada por un día.
Lo cierto es que nosotros la enseñamos y no comprobaron ni fechas ni nada, nos aplicaron la oferta y se quedó en 30 euros. A quien pueda interesar.
Suena un peaje elevado, lo sabemos, pero la carretera es impresionante. Para nosotros mereció la pena sin lugar a dudas. Hay que tener en cuenta que además es una carretera que tiene altos costes de mantenimiento, durante los meses que permanece cerrada acumula grandes cantidades de nieve, la prevención de aludes, el pavimento, etc. Solo las máquinas quitanieves tardan dos semanas en retirar la nieve tras la época en que está inactiva.
Cuando pedimos, meses antes de ir a Austria, información a la Oficina de Turismo del país, nos enviaron un mapa de la carretera con todos los puntos y miradores en los que se puede parar. Además, al pagar el peaje te dan otro mapa igual.
Hay muchísimos puntos para poder hacer paradas, para nosotros, de nuevo es importante el empezar temprano. Es una carretera muy visitada, que además también recorren ciclistas. Está perfectamente señalizada y pavimentada, y es bastante ancha.
Comienza en Bruck y acaba en Heiligenblut. Nosotros elegimos esta dirección para hacerla, para comenzar con la parte más paisajística y acabarla con el glaciar Pasterze como guinda del pastel. Luego volvimos como habíamos llegado. No paramos en el pueblo de Heiliegenbrut porque se nos echaba el tiempo encima, pero dicen que tiene imágenes austriacas bastante coquetas.
Pues lo dicho, comenzamos el recorrido de la carretera y desde los primeros minutos empezamos a ilusionarnos. Había tráfico pero en el inicio no era demasiado. Empezamos a dudar si parar ya en el primer mirador, los paisajes empiezan a ser impresionantes. Montañas, la carretera serpenteante, las cumbres heladas, un día de sol radiante con plena visibilidad.
No llevábamos 4 minutos en la carretera y hacemos la primera de decenas de paradas que haríamos ese día. En cada punto existen carteles informativos que te marcan las cumbres que puedes divisar.
La sensación, de verdad, es totalmente indescriptible, una maravilla. Hablamos de una carretera que está rodeada de más de 30 picos que superan los 3.000 metros de altura.
Durante el primer tramo, hacemos unas cuantas paradas, rodeados de montañas y verde, de praderas con pequeñas flores. Inmersos en los Alpes Austriacos, nos cuesta soltar las cámaras.
Uno de los puntos hacia el que hay un desvío es el que lleva al punto más alto de la carretera. Llevamos las ventanillas bajadas, el video en marcha y la música puesta. Estamos encantados, hasta que nos encontramos en este punto una masificación de coches para subir. La única que nos acompañó en todo el día.
Y tras un rato hechizados, como si del canto de las sirenas se tratara, con la mirada perdida en el paisaje y el dedo enganchado en el disparador de la cámara, continuamos por el camino.
Y seguimos recorriendo los Alpes atravesando el Parque Nacional, parando en cada oportunidad que tenemos. Lo que parecía un día tranquilo, se está convirtiendo en un día de sentadillas, de arriba, abajo, de fotos, de no parar. El tiempo pasa y nosotros avanzamos muy lentamente, pero estamos emocionados.
El paisaje pasa de montañas y praderas a áreas rocosas, más típicas de zonas glaciares. Desde la distancia se pueden observar, a ratos, cascadas que caen por las laderas de las montañas, fruto del deshielo.
La mañana ha avanzado tan rápido que es la hora de comer. A lo largo de la carretera se encuentran en algunos lugares, locales donde se podría tomar algo. Nosotros, en modo previsor, para esta ocasión, el día anterior adquirimos un picnic. Unos sandwiches, bebida, unas patatitas. Y en uno de los bancos con mesa que encontramos en el camino decidimos pararnos a comer. A pie de carretera, viendo el paisaje que nos rodeaba y alucinando con la cantidad de Porches que pudimos contar que pasaban a la velocidad de la luz.
Durante todo el trayecto encontrareis “merenderos” para poder tomar algo si el tiempo acompaña.
Después de un rato, comiendo en un lugar tan, tan, especial, continuamos el trayecto. Ya estábamos más cerca del glaciar. Pero de lejos observamos una cascada, y varios coches aparcados en la cuneta. Así que nos animamos a ver si podemos verla de cerca.
Y de nuevo bajamos e iniciamos un paseo de unos 15 minutos que nos deja sumergirnos por los paisajes que veíamos desde el coche, hasta llegar a un salto de agua con un entorno maravilloso. Como cabritillas, subimos, bajamos, fotografiamos y de vuelta al coche (los riñones empiezan a pesar, no olvidemos cómo habíamos amanecido del día anterior y los 500 trillones de paradas que llevábamos).
En este momento nos solidarizamos mucho con los repartidores, parece mentira, pero subir y bajar muchas veces de un coche, agota.
Estábamos ya cerca del glaciar. En una zona hay tráfico regulado, varios carriles y unos guardias controlando el aforo y dando paso. Empezamos a divisar el glaciar. Nuestro primer glaciar desde cerca… El glaciar Pasterze.
El glaciar Pasterze es el más largo de Austria, con sus ocho kilómetros y medio. Si mirais fotos por internet, podréis observar la rápida evolución que está teniendo. Dicen que cada año retrocede 10 metros. La montaña sobre la que está este glaciar es el Grossglockner, que da nombre a la carretera, la montaña más alta de Austria con sus 3.798 metros.
Nos impresiona. Nos impresiona el glaciar, y nos impresiona el imponente aparcamiento construido al lado del glaciar, del cual desconocemos la capacidad pero es gigantesco. Una mole de aparcamiento que genera sensaciones encontradas y el pensamiento de que poco nos parece que solo retroceda 10 metros al año con la cantidad de gente que lo rodeamos…
Estamos en Kaiser-Franz-Josefs-Höhe. El aparcamiento en el glaciar es gratuito. Una vez estacionados hay diferentes opciones. La primera sería subir al mirador. Hay unas escaleras que llevan por un camino hacia una torre, en la cual hay telescopios de swaroszki gratuitos para que puedas ver de cerca los detalles del glaciar.
Desde ellos, es impresionante observar cómo caen los chorros de agua azulada por las grietas de hielo. También se observa una panorámica de la zona, con el hielo desde el inicio de la montaña y como la lengua pasa de ese blanco azulado a un agua marrón en varios kilómetros.
Es una composición paisajística totalmente diferente a lo que habíamos visto hasta la fecha, e impresiona. En este camino hacia el mirador, encontrareis, casi seguro, a las simpáticas marmotas, a las que dicen que no hay que dar de comer y que pocos resisten la tentación. El que no escribe, vió a una meterse en una madriguera y se apostó en modo paparazzi, a media ladera, medio arrastrándose cual reportero de National Geographic, para intentar captar la instantánea, causando miradas a nuestro alrededor, bastante desconcertantes.
La otra opción desde este punto es bajar a los pies del glaciar. Hay una especie de tren cremallera que te baja hasta la base del glaciar y puedes ir caminando por él. Nosotros, en esta ocasión, lo dejamos, unos días después pisaríamos otro glaciar.
Dada la hora que era, nos teníamos que plantear el ir dando la vuelta. Había que deshacer los casi 50 km.
Totalmente cautivados por aquel lugar, volvemos al coche y nos ponemos rumbo al hotel, pensando que no haríamos más paradas a la vuelta ¡Error!
Era inevitable, ahora la luz caía de otra manera, teníamos diferentes visiones y volvían a surgir las ganas de parar, salir, entrar, caminar y fotografiar. De hecho, “el que no escribe” se sintió tan inspirado que, justo antes de un túnel, vió que ondeaba una minibandera en lo alto de la montaña que atravesaba el túnel y dijo ¿Subimos?
Mi cara debió ser un poema, con esa caída de párpados, que dice ¿estás loco? y la boquita de piñón contraída diciendo “lo que quieras”. Lo que quiso fue subir, por si no habíamos subido poco últimamente. Y subimos, por supuesto ¿Quién deja a su pareja con la frustración de no subir donde ondea una bandera?
Y mientras lo hacíamos, el que no escribe iba por delante, dando zancadas, haciendo una exhibición de forma física, y yo iba detrás con la cámara encendida, grabándole unas preciosas palabras jadeantes donde preguntaba ¿Qué nos lleva a hacer esto ahora? Si hemos estado en miradores espectaculares ¿Es acaso el amor el que hace que esté haciendo este derroche de energía?
Por suerte cuando llegué casi arriba y fui a visualizar cómo iba la grabación, no le había dado al Rec y solo quedaron grabados los últimos minutos de la subida.
Ahora os preguntaréis ¿Y qué había arriba? Una preciosa bandera con un el cartel del mirador en el que nos encontrábamos el Hochtorsattel a 2.575 metros de altura. La subida desde la carretera apenas sería de 10 minutos, con cuesta, pero entended que a esas altura el cuerpo no estaba para jarana.
Tras este coletazo final de osadía, volvimos al coche y continuamos recorriendo la carretera de vuelta impresionados. Fue una de esas experiencias mágicas.
En resumen, desde que entramos a la carretera de Grossglockner hasta que la abandonamos habían pasado 8 horas. Eso fue lo que nosotros tardamos en hacer todo lo que os hemos contado.
Cuando llegamos a Mittersill íbamos algo justos de tiempo. Allí se cena pronto. Habíamos visualizado el día anterior, en un paseo nocturno que dimos por el pueblo, un restaurante que tenía una terraza preciosa, y nos planteamos ir allí. Así que pasamos por el hotel para ducharnos y adecentarnos y en un paseo rodeados de mosquitos, nos acercamos al restaurante.
Restaurante Haus am Teich (Mittersill).Un lugar muy agradable y con gusto, con una terraza con velas, mantitas para ponerte encima si querías. Cocina elaborada tipo fusión, música de fondo y una atención exquisita. Los ñoquis con langostinos estaban buenísimos, y la ternera también acertada. La calidad de la materia prima era muy buena. El vino, tuvimos que tirar del austriaco y no debimos acertar, era flojillo. Un par de expresos para terminar. De precio, nos pareció adecuado, 65€.
Para romper este momento bucólico y romántico recordaros la importancia del repelente de mosquitos, que no falte en un vuestra maleta. Por la noche los vampiros salen en busca de sangre fresca, no lo olvidéis, y la sangre ibérica les mola mucho…
El hotel se encuentra situado a las afueras del pueblo pero la distancias son mínimas en la zona. Es como si fuera una zona de casitas a 5 minutos caminando del centro. Volvimos en un paseo agradable. De nuevo, el cielo estrellado y ese frescor de los Alpes que, para nosotros, comenzaba a ser muy familiar.
Habíamos pasado el ecuador del viaje y todavía quedaba mucho por descubrir. Al día siguiente, más…
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