Amanecemos en el cutre alojamiento de Winchester del que os hablábamos en la entrada anterior y bajamos a desayunar al bar. Ese bar de noche tenía mejor aspecto que de día. Nos volvemos a encontrar un poco el aroma a bodega y la moqueta por la mañana, ninguna de las dos cosas resulta refrescante.
Mientras nos tomamos el desayuno, bastante aceptable, nuestras miradas están medio dormidas, medio despiertas, así que lo que parece que vemos por la ventana podría ser una alucinación…
Pero no, nos acercamos al cristal para comprobar que aquello es real, al otro lado de la húmeda carretera hay una llama. Este tema se queda como protagonista de nuestro desayuno, y pensamos en la fauna autóctona que se cruza en nuestro camino...
Antes de partir a otros destinos, tenemos que parar en Salisbury. El día anterior, entramos en los antepasados de la ciudad, Old Sharum y Stonehenge. Hoy, vamos a ir a Salisbury y el tiempo no nos lo va a poner nada fácil.
Elegimos esta ciudad como una parada porque tiene diferentes atractivos. Como os hemos comentado en otras entradas, casi todos los lugares en el sur de Inglaterra tienen un “el más…”: el más antiguo, el más grande, el más pequeño…
En Salisbury, nos encontramos por un lado con la iglesia más alta de Inglaterra, por su aguja, con el reloj mecánico más antiguo del mundo en funcionamiento, del s.XIV, y con uno de los únicos 4 ejemplares de la Carta Magna, que además es el mejor conservado, con el conjunto de claustros más grandes de Gran Bretaña y con el conjunto de sillería completo de coro más antiguo de Gran Bretaña ¿Cómo nos vamos a saltar este lugar? Si es un no parar...
Al llegar llueve, llueve muchísimo y hace un viento que acaba con mi paraguas de 12 años; se rindió. Buscamos un lugar donde estacionar y cogemos uno de los aparcamientos de media estancia que está bastante cercano a la catedral, ya que pensamos que no nos llevará más de 4 horas. Llegamos temprano, antes de poder entrar a la catedral porque estaban de oficio, así que nos tocaba esperar.
La visita al templo religioso en esta ocasión es gratuita, puedes dejar una donación a razón de la voluntad, si así lo deseas. Mientras esperamos que llegue la hora a la que podemos entrar aprovechamos para intentar ver los exteriores, pero el clima lo pone muy difícil y solo alcanzamos a ver, entre capucha y paraguas medio destrozado, que una parte de la fachada de la Catedral se encuentra con andamios. Aun así, y a pesar de parecer eso Mordor, la estampa del templo es impresionante. Finalmente, nos toca refugiarnos en el claustro hasta que nos abran la puerta.
De nuevo una preciosa catedral inglesa nos abre sus puertas. Ya estamos más acostumbrados al gótico inglés tras haber entrado en los anteriores días en otros templos como el de Canterbury pero, a pesar de ello, nos resulta muy atractiva. Está un poco masificada y solicitada y en vez de respirarse un aire solemne y un silencio como exigen estos lugares, en algún momento recuerda más a un centro de exposiciones por el gentío que hay. Como podéis ver en nuestro relato, es un lugar en el que está permitido tomar fotografías salvo en la sala capitular.
Este templo es originario del s.XIII. La altura de su torre y aguja ha ocasionado problemas arquitectónicos al edificio y ésta se ha ido inclinando con el paso del tiempo. La aguja se colocó posteriormente a la construcción y por los mismos motivos que os comentábamos en Winchester, las características del terreno, fue cediendo hasta desplazarse más de 60 cm de su verticalidad.
Estamos seguros que os encantará su visita y toda la historia que lo rodea.
Tras dedicar un buen rato a visitar la iglesia, las capillas, los claustros, la Carta Magna y todos “los más”, salimos al exterior, a la pradera verde que rodea la catedral, y donde observamos que parece que ha dejado de llover.
Empezamos a caminar para sumergirnos en el casco de la ciudad, para ello atravesamos un arco que parece la entrada a través de una antigua muralla medieval.
A nuestro alrededor pasa mucha gente, como si fuera un goteo constante, que llevan dorsales a la espalda, pantalones cortos y parecen salidos de un lodazal. Alguna carrera local se estaba celebrando aquel día gris y húmedo.
Los turistas acudimos a Salisbury atraídos por el Stonehenge y por su impresionante Catedral pero la ciudad por sí misma ya tiene cierto encanto. De carácter medieval, pasear por sus calles se convierte en un momento de relajación y tranquilidad. Suelos empedrados y fachadas blancas con travesaños de madera, algunos colores, más piedra.
El río Avon la cruza formando algunos canales habitados por cisnes y patos. En nuestra visita el sol se animó a salir tras la tormenta y todo brillaba de una forma más especial.
La oficina de turismo se encuentra en High Street, la calle principal, donde también encontraréis comercio y recintos para tomar algo. Lo normal sería deciros que os recomendamos que os acerqueis allí, pero he visto amebas con más empatía que la que manifestó la persona que nos atendió en esa oficina de turismo.
Tras darnos un buen paseo por Salisbury, es la hora de partir, vamos a ir a visitar un pueblo, en muchos lugares, catalogado como el pueblo más bonito de Inglaterra, ese es “el más” que tiene. Castle Combe, que se encuentra a una hora y cuarto de Salisbury.
El día que marcamos este punto en nuestro itinerario fue porque, trasteando por internet, llegamos a unas imágenes que nos cautivaron. Parecía ser solo una calle, pero nos apetecía estar allí, pisarla y tener nuestra propia foto; conocer el “pueblo más bonito de Inglaterra”, según algunas fuentes.
Ya por las carreteras de acceso a la localidad nos sentimos en una película, y cuando llegamos a la calle que conforma esta pequeña aldea y la atravesamos con el coche, porque no hay forma de parar en su interior, nos sentimos emocionados. La tormenta amenazante, con esos cielos grises, el sol que se medio filtraba. Esa arquitectura típica de los Cotswolds de los que os hablaremos más adelante.
Tan solo un par de calles y una plaza llamada Cross Market (s.XIV), donde descansa la cruz que señalaba el derecho a mercado, y la estructura donde se amarraba a los caballos.
Como no vamos a caballo, sino en coche, hay que dejarlo en un arcen en la carretera boscosa que atraviesa la localidad. Tenemos suerte y encontramos sitio. Llegamos a una hora en que la gente está comiendo y no encontramos este rincón demasiado masificado.
Comemos allí mismo, bajo la estructura que hay en la plaza, mientras empieza a llover de nuevo. La lluvia dura lo mismo que nuestros sandwiches y para cuando hemos terminado, ha salido el sol. No sabemos si nos gusta más nublado o soleado y no podemos parar de fotografiar.
Y al estar allí entendemos que haya sido el enclave para rodar diferentes obras cinematográficas porque parece un auténtico decorado. Una de las más conocidas, entre otras, Horse, un caballo de batalla o Dr Dolittle.
La localidad cuenta con menos de 400 habitantes, algunos de ellos dejan dulces en la puerta para que el visitante se sirva libremente y deje el dinero si así lo hace. Un claro ejemplo de honestidad y confianza.
Un pueblecito que en una foto parece una postal, un lugar que, al atravesarlo, por pequeño que sea, se te queda grabado en la retina.
Nos vamos de este encantador lugar, nuestro destino es Bristol, lugar que elegimos porque, por su ubicación, nos pareció que podíamos hacer varias noches allí y en su entorno hay varios puntos de interés. Se agradece en un viaje como este, que vas moviéndote cada día, tener alguna parada que te permita pernoctar más de una noche.
Además, ese día era importante llegar a Bristol no muy tarde, cada año en agosto se celebra el Balloon Festival. A primera hora de la mañana y a última de la tarde, en una zona habilitada, despegan cientos de globos aerostáticos de todos los colores y formas. Aquel domingo, a última hora de la tarde, se producía el último despegue del año 2014, era el cierre de la fiesta y nosotros podíamos llegar a disfrutarlo.
Salimos hacia Bristol, lo que suponía en tiempo una hora y cuarenta minutos, más o menos (64,5 millas), con el tráfico de Inglaterra, por supuesto, y sus autopistas con semáforos. Y buscamos el lugar donde se celebraba el acto.
Esta ha sido la única vez que hemos tenido un peligroso percance con el coche, que afortunadamente quedó en nada. Buscando la entrada al aparcamiento del Balloon Festival, que se celebra a las afueras de la ciudad; nos perdimos varias veces. El GPS se desorientaba, nosotros también y andábamos perdidos. Con esa agonía de desesperación hicimos un giro a la izquierda entrando en sentido contrario por un carril que era ¡Una salida de la autopista! y nosotros como kamikaces ibámos por él para incorporarnos a la carretera. Las luces largas de un conductor, las flechas del asfalto y el ataque de pánico en el que nos vimos sumidos hizo de ese momento un instante de histeria.
Ese silencio cortante en el que no puedes ni hablar, solo miras como dar la vuelta en medio de un carril de salida por el que entran coches. Yo pensando en bajarme y mover los brazos… El que maniobra juntando mandíbula con mandíbula y abriendo las aletas de la nariz intermitentemente... Al final, conseguimos dar la vuelta sin mayor inconveniente. Eso sí, el susto nos duró un buen rato.
Pero el Balloon Festival, del que os dejamos el link, por si alguno vais en las fechas en las que se celebra, nos trajo otra decepción. Cuando por fin conseguimos llegar, nos informan los organizadores que si queríamos podíamos pasar pero solo para ver las casetas, ya que la ascensión de los globos había sido suspendida por el clima, demasiado viento…
Así que nos dimos media vuelta hacia el hotel con algo de pena, porque estábamos muy ilusionados con la idea de que coincidiera nuestra llegada a la ciudad con esta popular celebración.
El alojamiento elegido en Bristol fue el Hotel Ibis Bristol Centre. Para nosotros altamente recomendable, lo cogimos sin desayuno y nos salió una oferta muy buena para 3 noches. Como todos los alojamientos en Inglaterra, este hotel tiene el llamado “kettle”, una especie de tetera-cafetera, con lo cual compramos unos dulces variados y por las mañanas teníamos el tema resuelto. Está situado al lado del acuario y del puerto y, a su alrededor, hay muchísimos locales para salir a cenar cada noche. Nos tocó una de las habitaciones reformadas, mediana, era limpio y tranquilo y, como os comentamos, muy cómodo. Tiene el aparcamiento en un parking que hay bajo la plaza, a 3 pasos literales del hotel, y en el que te hacen un precio especial.
Llegaríamos hacia las 6 de la tarde, lo justo para hacer el check in en el hotel y, por primera vez, deshacer las maletas, que estaba todo ya, entre la humedad y los traslados, hecho un desastre. Luego salimos a hacer una rueda de reconocimiento.
Bristol es una ciudad más ciudad. Te alejas un poco de los toques medievales de los que venimos para encontrarnos con una ciudad llena de contrastes que, turísticamente hablando, no es nada destacable pero que os podemos decir que, para nosotros, como punto de descanso nos resultó perfecta.
Esa misma tarde, nos fuimos a la zona del puerto que estaba animadísima, llena de locales, de gente paseando, música… Nos sentamos en una de las terrazas, no una mesita y unas sillas, no, en una sofá de piel, típico inglés, una bebida y disfrutamos la tarde de nuestro primera parada en civilización.
Aquella tarde, antes de sentarnos como dos señores en aquel sofá y sentirnos super afortunados de poder estar en ese lugar, estuvimos paseando por las calles principales pero la tarde, a parte de viento, estaba guerrera con la lluvia y en varias ocasiones nos acompañó el chaparrón británico del que ya hemos hablado, que parece desaguar un mar sobre tu cabeza durante 15 minutos para luego darte unos rayos de sol que brillan con más fuerza… Pero ese día no, los chaparrones se intercalaron con el sol durante toda la tarde.
Respecto a Bristol, como lo fuimos viendo a cachitos en los 3 días que estuvimos por allí, lo que vamos a hacer es unificar en la próxima entrada las 4-5 cosas que nosotros nos paramos a ver.
Tras el paseo por alguno de los rincones de la ciudad, tras estar un buen rato en aquella terraza del puerto, desde la que veías llover sin mojarte por estar en el muelle y escuchar tangos, mientras otros los bailaban, decidimos ir a cenar.
Cenamos en Las Iguanas, comida latina - americana, en la zona del puerto. Un lugar informal, con muy buena atención y pegadito al hotel. Perfecto para dejarnos caer y prepararnos para el día siguiente, donde por fin no tendríamos que cargar con las maletas.
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