Abandonamos el desayuno irlandés y lo sustituimos por algo más patrio: yogur con cereales y muesli, bizcocho, magdalenas y tostada con mantequilla y mermelada. Vamos, cualquier cosa que no hubiera pasado por la sartén. Vale, igual no es tan patrio...
Continuamos con el diario de viaje de Irlanda. El plan del día es ir a las Islas Aran, concretamente a Inishmore. Teníamos el ferry reservado a las 12 de la mañana. Lo hicimos justo la noche anterior. El hacerlo tan tarde tuvo la penalización de que no pudimos coger billete para el ferry de las 10:30, ya estaba lleno. Por cierto, gracias a sacarlo online nos ahorramos 5 euros. Recomiendan en temporada alta llevar la reserva hecha para asegurarse el billete a la isla. Nosotros arriesgamos hasta justamente el día anterior, porque al estar 3 días alojados en Galway teníamos la opción de visitarlas un día que tuviera un pronóstico de tiempo favorable. Este día parecía que podía serlo. Así que la noche anterior probamos suerte.
El precio del ferry 25 euros persona. Os dejamos en enlace a la web.
Las Islas Aran son Inishmore, Inishmaan, Inisheer. No se puede pasar en coche a ninguna de ellas. Nosotros, tras mirar bastante por internet, decidimos visitar la más grande Inishmore.
Al adquirir los billetes por internet te dan un número de pedido. En el mismo Galway tienen unas oficinas. Como íbamos bien de tiempo y estábamos alojados allí, a primera hora nos acercamos a recoger los billetes. Aunque creemos que también puedes adquirirlos en la misma oficina que hay donde se coge el ferry. Pero eso sí, siempre hay que pasar a recoger el billete, no ir directamente al barco.
El barco sale desde desde Rossaveal (Rosh a Mill). La compañía es Aran Island Ferries. (Coordenadas de la terminal 53°16'15.0"N 9°33'04.0"W) y está a unos 45 minutos de Galway.
Como tenemos tiempo, aprovechamos para visitar Galway de día, ya que los días anteriores solo habíamos estado allí por la tarde-noche. A pesar de poder dejar el coche en el aparcamiento del hotel, hemos decidido hacer el vago y pagar el aparcamiento de zona azul (2 euros una hora), eso es lo que pasa cuando no puedes con tu vida.
Nos es suficiente, porque a primera hora, alrededor de las 9 de la mañana la zona peatonal está llena de camiones. Carga y descarga de abastecimiento a todos los locales. La verdad es que afea bastante el lugar con respecto a la imagen de la tarde. Nos desesperamos un poco, los cubos de la basura, las fachadas tapadas, los de la limpieza. Parece que Galway a esas horas está “en mantenimiento”.
Nos acercamos al Spanish Arch, que no deja de ser un resto de la muralla de la ciudad. También está la Catedral y la Iglesia de San Nicolás, pero al estar la ciudad como si estuviera en off, decidimos poner rumbo hacia la zona en la que sale el ferry, y por la tarde retomar la visita a Galway.
Llegamos con bastante tiempo a Rosseveal. El coche se deja en un aparcamiento en el que un buen hombre nos da un ticket que se abona a la retirada del mismo. Es un precio fijo por toda la estancia que ahora mismo no recordamos.
Desde el aparcamiento hay que ir andando durante unos tres minutos hasta llegar al lugar donde está el muelle. Una vez allí nos toca esperar. Damos unas cuantas vueltas, aunque no hay mucho lugar por donde andar. Vemos que la gente empieza a formar una fila, pero queda más de 45 minutos para salir. Nos negamos a estar ahí como si fuéramos a coger un vuelo low cost. Así que nos sentamos en una zona que hay habilitada a aprovechar los rayos de sol. Estamos cansados…
Desde la distancia vemos, a las 11:30 de la mañana, que la fila empieza a ser preocupante y decidimos dejarnos llevar por el ansia viva y nos plantamos allí a reclamar nuestro espacio.
Llevábamos en la mochila pastillas para el mareo, habíamos leído que el mar se puede agitar bastante y los barcos no ser muy estables. Así que, en un acto de previsión total y en nuestro super botiquín que incluye lo inimaginable, hemos incorporado la biodramina. Lo suyo, dicen, que es tomársela un poco antes. Pero como ya habíamos cogido ferry en otras ocasiones y nunca nos habíamos mareado, arriesgamos y no nos tomamos la pastilla. El día, además estaba soleado y parecía que tranquilo.
De forma puntual sale el barco. No conseguimos asiento en la parte alta que va descubierta, pero sí que encontramos un hueco para ir de pie. A los 15 minutos nos vemos obligados a bajar a la planta baja cubierta, sentarnos en unos asientos y forzar una siestecita, porque efectivamente el bamboleo de ese barco empieza por hacerte flotar y acaba por entrarte un colocón y un movimiento de estómago que no es agradable. Los 45 minutos se pasan en un corto y lento pestañeo.
Para visitar Inishmore hay varias opciones. Se puede recorrer a pie, alquilar unas bicicletas y recorrer los caminos de la isla o también se puede coger una furgoneta que te lleva durante unas dos horas y media o tres por los principales puntos de interés. Estamos hablando de una isla con unos 14 kilómetros de largo y 4 de ancho (y ésta es la grande).
Teniendo en cuenta que venimos cansados, que hemos cogido el ferry de las 12 y que, concretamente yo, no monto en bici desde los 14 años y el que no escribe tendría el mismo record que yo, a excepción de un día que con veintipocos se volvió loco y se fue con el cuñado y la bici a recorrer campo y casi no lo cuenta, lo más sensato es optar por la furgoneta.
Así que bajamos del barco en Kilronan, lugar en el que atraca, y vemos que hay bastantes furgonetas. Están en diferentes lugares estacionadas y se nos crea la típica sensación de inseguridad de ¿Serán todas estas “furgonetas oficiales”?
Así que entramos en la oficina de turismo que está allí mismo y preguntamos sobre el tema de las furgonetas. Nos dicen que podemos coger cualquiera. El precio es universal, por lo que podemos comprobar. Diez euros persona. El recorrido oscila de 2 a 3 horas, depende un poco, por lo que hemos leído, de la persona con la que viajes.
Nosotros nos acercamos a uno de los conductores, nos cuenta el recorrido que va a hacer. Entendemos que tiene parada en alguno de los puntos que habíamos marcado como importantes, así que decidimos que nos parece bien ir con él. Somos los primeros y nos comenta que tenemos que esperar a ser unas 10 personas. Decidimos esperar, la verdad que en el momento que entran los primeros en una, el resto se va animando. Lo positivo, que al ser los primeros elegimos los sitios que más nos gustan para ir sentados. A las 13:00 comenzamos el paseo.
Las Islas Aran son lugares agrestes donde durante muchísimos años se ha llevado una vida de costumbres tradicionales con difíciles condiciones meteorológicas. Un terreno complicado y muy aislado, rodeado de un mar bravo, intenso y salvaje.
Inishmore quiere decir “la más grande”, que de hecho es lo que es, la más grande de las Islas Aran. El terreno rocoso parece un conjunto de parches verdes cuyas costuras fueran muros de piedra.
Aquí dicen que se encuentran los mejores jerseys de lana. Las mujeres de los hombres de Aran tejían para darles protección en sus salidas a la bravía mar. Si os gustan los jerseys de lana tendréis oportunidad de haceros con unos auténticos allí, aunque ya no estarán hechos a mano. Como curiosidad, tenían un tipo de puntada diferente en función del estado anímico o sentimental en el que se encontraban las tejedoras.
El terreno tiene algunas similitudes con la zona de The Burren (que visitaremos días después), la piedra caliza, y las grietas que en ella se hacen y dan lugar a una vegetación variada y muy especial. El último dato demográfico que hemos obtenido de la wikipedia sitúa en 2011 la isla con un total de 845 habitantes. Un lugar en el que el gaélico es su lengua madre y mantenido la tradición irlandesa.
En Inishmore hay restos arqueológicos importantes. El más importante de todos es Dún Aengus, un yacimiento arqueológico del Neolítico. La furgoneta toma la dirección oportuna y por las ventanas vamos viendo toda la costa, los muros de piedra que dividen las parcelas, ganado y el azul intenso del mar. Al lado de la furgoneta pasa gente en bici y otros andando. El viento sopla bastante fuerte.
Pasamos cerca de un lugar costero en el que habita una colonia de focas. Bueno, sabemos que habita porque el buen hombre nos lo dice y tiene cara de ser una persona de confianza, porque al pasar por allí podemos observar UNA foquita. El resto andará dándose un baño en las “plácidas” aguas del Atlántico. Nos ponemos todos de pie dentro del vehículo y cual paparazzis intentamos alcanzar a fotografiarla, y esto es todo lo que conseguimos. “La foca de Inishmore”. Nos quedaba aún una esperanza, y es que después de visitar el Fuerte de Dún Aengus (Dún Aonghasa) pasaríamos de nuevo por allí e igual podíamos ver más, si se dignaban a volver.
La ubicación de este fuerte está en un enclave espectacular. Se trata de un fuerte prehistórico al borde de unos acantilados vertiginosos, con unos cortados verticales que quitan el hipo. Visitar este fuerte tiene un precio de 10 euros. Irlanda es un poco, allá donde fueres, paga por lo que vieres…
El conductor nos deja al lado de la zona donde se adquiere el ticket de entrada. Nos pregunta si alguno de nosotros tenemos billete de vuelta en el ferry para las 16:00. Nosotros, como no sabíamos el tiempo que nos iba a llevar reservamos para el último, el de las 18.30. Por suerte, ninguno de los otros viajeros de la furgoneta, tampoco tenía que volver a las 16:00, así que nos dijo el conductor que podíamos alargar un poco más el tiempo y nos dejó una hora con cuarenta y cinco minutos para que lo pudiéramos visitar a nuestro aire y aprovechar para comer, si así lo desearamos. En ese punto hay un restaurante (no saben ni nada).
Nosotros llevamos nuestro picnic en las mochilas preparados. Comer en un fuerte con orígenes de prehistórico no se hace todos los días.
Hasta el fuerte hay unos 10 minutos caminando. Sopla el viento que da miedo. Del fuerte quedan unas ruinas que para nosotros son eclipsadas por los fabulosos acantilados. A pesar del viento, encontramos un montón de gente repartida intentando sacar las mejores panorámicas del lugar. Todos nos acercamos al borde con bastante precaución, algunos más que otros.
Habíamos echado un ojo a una roca que había al borde del acantilado, si uno apoyaba la espalda sobre ella, te cortaba el viento. Era el lugar ideal para comer, al borde del acantilado pero protegidos. Pero conseguir ese lugar no iba a ser fácil. Era codiciado. Había un grupo de personas que parecía que se iban a ir, y nosotros acechábamaos los alrededores como auténticos profesionales, aunque no éramos los únicos.
Pero lo conseguimos, y asentamos nuestro campamento ahí, recogidos, sin poder salirnos de la protección de la roca, porque el viento no conoce el descanso en Irlanda.
Un picnic muy especial desde donde observamos el mar vivo y una pareja en la cual ella le tenía a él inmovilizado, eran españoles. “Alber” estamos contigo, la próxima vez, creemos aunque te amenace con irse si das un paso más, te aseguramos que merece la pena, acercarse a unos metros del acantilado. No hablamos de asomarse, no hablamos de dar un salto, simplemente de acercarse 5 metros? Nos acordamos de tí en más de una ocasión y pensamos en qué estaría siendo de tí en tu viaje por Irlanda, tierra de vientos y acantilados.
Cuando miramos el reloj, nos queda una media hora, más o menos para ir donde nos había dejado la furgoneta. Las casi dos horas se pasaron volando. Lo único que lo hacía más presente, era el aturdimiento del azote del viento. Eolo debe tener su residencia de verano por allí.
Volvemos a la furgoneta. El conductor va contando un poco de la historia de la isla, sus características, etc. Entendemos lo justo, más que en Clew Bay, eso sí. Continúa el recorrido y seguimos disfrutando del paisaje, ese paisaje pintoresco llano, sin árboles y con la orografía tan típica de allí.
Ponemos rumbo a la zona de las siete iglesias (Na Seacht dTeampaíll). Se trata de las ruinas de un conjunto monástico construido entre los siglos VIII y XV. El nombre lleva a confusión. Las ruinas albergan dos iglesias, y el resto de las ruinas corresponde, a otro tipo de edificios, viviendas, etc. La iglesia que mantiene su arco es la más antigua de las dos.
Un cementerio lo rodea todo, con algunos restos de cruces celtas. La parada dura un rato y nos dedicamos a pasear, sacar algunas imágenes mientras el viento sigue dándonos unos buenos empujones. Y continúa la visita.
Pasamos de nuevo por la zona de la colonia de focas, palpita nuestro corazón en la Irlanda profunda ¿Habrán vuelto las focas? No solo no han vuelto, sino que “la foca de Inishmore” de la mañana se ha dado a la fuga.
La frustración de la fauna irlandesa nos persigue, en Clew Bay, la colonia de focas contaba con unas 5 lejanas y pequeñas focas. En Connemara los ponis autóctonos ni se dignan a aparecer, en Aran, la colonia consta de una foca… y en la segunda oportunidad con ninguna. ¿Por qué animalitos del mundo huís de nosotros?
Pero ¡oh sorpresa! cuando estamos volviendo al punto de inicio en una de las playas solitarias parece que de lejos se divisa una foca. Se lo decimos rápidamente al conductor y detiene la furgoneta. Nos pilla en el lado opuesto a nuestra ventanilla, cual paparazzis y con objetivos todoterreno hacemos lo que podemos, entre las cabezas, ventanilla, conductor y demás, enfocamos a ese punto pequeño, chiquitito, enano que parece ser una foca… Parecemos cazadores de pokemon, damos un poco de pena.
Y volvemos al principio de la ruta. Son las cuatro de la tarde pasadas. Nos quedan dos horas y media para coger el ferry. Así que decidimos tomarnos un café en una terraza donde el sol nos curte con fuerza. Creo que por primera vez tenemos un poco de calor, a pesar del viento.
Buscamos una sombra al lado del puerto, donde una niña se tira desde el muelle al agua, que debe estar a temperatura para la criogenización, una y otra vez, no ve el fin. Sinceramente, no apetece. Si no es de allí, sus antepasados deben de serlo. Sentados en esa sombra, con unos colores y un atontamiento del viento impresionante nos dedicamos a grabarnos vídeo cantando Galway Girl. Son momentos frutos de la enajenación que produce viajar…
De golpe se nos ocurre que igual podemos acercarnos a la zona del ferry y comentar si habría posibilidades de que volviéramos en el próximo ferry que saliera. Efectivamente, al llegar allí nos enteramos de que existe esa posibilidad. Y esto es interesante para hacer las reservas. Al llegar vemos que hay dos filas, el ferry salía a las 17.00. Nos dicen que si hay hueco podemos entrar, pero que esa segunda fila que vemos es de otras 50 personas a las que se les había ocurrido la idea antes que nosotros. Si en vez de andar cantando el Galway Girl mientras mirábamos a una niña inconsciente tirarse al mar, hubiéramos ido al muelle del ferry, probablemente habríamos tenido una posición más ventajosa.
A las 17:00 llega el ferry. Entran todos los que tienen billete para esa hora y luego dan paso a la fila en la que estamos todos los que queríamos volver antes de lo que nos correspondía. Contra todo pronóstico conseguimos entrar y a las 17:45 estamos de nuevo en tierra. Y sin usar biodramina.
Como es una buena hora a la que llegamos a Galway, pasamos por el hotel para darnos una ducha. Venimos como si hubiéramos estado en el coliseo luchando con leones. Ducha y, al menos, 30 minutos para desenredar el pelo tras los vientos vividos. El pelo en Irlanda no se seca, por cierto, es luchar con lo invencible. El que no escribe no tiene estos problemas, ya le gustaría...
Esa noche nos toca hacer maletas, así que aprovechamos este momento para ir colocando algunas cosas y salimos a darnos el último paseo por Galway. Cuando llegamos a las 20:00 había una luz preciosa. Era la hora de cenar, pero nos arriesgamos a tener que hacerlo en cualquier lugar tarde, porque aquella tarde Galway está especialmente apetecible.
Las calles tenían más música que los días anteriores. Descubrimos a la Galway Street Band, una banda que tiene totalmente presa a la gente en el centro de la calle. Se han paralizado todos los peatones a su alrededor y están dando un espectáculo musical que nos encanta. Es una pasada y nos hemos traído algún vídeo que cada vez que lo miramos nos hace sonreír. Esos momentos que te dan energía.
Al final, que si la luz, que si la música, que si la gente... se nos ha ido el tiempo. Nos acercamos al lugar en el que queríamos cenar: Front of the Door. Pero no hay mesa, ni opción a tenerla. Y así comenzamos una peregrinación por los locales del Galway mientras el reloj va en nuestra contra. Acabamos en el Fat Freddy’s, un italiano. Nos dan una mesa en una esquinita, quizá demasiado recogida. Optamos por una pizza grande de verduras que estaba muy buena y ensalada griega “del montón”. Bebemos agua del grifo. Total 26€. Un lugar normalito para poder cenar saliéndote un poco de la hora habitual.
Al salir llueve suave. No sabíamos entonces que esa lluvia iba a ser el preludio de unos días complicados.
Paseamos camino de Taaffes Bar otra vez. Nos gustó tanto este pub... Al abrir la puerta, de nuevo, el calor, la música en directo, la alegría de la gente, una Guinness y una tónica. Lo pasamos genial y aprovechamos al máximo la última noche en Galway.
A la vuelta, aunque el cuerpo nos pide cama, decidimos dejar las maletas preparadas para no perder tiempo a la mañana siguiente. Teníamos que seguir descubriendo Irlanda…
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