15 días por el norte de Italia. Día 11: Burano -Venecia

Por Tienesplaneshoy @Tienesplaneshoy
Aquella mañana, tras haber estado disfrutando el día anterior perdiéndonos por las calles y canales de Venecia, estábamos deseando volver de nuevo. Eso sí, antes teníamos como objetivo acercarnos al colorido pueblo de Burano.

Nos levantamos a las 08:30, un poco más tarde de lo que teníamos previsto, pero el cuerpo da para lo que da y esos 30 minutos de más eran necesarios. Antes de salir, comprobamos que llevamos los tickets del desayuno. En el camino voy pensando en los ricos croissants de pistacho del día anterior, eso a una le da fuerzas para caminar. Llegamos a la terraza de la cafetería, elijo mesa mientras que el que no escribe entra en el interior a pedir el desayuno. Están libres todas las mesas menos una y, cuando voy a plantar el huevo, llega un señor italiano, coge su bolso y lo pone en el que iba a ser mi asiento. Me deja perpleja su determinación. Claramente ha levantado la patita y marcado su territorio, miro su cara, El Padrino viene a mi mente y me alejo despacito a plantar el huevo a otra parte. 

Cuando me estoy sentando en la mesa que NO había elegido, el que no escribe viene con más malas noticias, no quedan croissants de pistacho, solo de mermelada. A ver, las galletas con mermelada, los postres con mermelada y todo aquello que tenga mermelada que no sean unas tostadas o un plato salado, es de señora mayor que toma el té. Y yo, ni soy señora mayor, ni tomo té, así que marchando una berlina de crema, que es mucho más apropiada para una zampabollos de pro, como soy yo. 

Una vez acabado el desayuno comienzan los traslados para llegar a Burano, que se convierten en un conjunto de transbordos interminables. Cogemos el autobús 7 de Mestre que va lleno y necesita una urgente renovación de oxígeno, a ratos nos apetece coger una bolsa y respirar en su interior. Una vez en la Plaza de Roma, vamos al vaporetto 3, que lleva a Murano. Había muchísima gente, tanta que no entramos en el que llega y, esa mañana, el sol picaba con fuerza. Nos tocó esperar al siguiente, que tardó en llegar 20 minutos.

En Murano el barco tiene dos paradas, nosotros, que somos unos ansiosos, nos bajamos en la primera, la segunda nos habría ido mejor ya que dejaba en el faro, lugar en el que se coge el siguiente barco hacia Burano. Bueno, pues buscamos el lado positivo, que incluye un paseito por Murano desde la primera parada hasta el faro.

Murano es una isla conocida por su famosísimo cristal. No pasará desapercibido para vosotros este detalle, porque desde que llegas el cristal aparece por todos los escaparates. Allí se puede visitar alguna fábrica de cristal, para nosotros no era algo prioritario en este viaje, así que nos limitamos a pasear hasta el faro.

Cuando llegamos a coger el barco, de nuevo, había gente, pero no tarda en llegar y conseguimos entrar. Vamos de pie, eso sí, la brisita marina nos reconforta. Para cuando llegamos a Burano son las 12:20 de la mañana.

Burano se encuentra al norte de Venecia, es conocido por sus coloridas casas de pescadores. Sus habitantes tienen la obligación de pintarlas y mantenerlas en perfecto estado. Dicen que el color de estas casas está relacionado con los marineros, era su forma de reconocerlas cuando volvían en días de niebla. Creo que esto lo hemos escuchado 200 veces antes en 200 lugares distintos con casitas de colores al lado del mar… Algo de verdad debe de tener pero ¿Qué bebían los marineros en la mar para recurrir a estos métodos?

Burano es un lugar donde no abundan las sombras. De hecho, hay que ser un agudo y profesionalizado turista para encontrar una. Esto puede no parecer importante si viajas en una estación no veraniega, pero aquel día de agosto hubo momentos en los que fue prioritario.

Se trata de una isla pequeña que se puede recorrer en poco tiempo, pero el encanto de sus rincones te puede atrapar más de lo que se puede esperar. Y cuando decimos isla, nos referimos a la unión de varias pequeñas islitas comunicadas por puentes.

Desde lejos se observa el campanario torcido de su iglesia. Mil veces haces la foto, pones el nivel de la cámara y de golpe te das cuenta de que o sacas el campanario recto y las casas torcidas, o sacas las casas rectas y el campanario torcido. La opción correcta es la segunda. El campanario de la Iglesia de San Martino ha ido cediendo por las particularidades del terreno.

Había bastante gente y su calle principal se encontraba muy animada. El canal con las casas de colores a sus lados lo convierte en un lugar muy fotogénico y agradable. El encanto de este lugar está en perderse por sus calles donde encontraréis un montón de rincones divertidos, coquetos y encantadores.

Burano es conocido también por su encaje. Generación tras generación, durante siglos, ha ido traspasando el arte del encaje a sus sucesores, siendo una disciplina artesanal muy valorada. Hay quien dice que su nacimiento deriva de crear redes para los pescadores.

Una de las casas más famosas de Burano es la Casa de Bepi. Bepi era un vecino de Burano que pintaba su casa, no solo de color, sino también con dibujos geométricos, creando una fachada muy particular. Con su fallecimiento, los vecinos decidieron mantener su tradición.

Y, entre el callejeo y la conquista de los colores con nuestras cámaras, llegó la hora de comer. Teníamos calor, así que vemos un local que vende comida para llevar y que también permitía consumir en el interior. No teníamos demasiada hambre, así que optamos por una focaccia y un buen envase de fruta fresca variada.

Cuando terminamos, nos damos una vueltecita más bajo el “agradable” sol y vamos hacia el vaporetto de nuevo. Teníamos en mente visitar Torcello también, pero al ver la hora realmente lo que más nos apetecía era pasear sin rumbo y sin obligación de tener que visitar nada concreto por Venecia. Así que nos hacemos con un helado, para no perder las buenas costumbres, y nos acercamos al embarcadero.

Para nuestra sorpresa nos encontramos que en unos minutos iba a llegar un barco que iba directo, sin transbordos, hasta Venecia. En la primera parte del viaje nos situamos en el exterior, para que nos diera el airecito. El que no escribe se pone un poco digno cuando le estoy haciendo un vídeo, luego bien que le gusta tenerlos de recuerdo, pero tengo que sacar mi dignidad y guardar la cámara. No se hacen más vídeos, hala. No duraría mucho esto, los vídeos volvieron. Se puede ver que soy una mujer de palabra. De nada.

Luego cambiamos de sitio, al lado de la barandilla, sol y sombra, airecito, cabeceo siestero ¡qué gustito! Solo se ve interrumpido por el perfil de Venecia, que cada vez está más cerca y llega el momento de desembarcar.

Y allí estamos, de nuevo, en Venecia. Al lado de la Plaza de San Marcos. Podíamos hacer muchas cosas como visitar el Palacio Ducal, dar un paseo en góndola, o entrar en un centenar de iglesias, pero solo nos apetecía perdernos por las calles y canales.

Nos metemos en el barrio del Castello, por la parte que está entre San Marcos y el Arsenale. Andamos por una y otra calle. Ya hemos dicho que son laberintos, en aquella ocasión lo volvimos a sufrir y, sin saber cómo, acabamos varias veces en el mismo punto. Increíble. Nos encantó el paseo.

Conseguimos salir de la zona y acabamos en el puente Rialto como si de magia se tratase.

Cogemos un vaporetto con destino a la zona de Dorsoduro que tanto nos había gustado. Paseamos un rato más y nos sentamos frente al gran canal, con las piernas colgando y casi rozando el agua. Pasa el tiempo y no nos enteramos. Lo necesitábamos…

A las 19:00 empezamos a pensar en cenar. Era temprano, sí, pero la comida había sido ligera. Aquel día, además, queríamos no llegar demasiado tarde al hotel, para hacer las maletas, ya que al día siguiente partíamos a un nuevo destino. Dimos un paseo más por el mismo barrio hasta acabar en la punta. La luz estaba preciosa. Seguimos pasendo hasta acabar sentados en las escaleras del la Iglesia de la Salute. Es un placer tener una tarde "libre" para disfrutar de estas cosas, una bonita luz, un paseo por donde ya habíamos paseado, esa sensación de tranquilidad…

Y así llegó una hora más aceptable para la cena. Pensamos en volver al restaurante de la noche anterior, pero había resultado tan perfecta aquella cena que pensamos que era difícil mejorarla y fácil ensuciar tan bonito recuerdo, así que optamos por otro restaurante con una ubicación igualmente idílica.

El elegido es el Bar Foscarini, un restaurante pizzería con unos precios un poco elevados para lo que ofrece, pero las mesas están justo pegadas al gran canal y hay jardineras con flores que lo rodean. Bucólico. Eso no tiene precio, o sí. Pedimos una cuatro estaciones y una diavola. La cuatro estaciones no está mal, sobre todo, con un poco de aceite de oliva buenísimo. La diabola, muy mejorable, Spritz, copa de Prosecco, botella de agua y dos expressos por 60€. Pues sí, las vistas tenían precio. La atención buenísima. No hemos montado en góndola, pero hemos disfrutado de dos cenas en ambientes maravillosos.

La noche era estupenda, buena temperatura, ambiente y, tras terminar de cenar, cuando ya estaban pensando en cerrar la terraza (no, no era tarde) nos acercamos a la parada del vaporetto, que está al lado. Cogemos el número 1, no hay sitio para más gente ahí. En ese momento somos conscientes de la suerte que tuvimos la noche anterior cuando hicimos todo el trayecto apoyados en una esquina con la brisa en la cara. 
Cuando llegamos a la Plaza de Roma, el autobús número dos parece estar esperándonos, o quizá no, entrar ahí se convierte en una actividad de riesgo y juego de habilidad, no entra un alfiler. Cuando llevamos un rato, un chico francés se ofrece a dejarme el asiento. Se me ponen los pelos como escarpias, me miro rápidamente la tripa, ¿quizá los helados me estaban pasando factura? o ¿quizá me había visto cara de desayunar cosas con mermelada? Ninguna de las dos preguntas presagiaba nada bueno. Sonrío incómoda intentando parecer cómoda, pero insiste… ¿qué hago? Al que no escribe le brillan los ojos con maldad, está descojonado por dentro, lo veo. Me duelen los pies, tengo calor, los helados ya están dentro de mí, no hay retorno, ¡qué demonios, me siento, el mal no tiene solución! A los cinco minutos, al lado de donde iba sentada la pareja del chico, se queda el asiento libre y, en vez de sentarse él, le ofrece el sitio al que no escribe… Nos miramos de reojo, me brillan los ojos con maldad a mí, le da las gracias y no acepta, pero el chico vuelve a insistir, creo que al que no escribe le duele su dignidad, pero más los pies y también se sienta. 
Y así llegamos a Mestre, yo metiendo tripa y el que no escribe preguntándose si se tiene que comprar una crema “anti-edad”.
Los alrededores de nuestro alojamiento tienen gente “rara”, estaban cada noche, era unos habituales. Caminamos algo inquieto

Venecia tocaba a su fin. Esa ciudad a la que llegamos con pocas expectativas y de la que nos llevamos un recuerdo impresionante. Es diferente, especial, romántica, sorprendente, tiene color, sabor a antaño, personalidad… Puede estar llena de turistas, pero con separarte unos metros de los lugares más turísticos a veces sientes que es solo para tí. Te regala espacios para sentirte único y privilegiado. Venecia no solo no nos decepcionó, sino que nos dejó totalmente “encantados” como si su magia nos hubiera poseído.
Al día siguiente, nuevos destinos nos esperaban....
¿Tienes planes hoy?

Ubicación en Google Maps