El aire acondicionado nos permitió descansar. Cuando abrimos la puerta de la habitación y salimos a los espacios comunes, a pesar de ser la 8 de la mañana, el calor nos dió un bofetón. A esa hora, habíamos quedado con el dueño para el desayuno. Y allí estaba, en la cocina preparando todo. Nos preguntó si queríamos un capuccino, yo me quedé con el café con leche, pero el que no escribe continuó en su línea de asimilación cultural y optó por él. También nos indicó que podíamos salir a una pequeña terracita que tenía el piso, había una mesa y dos sillas. Todo muy auténtico, con los mantelitos. Algo de queso, salami, zumo, melón y un croissant riquísimo. Este señor tiene criterio, minipunto para él, croissant.
Cogimos los bártulos para pasar el día. Habíamos incluido bañador y toallas, por si surgiera hacer una paradita para un chapuzón. Llevábamos el abanico, por supuesto. Protector solar, antimosquitos, cámaras… ¡Guiris nivel pro!
Si pretendes conocer un poco el Lago Como tienes varias opciones para hacerlo, la más popular es en barco. Y la otra es con el coche, ir cogiendo la carretera que bordea el lago y parando en las localidades que desees. El problema que tiene esto es que, en verano, al menos, las carreteras por la zona están masificadas y te podría llevar bastante tiempo. Nosotros optamos por el barco.
El lago Como es el tercer lago más grande de Italia. Tiene la forma de una Y al revés. Nosotros teníamos intención de dedicar el día a recorrerlo, coger el primer barco de la mañana y volver por la tarde para cenar en Como. Llevábamos los horarios, que sacamos de este enlace.
Cuando llegamos a las taquillas, había gente, pero no demasiada. Existen diferentes tipos de billetes. El que llega hasta el punto más lejano tenía un importe de 26 euros persona. En estos barcos puedes subir y bajar en las diferentes paradas que tiene en función de tus intereses. En llegar de Como a Varena, punto más alejado del itinerario, van unas dos horas y algo, pero existen unos barcos rápidos, que no hacen las paradas intermedia y te llevan en menos tiempo. Para ello, hay que abonar un suplemento. Hay muchos pueblecitos llenos de encanto y, si te planteas dedicar un único día a ello, no va a quedar más remedio que elegir, como nos pasó a nosotros.
El Lago Como es una zona de veraneo de un turismo algo “exclusivo”. Las construcciones que vais a encontrar son villas, palacetes o casas preciosas agolpadas en las laderas de la montaña que rodean el lago. Unas estampas bucólicas.
Nosotros, en principio, llevábamos apuntados como pueblos de interés Nesso, Bellagio y Varena. Pensamos que eso sería todo lo que nos daría tiempo en un día. Preparando el viaje vimos que la gente hacía, generalmente, una parada en alguna villa visitable.
Desde el s.XVI han sido muchas personas históricas las que han pasado por este lago y se han hecho con una de estas villas, gente de las artes, aristócratas que construyeron casas palaciegas, llamadas Villas. Muchas posteriormente fueron abandonadas y reconstruidas y otras han acabado convertidas en hoteles o museos. Teníamos pensado recorrer el lago y no visitar ninguna, pero el dueño del alojamiento nos insistió en que merecía la pena hacer alguna visita. Las dos más populares son Villa Carlota y Villa Balbianello. Esta última es la localización que se emplea en la Saga de Star Wars, en la boda entre Anakin y Amidala. Nosotros elegimos, al final, la primera. Fue una decisión de última hora, dado que llevábamos un buen rato en el barco y decidimos que igual al final nos íbamos a arrepentir de no haber entrado en ninguna villa.
En las taquillas, a la hora de adquirir el billete, no había manera de enterarse, los horarios no coincidían o nosotros no los habíamos interpretado correctamente. El primer barco que pretendíamos coger no paraba donde queríamos. Así que, ahí seguíamos a la solanera de las 9 de la mañana que parecían las 12.
El viaje en el barco fue placentero, a pesar de hacer mucho calor en tierra, nos sentamos en la parte superior abierta, pero con un tejadillo de cristal ahumado. La brisa era super agradable y las vistas desde allí también.
Parecía que estabas en una película. Ese lago tan bonito, las laderas, te daba tiempo a admirar los detalles de muchos de los pueblos que ibas dejando a los lados. Desbordaba encanto.
Además, en los asientos delanteros iban dos matrimonios de argentinos con los que tuvimos el placer de mantener una distendida conversación. Ellos venían de Florencia y Roma, un tour que estaban haciendo por Italia, y decían que allí sí que hacía calor. Está claro que en esta vida “todo es relativo”. Hablamos de lugares de España, nos hablaron que ellos venían del invierno argentino, compararon ciudades como Buenos Aires, Barcelona, Madrid, Zaragoza…
Tras hora y media en el barco, muy agusto, decidimos tomar la decisión precipitada de bajar en Villa Carlota, llevados un poco por la ansiedad que nos daba verlo todo desde un barco sin visitar nada. Nuestra primera parada.
El precio de esta visita es de 10 euros persona. Bajo nuestra humilde opinión, y nuestros gustos personales, no merece la pena. El Lago Como está lleno de rincones preciosos para disfrutar, la parada lleva bastante tiempo y lo que pudimos observar no nos emocionó especialmente. Suponemos que va en gustos, porque es una visita muy realizada. Pero nos arrepentimos.
Villa Carlota está situada en Tremezzo. Tiene una ubicación espectacular y una entrada muy señorial, con vistas directas al lago y a la península de Bellagio. Su construcción data de finales del s.XVII, periodo barroco. Nació de manos de un banquero y fue pasando por diferentes familias hasta terminar en manos de la realeza. La adquirió la Princesa de Nassau, quien acabó regalándosela a su hija Carlota por su enlace con Jorge II, Conde Duque Sajonia-Meiningen. De ahí deriva su nombre.
Villa Carlota es conocida por tener unos jardines que son un auténtico Jardín Botánico, con más de 500 especies diferentes. Una zona de bambú, corcho, secuoya, numerosas plantas, flores, frutos…
Un lugar maravilloso para los amantes de la botánica. Para nosotros, quizá, no tanto, que si bien nos gustan la naturaleza, no son nuestra predilección los jardines.
La mansión, por su parte, alberga gran parte del mobiliario de la época en la que pasó a manos de Carlota. Un recorrido por sus salones y salas te traslada a otra época. Un ejemplo de Villa italiana que, además, en su interior alberga obras de arte de Hayez o Cánovas entre otros.
Le dedicamos un buen rato a la visita, entre recorrer el jardín y dos de las tres plantas visitables, se nos fue más de una hora larga sin ser demasiados minuciosos en ella, porque en nuestro interior, realmente teníamos ganas de conocer los pueblos.
A la salida de la villa nos acercamos de nuevo al embarcadero y preguntamos por el próximo barco a Bellagio. Nos dicen que en 20 minutos sale uno en el siguiente embarcadero, que está unos metros más alante.
Cogemos el paseo que va pegado al lago y nos ponemos a andar. El concepto de “unos metros” se alarga más de lo que esperábamos. Empezamos a pensar que algo no habíamos entendido bien. Pero no, solo se trataba de seguir andando. El sol azotaba sobre las cabezas mientras bordeábamos el lago. Y cuando llegamos aparecía el barco que nos llevó, en pocos minutos, a Bellagio. Siguiente parada en el Lago di Como.
Bellagio resulta ser un pequeño pueblo precioso. Es la intersección de los dos brazos que les sale al Lago di Como y forma una península. Eso sí, si el día anterior pasamos calor, ese día estamos asfixiados. Allí sí que hay muchísima gente y, con el abanico en mano, nos metemos por sus calles.
Bellagio es un pueblo con calles estrechas y empinadas, con el suelo empedrado, las fachadas de color cálido y unas contraventanas que saben a Italia. Tiene un toque romántico y filmográfico. El encanto de Bellagio está en sus calles y sus rincones. No se trata de buscar ningún punto monumental concreto, sino de dejarse llevar por lo que te inspire.
Y si somos sinceros, después de tanta descripción romántica, en aquel día, a nosotros a las 13:00 nos apetecía sentarnos y coger aliento. A pesar del calor infinito y sudar como si no hubiera un mañana, decidimos hacerlo en una terraza. Así somos de incoherentes, en vez de buscar aire acondicionado.
Así que, en una de las calles estrechas, asomaban unas pequeñas mesas, nos aposentamos y, lo que inicialmente iba a ser beber algo, se convirtió en comer. Fue en el local B Style Bellagio. El que no escribe sigue dándole cancha a los clásicos italianos, unos Rigatoni con tomate a 35 grados temperatura ambiente a la sombra. Para mí, una ensalada. ¡Eh! pero en este caso caprese, que a pesar del calor que quita el hambre, yo también quería ir entrando en la gastronomía del lugar. Y una botella de agua, fría, total 30 euros. Muy buena la calidad, aunque el que no escribe, dice que echó de menos un poco más de cantidad. No nos impusieron pagar en metálico pero sí nos lo solicitaron. El personal del restaurante nos recomienda que nos acerquemos a una zona que se llama la Punta. Y eso es lo que hacemos.
Para refrescar el camino hacia La Punta decidimos equiparnos bien, sacamos abanico y toca al rico gelato del día, que no estuvo tan bueno como el del día anterior, pero a pesar de ello nos supo a gloria.
Como su propio nombre indica, La Punta es justo la parte de la península que sobresale en el lugar donde el lago se divide en dos alas. En ella se tienen muy buenas vistas y lo que más hay es gente bañándose. Hay varios restaurantes, césped para sentarse con sombra y el acceso al agua.
Por diversas circunstancias, ese día no estaba hecho para mí para el baño, pero el que no escribe se equipó como pudo para hacerlo e inició lo que sería su primer baño en Italia, en el Lago di Como. Le acompañé hasta la orilla, tocamos el agua con los pies…. ¡Estaba caliente! No hay nada que no estuviera caliente aquel día, aún así más refrescante que estar fuera era.
Ver al que no escribe entrar en el lago se convirtió en el mejor espectáculo del día. El fondo es pedregoso, la gente estaba equipada pero él no. No cubre a no ser que entres bastante al interior, así que la agonía se alargó. Según caminaba hacia el dentro parecía que le iban dando espasmos o corrientes eléctricas. Iba pisando piedras y se notaba que es todo un urbanita con los pies poco curtidos. En un momento decide que mejor es dejarse caer, pero acaba con heridas de guerra, las típicas del buen turista, heridas en la rodilla y dedo golpeado. Pero le daba igual, flotaba en el Lago di Como, otro lago más a sus ¿rodillas?...
Verle salir del agua fue igualmente impactante. Después de su baño, nos quedamos un rato en el césped, tumbados a la sombra intentando coger fuerzas para continuar.
Después de este receso, ponemos rumbo al centro del pueblo de nuevo, seguimos admirando el encanto de aquel lugar a pesar de las condiciones climatológicas y, en el embarcadero, procedemos a coger el siguiente barco que lleva a Varenna.
De Bellagio a Varenna se tardan unos minutos solamente. Nada más llegar al pueblo, preguntamos a qué hora salía el próximo barco dirección a Como. Nos dijeron que a las 16:40 y que ese era el último que iba directo hasta allí, sin hacer paradas. Nos miramos y pensamos que sería genial cogerlo, porque el trayecto de vuelta era largo, dos horas y media, y si le sumábamos paradas igual se nos iba de las manos. Más aún teniendo en cuenta, que en la zona, se cena temprano.
A las 16:00, cuando comenzamos a caminar hacia el centro de Varenna nos ardía la piel. Muchas horas al aire libre expuestos al calor. El agua se calentaba en las botellas y no se podía beber.
Visitamos Varenna de una forma bastante rápida, pero nada más llegar se puede apreciar del encanto del lugar. Otro pueblo que conquista.
Ya, desde la distancia, en el barco pudimos observar la bonita estampa de esta localidad, las casas agrupadas, la montaña, el lago, el campanario de su iglesia, la esencia de esas casas de color de pescadores y algunas personas refrescándose en la orilla.
Por sus calles el corto paseo, que pudimos dar, nos llevó de nuevo a mirar hacia arriba, a pisar un suelo empedrado, a ver como algunas enredaderas se colaban por la ventanas y saborear, un poco más, el encanto y ambiente del Lago di Como.
Aprovechamos la fuente que hay al lado del embarcadero para refrescarnos brazos, cabeza y rellenar las botellas de agua.
Cuando entramos en el barco no había asientos en la parte exterior, así que, algo compungidos, nos adentramos en la parte inferior del barco. Sin embargo, ¡tenía aire acondicionado!, unas mesas donde apoyar las cámaras y unas ventanas desde las que se veía como íbamos pasando por alguno de los pueblos que inicialmente estaban en nuestra lista, pero que la falta de tiempo nos obligó a suprimir del itinerario. No los miramos con pena, lo hacíamos con una sonrisa, con la paz que te da sentir el fresco después de muchas horas de calor. Y con el sutil vaivén del enorme barco y una ambiente tranquilo, el que no escribe dió alguna cabezadita y yo me volví loca haciendo vídeos desde la ventana. La luz cambiaba, se volvía cálida, iba atardeciendo en el Lago di Como.
¡Qué bonita luz y qué bonito paisaje! Lejos de ser una vuelta pesada, por su duración, se convirtió en un momento muy, muy agradable e inolvidable de aquel día.
A las 19:30, Como estaba como un hervidero, y no lo decimos solo por el calor, había muchísima gente. Se notaba que era viernes.
El contraste de salir de ese paraíso que era el barco a la calle fue tremendo. Decidimos darnos otra vuelta por la ciudad, pero a los 20 minutos estábamos axfisiadísimos y exhaustos. Según íbamos paseando, delante nuestro había un matrimonio con una chica y, de golpe, el señor se cae al suelo. Nos acercamos, la mujer sujetaba la cabeza, la hija levantaba las piernas del hombre y a mí lo único que se me ocurre fue sacar el abanico (ya os decíamos que es un imprescindible).
Les decimos que si llamamos a alguien, pero ellas parecen habituadas, nos dicen que con el calor le pasa a menudo que nos fuéramos. Les ofrecemos nuestro bien más preciado, quedarse con el abanico, pero se resisten a quedárselo. Cosa que nos vino bien. El hombre parece recuperarse.
Visto el vahído del pobre hombre y el calor que nos invadía decidimos que lo mejor que podíamos hacer era dar por finiquitados los paseos, al menos, hasta que no quedara el mínimo resquicio de luz natural. Ese día se cena pronto.
El Restaurante Cervo es el elegido. Se hace raro estar ahí sentado a plena luz del día, pero es evidente que no somos los únicos, está todo hasta la bandera. Cómo no, seguimos optando por la terraza.
Calamares fritos riquísimos y ensalada Cervo, que era la típica mixta, pero con mozzarella. Agua, copa de vino y una ensalada de acompañamiento que creíamos que venía con los calamares, pero no... Total 43€. Algo caro para lo que comimos, que no fue mucho.
Al terminar de cenar, aprovechamos para hacer llamadas familiares. En el caso del que no escribe se convierte en algo literal, pretende decir a sus padres que está bien, pero ellos están en una reunión familiar y le pasan con cada una de sus tías. Se convierte en un momento cómico. Por mi lado, me informan de que en las noticias han dicho que la ola de calor Lucifer está en Italia. Me lo dice mi madre como si no estuviéramos allí y sin ser conscientes de que mientras me está hablando se me escurría el móvil de las manos por el calor a las 22:00.
Camino del hotel pensábamos en la cama, el aire acondicionado, el olor a frescor… un oasis en medio del desierto, pero al abrir la puerta, la cama está sin hacer, al encender el aire no sale más que una ligera brisa y no huele a fragancia marina. Nos toca hacer la cama. ¡Así son algunos B&B en Italia! (Os lo contábamos en Preparando el viaje).
Cuando empieza a bajar la temperatura del cuarto sentimos un descanso infinito. Revisamos algunas de las fotos que hemos hecho, nos reímos.
Tanto tiempo queriendo conocer el Lago Como y por fin lo habíamos hecho. ¡Precioso!
Al día siguiente cambiábamos de alojamiento base, poníamos rumbo a otro de los lagos conocidos, el Lago di Garda, allí llegaríamos a dormir, porque antes teníamos unas cuantas paradas que hacer y el día tendría algunos giros insospechados que ahora nos hacen sonreír mucho…
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