15 días por el norte de Italia. Día 3: Bérgamo - Lago Iseo - Desenzano di Garda - Peschiera di Garda

Por Tienesplaneshoy @Tienesplaneshoy
Amanecemos un día más en Como. No lo hacemos demasiado cansados, quitando el tema del calor, el día había resultado, físicamente, relajado. Disfrutar del Lago di Como el día anterior había sido una experiencia preciosa, a la par de divertida.
Aquella mañana, teníamos las maletas casi cerradas para meterlas en el coche y poner rumbo a nuestro nuevo alojamiento, en uno de los pueblos del Lago di Garda, en Peschiera di Garda. Aunque, antes de llegar allí, queríamos aprovechar para hacer alguna otra parada.

La primera era Bérgamo, una ciudad en la que el que no escribe estuvo de paso en un viaje, por aterrizar allí su vuelo, y que, según su primera impresión, merecía mucho la pena. 
A las 9:00, estamos desayunando, esta vez no estamos solos, hay dos chicas más y se masca la tensión en el ambiente cuando vemos que hay tres croissants para cuatro personas. El desayuno es la comida más importante del día, las chicas parecen majas la verdad, pero, repito, el desayuno es la comida más importante del día y, mirándolas bien, igual no son tan majas…

Estamos los cuatro solos, ellas se aproximan a la encimera, veo una sonrisa sibilina en sus caras. Estaba dispuesta a compartir, pero ellas parece que no, así que, como buena profesional en el mundo croissant que soy, procedo a ejercer mis artes y coger dos de los bollos preciados, al nivel del Santo Grial, para alimentar a mi tribu, es decir, al que no escribe y a mí misma, elegantemente, eso sí, porque, en esta vida, ante todo elegancia, aunque el contexto sea “la guerra por un croissant”, que tiene bastante poco glamour. Esto no es bonito contarlo, no es para estar orgullosos, pero es el diario de nuestro viaje. La vida viajera es compartir, pero cuando no te lo ponen fácil es sobrevivir… Enseñanza viajera, ¡perdísteis, chicas! y el minipunto que dimos al B&B por los Croissants el día anterior, ahora se lo restamos. No se puede ser así de escuetos en los desayunos, vale que no te dejen repetir, nos parece hasta saludable, pero si somos cuatro ¿por qué poner tres?
El que no escribe va a por el coche, que estaba estacionado en el aparcamiento gratuito que os comentamos en el día 1. Yo me quedo cerrando las bolsas de aseo y las maletas para bajarlas cuando él esté en la puerta. Y nos vamos a Bérgamo.

Los peajes acumulados para llegar a la ciudad suman un total de 3,90 euros y unas 2 ó 3 decisiones desacertadas a la hora de escoger la fila adecuada para pagar. En cada una de las ocasiones que hay que pagar peaje nos ponemos en el lugar en el que algo ocurre y la espera es infinita. Mientras, el resto avanza con normalidad.
Una vez en Bérgamo, queremos acercarnos con el coche a la Ciudad Alta. Llevábamos apuntado un aparcamiento allí. Íbamos a ir directos a él, situado en la Puerta de Alessandro. Lo que no supimos hasta un rato después es que metimos mal la dirección en el GPS. Con lo cual, este nos llevaba a un punto bastante alejado. Además, nos encontramos multitud de señales que restringían el paso. Así que estuvimos durante un buen rato muy desorientados. 

Sabíamos que nuestra visita a Bérgamo no iba a ser muy larga. Nos íbamos a centrar en la Ciudad Alta, por lo que teniendo en cuenta que el aparcamiento en la Ciudad Baja era de “zona azul”, con un tiempo máximo de estancia, y que para subir a la ciudad alta íbamos a tener que coger un funicular, decidimos que nos iba a ser mucho más cómodo aparcar directamente en un aparcamiento privado en la ciudad alta, no teníamos que estar calculando con antelación el tiempo que íbamos a estar, nos quitábamos un funicular y ahorrábamos tiempo. Ese era el motivo por el que queríamos aparcar en el aparcamiento de Alessandro. Pero a uno no siempre salen las cosas como se quiere y, aunque pasamos un par de veces por delante de él, no lo vimos. Tenemos un instinto viajero que me río yo de Willy Fog.
Lo cierto es que, por azar, llegamos a un aparcamiento que pertenece al castillo de Bérgamo, que era gratuito y sin restricciones. Así que ya aburridos decidimos dejar el coche allí. La parte más alta de toda la ciudad.
Bérgamo, a tan solo 40 km de Milán, pertenece a la región de Lombardía y está dividida en dos zonas diferenciadas. En el casco histórico, amurallado, se encuentra la Ciudad Alta. En la Ciudad Baja se encuentra la parte más moderna de la ciudad, por donde ha ido creciendo, pero también conserva barrios históricos. Para comunicar las zonas de la ciudad, a parte de caminos y carreteras, hay un funicular. 

Además , hay otro funicular que une la Ciudad Alta con la zona donde están las ruinas del castillo (donde nosotros aparcamos). La gente suele subir a la parte más alta, más que por lo que queda de la fortaleza, por las vistas que se tienen sobre la ciudad.
Lo que hoy queda del castillo de Bérgamo son sus ruinas. Nosotros nos perdimos un rato por lo poco que queda del Castillo de San Virgilio. Un castillo que, por su ubicación, tuvo funciones defensivas desde muchísimos siglos atrás. En el s.XVI, sufrió numerosos asedios y en el s.XIX fue adquirido con la intención de montar un negocio de restauración en él. Lo cierto es que hoy apenas quedan unos restos.
Desde el castillo, bajamos por la calle que lleva hasta el funicular. Cabe la opción de bajar andando hasta la Ciudad Alta, un kilómetro y medio, pero la pendiente es pronunciada y el calor no da tregua. Además ¿a quién no le gusta un funicular?

Antes de cogerlo, nos asomamos para disfrutar de las vistas, pero el sol está arriba del todo, la luz es cegadora y las vistas no se pueden apreciar como deberían. Así que decidimos bajar al centro histórico y a la vuelta vuelta volver a probar suerte. El precio es de 1,3 euros persona.
El transporte resulta cariñoso. Hay que agitar el abanico. Una vez abajo comenzamos a callejear por el Bérgamo medieval, una ciudad que resulta encantadora.

Nuestro primer objetivo es buscar la Piazza Vecchia (Plaza Vieja) de Bérgamo. Allí palpita la ciudad. Es el corazón de su casco histórico. La plaza es preciosa, tiene corte medieval.

A la hora que llegamos no había demasiada gente, el sol caía de lleno y era muy placentero escuchar el agua de la Fontana Contarini. Está en el centro de esa bonita plaza llena de encanto. El agua de Contarini se puede beber y salía muy fría. Rellenamos las botellas y nos refrescamos los brazos. De la apariencia actual de la plaza, probablemente, la fuente fue la última en llegar, a finales del s. XVIII.

Miramos alrededor, la plaza la conforman diferentes construcciones y todo el conjunto arquitectónico resulta armónico y encantador. El edificio más alto es la Torre Cívica, conocida como Campanone, con la campana más grande de toda Lombardía.

Es super curiosa la historia que hay detrás de esto. Hay que remontarse a los tiempos entre los s.XI y s.XII. Entonces, las familias nobles mostraban su prestigio a través de la altura de sus torres. Bérgamo llegó a conocerse como “la ciudad de las 100 torres”. Una familia noble construyó esta torre, que inicialmente contaba con treinta y tantos metros. Ahora supera los cincuenta y es la más alta de toda la ciudad. Cada noche, a las 22:00, hace sonar su red de campanas, tal y como se hacía siglos atrás, para recordar a los campesinos que se procedía a cerrar las puertas de la muralla. A la Torre Cívica se puede subir bien por sus escaleras o ascensor. Nosotros, en esta ocasión, no lo hacemos y seguimos observando otros de sus edificios.
La Piazza Vecchia también alberga el Palazzo Nuovo, que fue el ayuntamiento hasta finales del s.XIX. Actualmente, es una biblioteca de gran prestigio, la Angelo Mai. Se trata de un palacio que se tardó tres siglos en construir y se terminó en 1928.

Una plaza que tiene un Palazzo Nuovo, pega que tenga uno vecchio. Ese es el Palazzo della Ragione. Hace casi mil años de su construcción. Fue uno de los primeros palacios comunales de Italia. Ha sufrido numerosas reconstrucciones. Su nombre deriva de la época de dominación veneciana. En aquellas fechas, este palacio era un tribunal donde resolver contenciosos entre personas. Ambas exponían sus argumentos y el tribunal, utilizando su criterio y razón, decidía. Las “razones” eran las protagonistas y de ahí deriva ragione.

Debajo del Palazzo della Ragione hay unos arcos. Estos dan paso a la otra plaza principal de Bérgamo, la Piazza del Duomo. Pero antes de adentrarnos en ella, observamos como una guía muestra a un grupo de visitantes extranjeros un reloj de sol que hay en el suelo, bajo los arcos. Es de finales del s.XVIII y marca el mediodía y la fecha en la que uno se encuentra. Lo hace aprovechando un rayo de sol que golpea el suelo.

La Piazza del Duomo, a la que llegamos desde la Piazza Vecchia, alberga la Catedral de San Alessandro y la Basílica de Santa María la Maggiore. Nosotros, sin saberlo, entramos en la Basílica pensando que era la catedral. El acceso es gratuito.

Nos parece maravillosa. Para empezar, la fachada principal tiene un encanto especial, desde fuera no tiene acceso por una puerta central, como suele ser habitual, sino que se hace desde una puerta lateral llena de ornamentación y detalles. Podría parecer que no alberga dentro lo que luego encontrarás, una basílica que ha estado durante siglos añadiendo nuevos elementos arquitectónicos al conjunto. Para no alargar muchísimo más la entrada, simplemente deciros que recomendamos su visita, en su interior sus bóvedas y frescos, entre otras cosas, estamos seguros de que os encantarán.

Cuando salimos de la Basílica, ya sabíamos que, aunque entramos pensando que era la Catedral, esta estaba a su lado. Como salimos algo refrescados, decidimos continuar callejeando un rato por la ciudad, y cuando el calor de nuevo nos esté friendo, a la vuelta, entrar a la catedral en busca de refugio. La logística para combatir el calor es importante.

Según salimos a la calle continuamos paseándola un rato más. Lucifer y su calor infinito lo daba todo. Había bastante más gente en la ciudad, entraban en pastelerías llenas de dulces y nos repartíamos todos por los diferentes rincones de la ciudad.

Otra fuente de agua transparente y muy fría se cruza en nuestro camino. El que no escribe acaba echándose agua por la cabeza y empapándose. Me da mucha envidia… Durante el paseo por el centro de la Ciudad Alta nos quedamos enganchados con Bérgamo. Su puerta, las ventanas, la verticalidad de las paredes de las casas en las calles curvas y estrechas, el color gris de la piedra. 
Nos notamos un poco exhaustos, así que damos media vuelta para emprender la vuelta hacia el coche. De nuevo paramos en la Piazza Vecchia, la miramos, la atravesamos y entramos en la Catedral de San Alessandro antes de irnos.

En Bérgamo llegó a haber dos catedrales que rivalizaban entre sí. En el emplazamiento de la actual, la de San Vicente, y la de San Alesandro en el lugar donde se suponía que había sufrido sus martirios. Cuando llegó la dominación veneciana, la Iglesia de San Alessandro fue derruida para construir las murallas y la que era de Vicente pasó a ser la Catedral de Alessandro, patrón de la ciudad. Después de haber visto la Basílica, la catedral no nos resulta tan llamativa, aún así, también recomendamos su visita.

Al salir de la catedral el calor ya es totalmente insoportable. Empezamos a sudar sin final y decidimos que es la hora de cambiar de destino. Volvemos a coger el funicular y aprovechamos que ha avanzado el día y la luz no es tan cegadora. 
La hora a la que abandonamos Bérgamo debía haber sido utilizada para comer, pero con el calor que tenemos no hay hambre. Nos dirigimos hacia la zona del Lago di Garda, pero dadas las circunstancias decidimos hacer una parada al mediodía en el Lago Iseo. Habíamos leído que no estaba tan masificado como el Garda o Como y era buen lugar para el baño.
Como es una parada improvisada, no tenemos marcado un punto concreto para el baño, así que decidimos poner en el GPS el pueblo de Iseo, allí comer algo y ya investigar dónde bañarnos. Cuarenta y cinco minutos nos separan de allí en coche, con aire acondicionado.

Hacia las 15:00, llegamos a Iseo, recuerda a una urbanización de playa, al menos por la zona que entramos. Vemos entre las casas que asoma el lago, como lo haría el mar en zonas típicas de veraneo. Hay multitud de sitios para aparcar de forma gratuita. Lo hacemos, cogemos las mochilas que llevan cámaras, bañador, etc y nos dirigimos hacia el agua.
¡Alucinante! Lo que hay ahí montado es todo un veraneo de los de verdad. Hay un chiringuito, muchísimas hamacas, suena la música… En vez de mar hay agua dulce. Se trata del Lago Iseo, donde se está bañando muchísima gente. Está rodeado de montañas y a lo lejos se divisan multitud de embarcaciones de recreo.

No hay sombra, hay sombrillas. La sensación de fresco bajo una sombra con respecto a una sombrilla es muy diferente. Nos tenemos que conformar con la sombrilla. Nos acercamos al chiringuito a ver qué nos pueden dar. Vale, nos pueden dar bebida fría, bien, y patatas de bolsa, pajitas de bolsa, más patatas de bolsa y ya. La hora de la comida ha pasado y solo hay patatas.
Estamos en un punto sin retorno, 36 grados, las tres de la tarde pasadas. No hay más chiringos, no hay más nada…. Cogemos las patatas, cogemos la bebida, nos nutrimos con lo que la madre Italia ese día nos da. Realmente, lo que queremos es bañarnos.
Hay un baño, así que intentamos ir para cambiarnos, llevamos los bañadores en las mochilas, pero las llaves de los baños han desaparecido y no se puede entrar…
Las cosas se complican, sudando como auténticos pollos, con dos bolsas de patatas en el estómago (de dos sabores diferentes, eso sí) nos toca envolvernos en una toalla, al más estilo ochentero y comenzar una aventura de cambio de bañador bastante dantesca. Por suerte, encontramos una esquinita discreta para hacerlo.

Acercamos nuestras mochilas al borde de la orilla, dentro lo llevamos todo y hay muchísima gente. Y nos metemos en el agua… ¡caliente!. Sí, de nuevo, el agua está caliente, es azul clarita, y caliente. Pero se está mejor que fuera. Entrar se torna complicado por los suelos torturadores de estos lagos, pero se agradece una barbaridad.
Estamos 30 minutos ahí, con los ojos puestos sobre nuestras cosas, nadando y flotando. Y decidimos partir hacia nuestro nuevo destino.
Para cambiarnos directamente, en mi caso opto por hacerlo en el coche. Para cuando llego a él se me ha secado casi todo y, por la calle, no hay ningún ser con un mínimo coeficiente intelectual que salga a pasear a esas horas en esas condiciones. El que no escribe, directamente va en bañador hasta que llegamos a nuestro siguiente destino, Desenzano di Garda.

El Lago di Garda es el lago más grande de toda Italia. Cuando llegamos a Desenzano di Garda, ya estamos en su perímetro. Y desde ese momento y durante el siguiente día, se lo dedicaremos a él.
Llegar a Desenzano nos supone 2,10 euros de peaje. No tardamos demasiado en hacerlo y vamos directos al aparcamiento. El parking es Rivali di Sotto, muy cerca del centro. 1€ por cada fracción de hora. Sí, ya sé lo que estáis pensando… ¡Arriba las manos, esto es un atraco!

Desenzano es el pueblo más poblado de todos los que pertenecen al Lago di Garda. Al poco de comenzar a caminar por sus calles, captamos el encanto de las mismas. Hay una especie de mercadillo, calles adoquinadas y llegamos hasta el borde del lago, donde se desarrolla un amplio paseo a su alrededor.

Es la hora del helado diario, así que entramos en una de las heladerías y probamos nuevos sabores. Empezamos a darle a los cítricos. Llevamos tres días seguidos de temperaturas realmente insoportable y fuera de lo que se suele considerar normal.
Con el helado en las manos nos vamos en busca de una sombra para sentarnos al lado del lago y comérnoslo. No está la tarde para turistear demasiado. El que no escribe, en medio de su emoción, se pone a moverse y ¡oh! picotazo a sus nuevas gafas de sol. Intenta disimular, pero se le nota en la mirada que sufre en silencio…

En Desenzano nos sorprende el rincón de su pequeño embarcadero rodeado de casas de corte veneciano. Son las muestras que quedan del tiempo que Desenzano estuvo bajo su dominio.

Desenzano nos deja ver, a pesar de las malas horas y día para su visita, que estamos adentrándonos en otra de esas zonas donde disfrutar.

Tras un rato paseando por allí, ponemos rumbo a Peschiera di Garda, donde llegamos a las 19:00. Está al lado, lo que no quita que no tuviéramos que pagar 1,10 de peaje y además que cambiáramos de provincia, dejando la de Brescia y pasado a Verona, y también de región, dejando Lombardía y pasando al Véneto. Será el pueblo donde establezcamos, por una noche, el campamento base.

El alojamiento se llama Holidays Artisi. De nuevo, es un bloque de pisos. Nadie contesta al telefonillo. Hacemos una llamada por teléfono para indicar que estamos allí, pero una vez más la cosa no fluye y creemos que esta vez no somos nosotros los responsables, nos hace hasta ilusión. La habitación es agradable, tiene una terraza que es un patio de césped artificial, con sofás, sillones, exclusivo para nosotros. Con el calor que hace, no creo que luego tengamos interés en salir ahí fuera, la verdad. Cuando nos quedamos solos y encendemos el aire, eso funciona de maravilla. Nos lavamos un poco, descansamos unos minutillos y nos echamos de nuevo a la calle, para conocer Peschiera di Garda y cenar.

El centro del pueblo está a unos 7 minutos andando desde el alojamiento. Cuando nos aproximamos, está cayendo la tarde y el cielo poniéndose rosado. Es un viernes noche y, quizá, está un poco ambientado en exceso el pueblo, pero nos encanta. Nos robó el corazón a los pocos minutos de estar allí.

Es cierto que estábamos pasando muchísimo calor, en esos momentos también, pero allí se respiraba verano. A pesar de estar lleno de restaurantes y con bastante gente, el ambiente era reposado, agradable. Se notaba que la gente estaba disfrutando desde la tranquilidad, pero también desde la alegría. Numerosas mesas con manteles blancos por las calles empedradas, luces sutiles y bombillas que decoraban rincones románticos. Había música en la calle, muchos helados, niños, parejas, familias, gente joven, aromas y un atardecer dulce, agitado, pero tranquilo, con cierta clase… Algo difícil de conseguir.

Al ver la cantidad de gente que había, decidimos cenar cuando encontramos una mesa libre en una ubicación que nos gustaba. Lo hicimos Pizzería la Rocca. Lo mejor del lugar es la ubicación, en los canales que se forman del lago al río y donde el casco de Peschiera di Garda rebosa encanto. La comida nada del otro mundo. Carpaccio de ternera (mejorable), escalopines funghi porcini (las setas riquísimas, la carne sequilla) y una botella de agua. Total 30 euros. La atención en este caso tampoco nos convenció.

Aun así, mientras cenamos lo disfrutamos muchísimo. En aquella cena, a pesar de los calores, hay algo que hace que se pueda disfrutar. Las farolas se van encendiendo y es de las primeras veces que piensas “hicimos bien en venir aquí en verano”.

Después de la cena, no podemos evitarlo, ya nos habíamos tomado el helado del día, pero la ocasión merecía otro. Esa noche, descubrimos una mezcla explosiva impresionante. El que no escribe opta por un helado de chocolate extrafondente y otra bola de lima. Y resulta ser una pasada. Yo también me siento valiente, así que elijo  sandía con mascarpone. Combinaciones imposibles. Debo reconocer que esta vez ganó él. Hasta el momento, el mejor que había salido era uno mío de mango y lima.

Esa noche, con el helado, paseamos un rato. También hacemos algunas fotos nocturnas. Charlamos, reímos, nos vamos sentando aquí y allí y vivimos una noche italiana de un sábado en verano, donde la gente, entre resoplidos, abanicos y brillos, se lo estaba pasando muy bien.

Cuando llegamos al hotel, las fuerzas están mermadas. Encender el aire acondicionado, baño y a la cama. El que no escribe va anotando en el cuaderno de bitácoras nuestras andanzas. Se nos acaban las fuerzas. 
Al día siguiente, cogemos las maletas de nuevo. Sería domingo, tenemos intención de recorrer parte del Lago di Garda y visitar alguno de sus pueblos. La cosa se iba a complicar, pero algo muy bueno también nos esperaba…
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