De Sligo a Galway apenas hay dos horas, pero queremos que Galway se convierta en el lugar en el que dormir, así que aprovecharemos para hacer paradas de interés por los alrededores que, como veréis, van a salir unas cuantas.
El itinerario del día incluye, a primera hora visita a Carrowmore, un lugar de gran valor histórico por sus tumbas megalíticas. Posteriormente iremos a Westport, allí, improvisamos un crucero que te lleva a ver la Bahía de Clew, que con suerte nos permitiría ver una colonia de focas. Después, una visita por el puerto para luego acercarnos a Killary Harbour, conocido como el fiordo irlandés. Luego visitar Kylemore Abbey y llegar a Galway para hacer el registro en el hotel y cenar ¡A ver qué tal se da el día!
Hay que tener en cuenta que, en general, madrugamos. Hacia las 8:00-8:15 solemos estar desayunando. En este alojamiento, como pudimos seleccionar lo que más nos apetecía para el desayuno, nos damos un homenaje, huevos revueltos, judías con salsa, tomate, bacon (solo para “el que no escribe”), un cuenco de fruta y una tostada y media con mantequilla y mermelada. Y no salimos llenos, empieza a ser preocupante. Pero había que reponer las fuerzas gastadas el día anterior.
Veinte kilómetros separan nuestro alojamiento del yacimiento megalítico de Carrowmore. De habernos alojado en Sligo, aún sería menos. En menos de media hora estamos allí, en el aparcamiento.
El día está bastante nublado y el suelo muy húmedo. El precio de la entrada es de 4 euros. Te facilitan una especie de folleto para que sigas la numeración y puedas ir encontrando los restos de las tumbas megalíticas repartidas por el amplio terreno. Treinta de ellas son visitables, y se estima que tienen una antigüedad entre 5000 y 6000 años.
La particularidad de estas tumbas está, además, en los pequeños dólmenes alrededor de los que se colocan las piedras. Están repartidas durante un kilómetro cuadrado, algunas son recreaciones de lo que hubo anteriormente, ya que se estima que podría haber habido más de 200, y con la explotación de canteras y demás, se han ido perdiendo su rastro. A las encontradas se les hizo la prueba de carbono 14 para intentar datarlas.
Paseamos entre ellas. No es que seamos grandes amantes de este tipo de cosas pero, ya que no pudimos ver Newgrange, y que en su día estuvimos en Stonehedge, no queríamos perdernos esta huella de la época neolítica.
La mayor parte del yacimiento está en el lado donde se encuentra el centro de visitantes, pero algunas tumbas quedan repartidas, justo, al otro lado de la carretera.
Estábamos tan cansados de ir con botas de montaña, por el tema de la impermeabilidad, que aquel día, pensando que no íbamos a estar muy expuestos, nos habíamos cambiado a un look un poco más urbano. Error. A los 5 minutos llevábamos los pies calados de la humedad que desprendía el terreno donde está asentado. Así que mejor, calzado impermeable.
En el centro se puede ver un montículo que sobresale por encima de todo lo demás, la llamada Tumba de Maeve. Se levanta unos 10 metros, y dicen que poner una piedra sobre ella da suerte, y quitarla mala suerte. Cuando entramos por el pasillo del interior hay una visita guiada en alemán, con traducción al inglés. Está explicando que en equinoccio entra la luz en el interior, pero que en todos los años que llevaba la guía allí nunca, en la fecha concreta, había hecho sol, así que no lo había podido ver (y si esto no es así, que nos disculpen, porque del alemán, pasó al inglés y del inglés al español, por nosotros, lo cual puede haber convertido, perfectamente, esta historia en el teléfono escacharrado).
Desde Carrowmore ponemos rumbo a Westport. Se tarda aproximadamente poco más de una hora. Cuando estamos entrando en el pueblo son las 12:50. LLevábamos apuntado, en función de si nos apetecía, la posibilidad de coger un barco y ver la Bahía de Clew. Además, parecía que pasaba cerca de una colonia de focas. Dada la hora y que, a pesar de estar muy nublado, parece que no llueve, aparcamos en un lateral y llamamos por teléfono a la empresa (ya que teóricamente se necesita reserva previa). El tema es que según lo que anotamos, el crucero comenzaba a las 13:30. Tras hablar “el que no escribe con ellos” nos dicen que nos esperan y nos dan las indicaciones para llegar.
No hay unas oficinas donde comprar los tickets directamente. Nosotros las buscamos pero nos volvemos locos puerto arriba puerto abajo. Funciona de manera que se compra el ticket en el momento que subes a la embarcación. Ésta atraca frente al Heritage Clew Bay. Estacionamos en un aparcamiento gratuito (creemos) que está a pocos metros de ese punto, en el mismo puerto, y llegamos a tiempo. 18 euros persona.
Lo primero que hacen es preguntar por las reservas y ahí nos tenían anotados. El crucero dura una hora y media te van contando un montón de cosas, de las que no entendemos ni una. Sí, de verdad, un señor coge un micrófono, se lo pega a la boca como si fuera un cantautor una noche solitaria y parece que todo lo que cuenta mola muchísimo, pero oye, no entendemos nada. Esto nos lo tenemos que hacer mirar. Hay un momento en el que nos concentramos al 100% y tampoco. Así que decidimos grabar un audio y enviárselo vía whatsapp a mi cuñada, hermana “del que no escribe” ( y filológa inglesa) a ver si ella entiende algo, porque estamos realmente hundidos. Además teníamos un sitio privilegiado, primera fila frente a él. Ella tampoco entiende nada, respiramos y aprovechamos el momento de la excursión, mientras el barco nos muestra la cantidad de islotes que se reparten por Clew Bay, para comernos nuestro sandwich y manzana, no sin vergüenza, pero se nos iba la hora y con hambre no somos nadie.
Respecto a la Bahía de Clew tuvimos que informarnos extraoficialmente, dado la poca o casi nula información que pudimos descifrar de nuestro interlocutor. Está formada por más de un centenar de pequeños islotes. La leyenda decía que había uno para cada día del año, es decir 365, pero la realidad, por lo visto, es que hay bastantes menos. Parte de esta apariencia multitudinaria se debe a la existencia de Drumlis (no teníamos ni idea de que esto existía).
Los Drumlins son una especie de colinitas de origen glaciar. Unos montículos formados por sedimentos glaciares con un lado más afilado que el otro. No podemos entrar más en detalle porque es lo único que sabemos de su formación. Esto es lo que da la sensación de ser más islotes, aunque luego estén unidos en la base. Aún así, en bastantes sitios se sigue diciendo que son 365 islas. Ahí lo dejamos, nosotros creímos entender que realmente eran menos.
La verdad que es una vista muy particular, una costa casi en calma salpicada de estos islotes. Algunos con casa, otros sin ellas. Y si os animáis a hacerlo, no dejéis de investigar sobre el nombre de Grace O'Malley, una popular pirata que tuvo que ver mucho con la historia de esta zona.
El momento de la colonia de focas se acerca, todos nos ponemos en pie. Se apagan los motores del barco para no importunarlas ni asustarlas. Pero las foquitas debían haber planificado algún tipo de excursión aquel día, porque solo alcanzamos a ver unas poquitas que con nuestros objetivos apenas eran perceptibles. Hay que buscar un indicio de movimiento, un contraste, una intuición (como Shakira) para encontrarlas. Aún así, la ilusión es tremenda. Están repachingadas en uno de los islotes, las hay color blanco, color gris, color negro… bastante variedad cromática para las pocas que había.
Cuando acaba el recorrido en barco tenemos las manos casi sin sensibilidad. Nos hemos quedado helados con la brisa marina, y el cielo cada vez está más negro. Cogemos el coche para intentar acercarnos más al centro de Westport, pretendemos dar un paseo por sus calles.
Westport tiene una historia curiosa, fue una ciudad que diseñó un lugarteniente, para darle servicio a él. Lord Sligo (de la familia Brownie), en el s.XVIII, quería tener alrededor de su casa a todas las personas que trabajan para él y pensó que un pueblo sería la mejor manera de llevarlo a cabo. Sus planos seguían un trazado de tipo medieval, pero el estilo arquitectónico fue georgiano, creando un conjunto urbano muy atractivo.
En Westport se puede visitar la mansión georgiana. Nosotros nos perdemos por sus calles. Son coloridas, hay plazas y el río lo cruza atravesado por diferentes puentes creando una imagen muy pintoresca, a gusto de aquel noble que lo ideó tal y como está hoy en día.
Aprovechamos para entrar en una cafetería a tomarnos algo calentito y ponernos un rato a refugio. Un café Moka y un Caramel Machiatto se convierten en nuestros cómplices. Esos momentos de descanso son gloria bendita y una recarga de pilas fundamental.
Westport está bastante animado, los comercios abiertos y música sonando por todas partes.
Es hora de continuar, tenemos en mente, si vamos bien de tiempo, visitar las Abadía de Kylemore, más que nada porque los días siguientes los tenemos un poco apretados, si nos encajara en ese día sería estupendo, pero no es prioritario, tenemos margen para intentar visitarla en días posteriores desde Galway. Aún así lo vamos a intentar.
Y es que, antes de ir a la Abadía, queremos contemplar Killary Harbour, también conocido como el fiordo. En su momento nos planteamos hacer un crucero por él, en vez del de Clew Bay, pero por la imágenes de internet, nos pareció que sería menos llamativo y que el fiordo lo podíamos ver bastante bien desde nuestro itinerario.
Desde Westport cogemos la carretera N59, ésta se adentra en unos paisajes preciosos. Es estrecha y sin arcén, pero es de las buenas, tiene pintadas, no solo rayas discontinuas en el borde del asfalto, sino también una central. Podría catalogarse dentro de nuestros niveles personales de carreteras como “Irish deluxe road”
Al cabo de unos 45 min, aparece ante nosotros el primer indicio de Killary Harbour. Un fiordo con unos 16 km de largo y 5 de profundidad, que se encuentra en el límite del Condado de Mayo, al que entramos al ir hacia Westport, y del que estamos a punto de salir para entrar en el de Galway.
La carretera va bordeando el fiordo. No hay demasiados sitios para parar, nosotros la primera parada la hacemos aprovechando un espacio que hay habilitado para aparcar en la iglesia de St Michael, en la misma N59, que tiene al otro lado un pequeño cementerio mirando hacia el fiordo. Tras unas cuantas panorámicas, continuamos y hacemos otra foto un poco más adelante. Habíamos visto fotos por internet y no teníamos grandes expectativas, pero en directo nos gusta muchísimo más, nos parece realmente bonito.
El clima sigue respetándonos el día.
Seguimos la carretera por el Parque Nacional de Connemara dirección Abadía de Kylemore. Esta abadía es una de las imágenes típicas de Irlanda en esta zona, y uno de los puntos de interés que figuran dentro del Parque Nacional de Connemara.
Desde el fiordo se tarda más o menos en llegar unos 20 minutos. Nosotros llegamos justos de tiempo, pero lo suficiente para que nos vendieran las entradas. Son 13 euros persona, te dan un mapa para que te orientes. Dada la hora a la que entramos nos dicen que primero vayamos a los jardines, luego a la iglesia y cripta, y por último la abadía.
El aparcamiento es gratuito y desde él, andando un poco hasta la entrada al jardín, donde te piden el ticket, se pueden obtener buenas fotografías del edificio. Se tarda tiempo en ver, y no tanto por el interés de todo lo que puedas encontrar dentro, sino por las distancias que separan unas cosas de otras.
Hay un autobús gratuito que sale al lado de la Abadía (aquí sólo puedes entrar si has adquirido ticket) que te sube hasta los jardines, si no, al menos tienes un kilómetro, kilómetro y medio andando. Nosotros para ir, fuimos andando, para volver lo hicimos en el autobús por ir apretados de hora. El autobús te deja en la Abadía, hasta la iglesia habrá unos 600 metros, que luego hay que recorrer para ir a la abadía. Es importante tener en cuenta estos tiempos para planificar la visita. En los interiores de jardín, abadía e iglesia, la verdad, es que no se tarda nada.
Los jardines victorianos son bonitos, no nos impresionaron, pero no están mal, tienen su casa de té, invernaderos, multitud de flores, etc, etc. La iglesia neogótica y el mausoleo son muy pequeños. Y en la Abadía tuvimos una ventaja, al entrar al final del día estábamos solos en ella.
La historia de la Abadía es la que quizá dote de mayor atractivo su visita, después de la estampa preciosa que conforma este edificio reflejado en el lago Kylemore, en medio del parque de Conmemmara.
Un comerciante de Manchester, enriquecido, llegaba a Connemara con su mujer en la luna de miel. Estando en la zona, ella parece enamorada del lugar y le sugiere construir una casa en este área. Él pone todos sus recursos en construir una especie de castillo. Un edificio grande, de piedra, que resalte el poderío de aquella familia venida a más desde Inglaterra. Se plantaron multitud de árboles creando un bosque en una zona que precisamente no se caracteriza por su vegetación. Un precioso jardín victoriano… La mujer, desgraciadamente, fallece unos años después. Él había intentado triunfar como político en Connemara pero, dada la sucesión de tragedias, se va no volviendo a esta residencia. Así llega a manos de otra pareja de ingleses. Éstos, a diferencia de los anteriores, tienen una vida social intensa y el castillo es un recinto estupendo para poder disfrutar de ella. La mujer es hija de un hombre rico que, al morir, les deja sin recursos suficientes para afrontar sus deudas y alto tren de vida. Al final, entre unas cosas y otras, la pareja pierde el castillo y acaba en manos de un banquero.
Durante ese tiempo el abandono se hace propietario de las instalaciones, el jardín victoriano se asalvaja y el resto de bienes que conforman el castillo va degradándose. El banquero sólo está esperando un buen momento para vender. Así llega a manos de las monjas benedictinas a principios del s.XX. Se trataba de un grupo que había tenido que huir de Bélgica tras ser destruido su convento en la I Guerra Mundial. Una parte del castillo se dedica a un colegio para niñas de familias bien posicionadas, la otra parte para convento.
Desde que está en sus manos, el colegio ha ido pasando por diferentes fases, desde un alto prestigio, pasando por él algunas personas popularmente conocidas, hasta acabar cerrado.
Bajo nuestra opinión personal no es un imprescindible la entrada al interior. Acercarse hasta ella y ver la estampa que forma desde la distancia sí que merece la pena si estás por la zona. Su visita a nosotros no nos emocionó. Igual somos de los pocos que tenemos esta opinión.
Cuando salimos del recinto de la Abadía es bastante tarde. Tenemos que llegar a nuestro nuevo alojamiento y en Irlanda los horarios no se extienden tanto como aquí. Así que antes de arrancar hacemos una llamada al “hotel” para comentarles que nos retrasaríamos.
De camino a Galway hay más o menos hora y media. Y ¡qué hora y media! Esa carretera es para ponerle un monumento. Como para tener una suspensión un poco dura y pasar por allí. Igual que hace unos días os hablamos de la “Oda a la lluvia”, este momento lo podemos titular “Oda a la carretera”. Baches y baches, más baches y cuando parece que no podía haber más, un “puñaico” de regalo. Llevamos el baile de San Vito en el interior. Intenté grabar vídeo, pero me he mareado intentando verlo.
A Galway llegamos a las 20:10. Vamos contrarreloj, la cena peligra. Más allá de las 21:00 comienzan las dificultades para encontrar un buen samaritano que te dé de cenar. Salvo Ronald Mac Donalds, claro, pero no era lo que llevábamos en mente. Antes de ir a cenar tenemos que registrarnos en el hotel.
El alojamiento elegido es el Desota Bed&Breakfast. Lo intuíamos cuando hicimos la reserva y, al entrar, comprobamos que es el peor hasta la fecha, no es que sea malo, pero no tiene nada que ver en relación con los alojamientos de los que venimos. Galway es un destino bastante más caro y donde cuesta más encontrar alojamiento. Nosotros intentamos buscar uno en el que pudiéramos aparcar y por las noches ir andando al centro, ya que es un destino en el que íbamos a pasar tres noches.
Habitación pequeña, baño aún más pequeño y cutrecillo, tiene una tele grande para ser el lugar que es y más armarios sin puertas. También tiene cafetera en el cuarto. Volvemos a sufrir la crisis de la toalla irlandesa. Una única toalla para cuerpo y manos y es de tamaño más de manos que de ducha. A favor. tiene aparcamiento y está a 5 min andando al centro. Además el desayuno está bastante bien, tienen 4 opciones de cooked breakfast diferentes y bastantes otras opciones, como magdalenas, plumcakes, yogur, cereales, tostadas... en plan buffet. Puede ser un lugar aceptable para alojarse en Galway, pero no llevéis la idea de alojamiento con encanto o romántico, es más un hotel batallero. Del que se nos olvida sacar la foto, por cierto.
Dejamos las maletas, no hay tiempo para entretenerse. Salimos camino al centro de Galway, que como os decimos está a unos 5 minutos. Es bastante tarde, así que miramos la lista que tenemos anotados con lugares para poder cenar. Elegimos Tosnu. Entramos por los pelos a las 21:10, porque la siguiente pareja que intenta sentarse a cenar 3 minutos después ya no lo consigue por ser tarde.
El local está en una callejuela en la que pasa bastante desapercibido. Por dentro es pequeño y muy agradable. Servicio espectacular que reparte amabilidad. Todos los platos principales cuestan 12,95€. Cenamos una lasaña de verdura (sin pasta) y Shoulder Beef. De postre un brownie a compartir. Muy rico y bien presentado. Nos encantó. El precio de todo 30 euros. Para beber tomamos agua del grifo que te sirven en una jarra nada más sentarte en la mesa con un aperitivo.
Es llamativo que en prácticamente todos los restaurantes que nos encontramos en el viaje a Irlanda tiene opciones veganas y comida sin gluten.
A la salida, con el estómago caliente, vamos en busca de un lugar donde escuchar música. Elegimos el Taaffes Bar ¡Una pasada! Estaba lleno de gente, tuvimos que meternos haciéndonos hueco entre la multitud para llegar a la barra y pedir algo. Al fondo un pequeño escenario con luces rojas, y medio en penumbra, recoge a un grupo que está tocando música irlandesa muy animada. A su alrededor hay muchísimas gente hablando, bebiendo, cantando, dando palmas y bailando. Gente de todas las edades que se entremezclan entre sí. No parece nadie llamar la atención, todo ese tumulto de personas diferentes forman un grupo que transmite muy buena energía.
El que no escribe, en su afán de seguir conociendo la zona, esta vez en vez de pedir una Guinness apuesta por una cerveza local de Galway, la Galway Hooker. Transmite este mensaje, “ajjjj, no mola”. Dice que es una cerveza muy amarga y con poco sabor. Vamos que básicamente se debía estar tomando la versión irlandesa de la tónica que me pedí yo. Ambas bebidas, 6,80 euros.
Encontramos una esquina en la que hacernos hueco y vemos como tocan un tema que revoluciona el pub. Todos se ponen a cantar, se levantan de las mesas, unos sacan a otros a bailar. Se abrazan. Una exaltación del compadreo total, que nos hace sonreír como dos “guiris” que claramente en ese momento somos, mirando con ojos como platos e intentando mover los labios al son de la música con nuestro “inglés nivel medio”.
A las 23:25 salíamos por la puerta camino del hotel. Y cuando lo hacemos, vemos que el pub ha cerrado. Es decir, en el interior todo continúa como si no, pero por fuera el cierre está a medio echar y ya no dejan entrar a nadie más.
Cinco minutos nos separan del hotel, un paseo muy agradable, aunque acusamos cierto cansancio desde las ocho de la mañana que estábamos en marcha. Nos consuela pensar en que al día siguiente no hay que cargar con maletas y recoger todo, que a pesar de ser el alojamiento más cutre hasta la fecha, pasaremos 3 noches allí. Al día siguiente viviríamos una experiencia nueva, un día en Irlanda con sol en el Parque Nacional de Connemara…
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